domingo, 17 de septiembre de 2023

Ernst Jünger: el último gigante.

El auténtico problema es que una mayoría no quiere la libertad y aun le tiene miedo. Para llegar a ser libre hay que ser libre, pues la libertad es existencia, concordancia consciente con la existencia, y es el placer, sentido como destino, de hacerla realidad.
Ernst Jünger, la emboscadura

Nacido en 1895 y muerto en 1998, combatiente en las dos grandes guerras y autor de una larga serie de textos ensayísticos, literarios y de memorias, Ernst Jünger merece sin ningun género de dudas  la condición de «testigo del siglo XX» que a menudo se emplea para caracterizarlo. Su vida y obra están marcadas, de
 hecho, por la participación en los grandes acontecimientos de su tiempo: ya en 1913 viaja a Argelia alistado en la Legión extranjera (experiencia que relataría en Afrikanische Spiele [Juegos africanos], 1936) y posteriormente participa en la Primera Guerra Mundial, siendo distinguido por su comportamiento heroico con la más alta condecoración militar. Durante los siguientes años, Jünger vive en Hannover, Leipzig y Berlín, y estudia filosofía, zoología y botánica. La serie de sus publicaciones comienza con In Stahlengewittern. Aus dem Tagebuch eines Sturmtruppführers [Tempestades de acero. Del diario de un comandante de tropas de asalto] (1920), en la que narra su experiencia en la guerra , y con la que obtiene una amplísima resonancia. De la misma época son Der Kampf als inneres Erlebnis [La lucha como experiencia interior] (1922), Das Wäldchen [El bosquecillo] (1924) y Feuer und Blut [Fuego y sangre] (1924), así como diversas composiciones literarias y poéticas deudoras del expresionismo alemán de la década de los veinte. Durante esta etapa crucial en la historia alemana, la República de Weimar (1919-1933), Jünger inicia su actividad política, relacionándose con grupos de carácter revolucionario y nacionalista, en particular con el nacionalbolchevismo de Ernst Niekisch, en cuya revista Der Wiederstand [La resistencia] colabora junto con su hermano Friedrich Georg. Años después, Jünger diría de Niekisch que «encarnaba verdaderamente un ethos de resistencia», que sin un programa político definido se manifestaba con vigor «contra la república de Weimar, contra el Diktat de Versalles, contra la burguesía, contra el mundo occidental y sus imperativos económicos y capitalistas». No es difícil ver en estas consideraciones la imagen de un momento políticamente convulso, marcado por las durísimas consecuencias que la Primera Guerra Mundial acarrea para Alemania (entre las que se cuenta un profundo sentimiento de humillación e indefensión ante las potencias extranjeras) y por la difícil convivencia política de conservadores, excombatientes, socialdemócratas y comunistas. Unas palabras de Jünger en 1926 muestran lo que sería, según ha destacado Enrique Ocaña (Duelo e historia, 1996), el núcleo de su trayectoria: «somos una generación que fue llamada a grandes realizaciones y que se ha encontrado con el fracaso […]. Hemos de ser capaces de creer en un sentido histórico más elevado que el que nuestros padres dieron al acontecer histórico […]. De lo contrario, el suelo sobre el que nos sustentamos se abrirá de un golpe bajo nuestros pies y nos precipitaremos hacia un mundo absurdo, caótico y azaroso. Es necesario que tengamos fe en la existencia de un orden lleno de sentido». Esta posición( de radiante actualidad y obligada reflexión) aproxima a Jünger al contexto de la «revolución conservadora», definida por su oposición al ideario ilustrado —entre cuyas derivaciones se encuentra el liberalismo democrático— y por su anhelo de regenerar, sobre los principios de la decisión, la voluntad y el honor, el sentido que la vida colectiva habría perdido en el proceso de modernización social. En 1929 Jünger publica Das abenteuerliche Herz [El corazón aventurero], y en 1932 aparece Der Arbeiter [El trabajador], uno de sus más conocidos y controvertidos escritos, en el que valora el irrefrenable ascenso de la figura históricometafísica de la edad de la técnica: el Trabajador, pensado sobre los rasgos del monje y el soldado y considerado el sustrato de un orden político aristocrático. Die totale Mobilmachung [La movilización total] (1930) y Über den Schmerz [Sobre el dolor] (1934) son otros textos relevantes de este momento. Próximo en algunos aspectos a las aspiraciones revolucionarias del nacionalsocialismo, Jünger no llega a implicarse en el movimiento: la novela Auf den Marmorklippen [Sobre los acantilados de mármol] (1939) hace patente su separación de los dirigentes del partido nazi, entre ellos el propio Hitler, a los que jamás consideró a la altura de las exigencias de su tiempo. Alistado de nuevo al inicio de la Segunda Guerra Mundial, Jünger es destinado al mando alemán en el París ocupado: de su estancia en Francia y del desarrollo del conflicto son valioso testimonio sus célebres diarios, publicados con el título de Strahlungen [Radiaciones] (1949), que constituyen una de las cumbres de la literatura memorialista europea, así como Gärten und Strassen [Jardines y calles] (1942), diarios de 1939 y 1940. Sospechoso para el nazismo por su contacto en París con los responsables del atentado contra Hitler en 1944, es apartado del ejército: su distancia del régimen nazi le permitiría después evitar el juicio por parte de las fuerzas de ocupación, aunque durante un breve periodo se le impidió publicar. Desde 1950 hasta su muerte, Jünger reside en Wilflingen, en una larga etapa final de su vida en la que publica textos tan relevantes como Der Friede [La paz] (redactado en 1941 y publicado en 1946, y en el que apunta que «la guerra mundial sólo encontrará una conclusión satisfactoria si la corona una paz mundial que confiera sentido al sacrificio»), Über die Linie [Más allá de la línea] (1949), escrito en homenaje a Heidegger en su sexagésimo cumpleaños (y al que éste contestaría, años después, con la carta «Über» die linie [«Sobre» la línea], llamada más tarde Zur Seinsfrage [Hacia la pregunta por el ser]), Der Waldgang [La emboscadura] (1951), Das Sanduhrbuch [El libro del reloj de arena] (1954), Der Weltstaat [El estado mundial] (1960) y Die Schere [La tijera] (1990), además de los volúmenes de diarios Siebzig verweht [Pasados los setenta] (1980-1997), las novelas Heliópolis (1949), Besuch auf Godenholm [Visita a Godenholm] (1952), Gläserne Bienen [Abejas de cristal] (1957), Die Zwille [El tirachinas] (1973), Eumeswil (1977) y Eine gefärliche Begegnung [Un encuentro peligroso] (1985), y el libro de aforismos Autor und Autorschaft [El autor y la escritura] (1984). En ellas Jünger completa sus argumentos y desgrana luminosas anotaciones sobre problemas como el tiempo, la paz mundial, la posibilidad de la libertad en tiempos de masificación, la experimentación con las drogas (compartida con Albert Hofmann, descubridor del LSD, y presentada en Annäherungen. Drogen und Rausch [Acercamientos. Drogas y ebriedad], 1970) o la idea de un Estado mundial compatible con la pluralidad de las patrias. A lo largo de estos años, la figura intelectual y literaria de Jünger adquiere un peso notable en la cultura europea, si bien la polémica con respecto a su relación con el nacionalsocialismo nunca llega a apaciguarse. La larga trayectoria vital de Jünger obliga a medir con cuidado cualquier clasificación. Su pensamiento viene marcado inicialmente por un fuerte belicismo heroico, y deriva paulatinamente hacia una interpretación histórica de tintes románticos y mitológicos, que se adscribe a la crítica conservadora del orden técnico-burocrático y mantiene la esperanza de una salvación civilizatoria («el retorno de los dioses» de Hölderlin) capaz de otorgar sentido al dolor provocado a lo largo del siglo XX. Su obra, influida por Hamann, Nietzsche, Max Stirner y Schopenhauer, y próxima a Spengler, Heidegger y Schmitt, es testimonio de una posición para la cual los caminos de la cultura europea, cegados por el nihilismo y la decadencia, sólo pueden reconducirse a través del riesgo, la valentía, el compromiso con los propios valores y el anhelo de grandeza espiritual: «quizá nos sacrificamos por algo insustancial», escribía en La lucha como vivencia interior, «pero nadie puede negar nuestra valía. Lo esencial no es para qué luchamos, sino cómo luchamos […]. La lucha, la disposición de la persona, incluso por la más insignificante de las ideas, tiene más peso que cualquier especulación sobre el bien o el mal». Es este el contexto en el que adquieren presencia las figuras esenciales del imaginario jüngeriano —el Soldado, el Trabajador, el Emboscado, el Anarca—, en las que la fascinación de principios de siglo ante el nuevo orden se vuelve resistencia a los resultados de la evolución social. En las anotaciones finales de su último diario publicado, fechadas el 15 de diciembre de 1995, puede leerse: «el día comienza con autógrafos; mi mujer escoge entre la correspondencia las peticiones. Aún tengo una letra presentable. Un viejo guerrero no tiembla».

Let's be careful out there 

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