Gozoso Asombro
“La liberación interior del deseo práctico/ la liberación de la acción y el sufrimiento/ liberación de la compulsión exterior e interior/ aún así rodeada por la gracia del sentido/ una blanca luz quieta moviéndose inmóvil Erhebung/ concentración sin eliminación/ evidentes tanto el nuevo como el viejo mundo/ entendidos en el cumplimiento de su éxtasis parcial,/ en la resolución de horror parcial (…)/ Sólo a través del tiempo el tiempo es conquistado.”
(Burnt Norton, II, vv,. 24 a 32).
T.S. Elliot. Cuatro cuartetos.
D’Artagnan, un joven gascón de
familia noble venida a menos, parte a París para cumplir su sueño
de convertirse en Mosquetero. Allí entabla una fuerte amistad con
tres de ellos: Athos, Porthos y Aramis. Su lema, todos para uno y uno
para todos es la clave de bóveda que sustenta su amistad, su
compromiso y, es también para mí, la filosofía que sostiene e
inspira ese portento de la arquitectura musical que es el cuarteto
de cuerda. No soy músico, ni teórico musical; hablo desde la
emoción y mi amor profundo por la música sin la que el mundo
sería un pozo abisal de incomunicación, un pesado lodazal
irrespirable.
El pasado lunes, dentro del ciclo de
Lugo Cultural, tuvo lugar en la Casa do Saber el concierto del
cuarteto Óscar Esplá de ASISA. Un conjunto camerístico que desarrolló de manera estimable, un programa dividido
en dos partes integrado por el cuarteto en Re menor menor de
Arriaga , la Oración del Torero número 34 de Turina, y el cuarteto
número 10 en Mi bemol mayor Op. 74 de Beethoven. En la primera
parte, el grupo se mantuvo compenetrado, coral, destacando la brillantez y claridad tímbrica del primer violín con
una ejecución sin florituras, sin adornos gratuitos, el acierto del segundo violín en su papel cohesionador , y una viola y un violonchelo plenos de personalidad.
Las cuatro millennials transmitieron
un Arriaga entero, dotado de texturas, con ese "espíritu
vienés" tan caro al modo de hacer del autor. Un Arriaga
brillante, convincente ,vibrante.
Si, como escribe Cibrán Sierra: «El cuarteto
de cuerda es, de algún modo, la fórmula donde se condensa
musicalmente la utopía estética de la modernidad ilustrada», uno de los más cualificados
representantes de esa
utopía, es Joaquín Turina ,quien en la Oración del Torero hilvana
con maestría temas de profunda raigambre ibérica como son la
religión y la tauromaquia.
La producción musical de Turina se inscribe plenamente en la llamada "generación de maestros", que incorporó a España a las corrientes estéticas de las músicas europeas de su época. Turina supo recoger esas técnicas y ese ambiente del París de comienzos de siglo y adaptarlos a su personalidad de andaluz cumplido, sensual y apacible. El músico describe así el origen de esta pieza: "Una tarde de toros en la Plaza de Madrid, vi mi obra. Yo estaba en el patio de caballos. Allí, tras una puerta pequeñita, estaba la capilla, llena de unción, donde venían a rezar los toreros un momento antes de enfrentarse con la muerte. Se me ofreció entonces, en toda su plenitud, aquel contraste subjetivamente musical y expresivo de la algarabía lejana de la plaza, del público que esperaba la fiesta, con la unción de los que ante aquel altar, pobre y lleno de entrañable poesía, venían a rogar a Dios por su vida, acaso por su alma, por el dolor, por la ilusión y por la esperanza que acaso iban a dejar para siempre dentro de unos instantes, en aquel ruedo lleno de risas, de música y de sol".
Oración del torero
La producción musical de Turina se inscribe plenamente en la llamada "generación de maestros", que incorporó a España a las corrientes estéticas de las músicas europeas de su época. Turina supo recoger esas técnicas y ese ambiente del París de comienzos de siglo y adaptarlos a su personalidad de andaluz cumplido, sensual y apacible. El músico describe así el origen de esta pieza: "Una tarde de toros en la Plaza de Madrid, vi mi obra. Yo estaba en el patio de caballos. Allí, tras una puerta pequeñita, estaba la capilla, llena de unción, donde venían a rezar los toreros un momento antes de enfrentarse con la muerte. Se me ofreció entonces, en toda su plenitud, aquel contraste subjetivamente musical y expresivo de la algarabía lejana de la plaza, del público que esperaba la fiesta, con la unción de los que ante aquel altar, pobre y lleno de entrañable poesía, venían a rogar a Dios por su vida, acaso por su alma, por el dolor, por la ilusión y por la esperanza que acaso iban a dejar para siempre dentro de unos instantes, en aquel ruedo lleno de risas, de música y de sol".
Oración del torero
Con esta pieza destacada avanzó la primera parte del concierto, que el grupo cruzó sin sobresaltos, admirable en el pasodoble, profundo y
compacto en los unísonos con ,' una ejecución al natural " de
profundo lirismo, capaz de captar la mezcla de impresionismo, folclore y, brumosa tragedia que respira la pieza.
Y así llegamos a la segunda parte, verdadero tuétano de la velada. Las puertas vuelven a cerrarse, mientras, la
emoción emboscada, espera paciente el despliegue del grandioso Opus 74 del genio de
Bonn.
En marzo de 1931 T. S. Eliot escribió
a Stephen Spender: Tengo el Cuarteto en la menor de Beethoven Op. 132
en el gramófono. Lo encuentro inagotable de estudiar: contiene una
suerte de alegría celestial o euforia de cosas que puedo imaginar,
fruto de reconciliación y alivio, después intenso sufrimiento;
quisiera poner algo de esto en un verso antes de morir."
El cuarteto fue terminado en
octubre de 1809, tras la época del bombardeo y segunda
ocupación de Viena por las tropas de Napoleón. Época
penosa para Beethoven, que ve morir a Haydn, pero al mismo
tiempo llena de esperanza tras la paz de Wagram.
El grupo acometió la angustiosa introducción con gran confianza lidiando con solvencia el
conocido pasaje de arpegios en pizzicato, pero un tanto
descompuesto en la desolada tristeza del segundo movimiento. La
coralidad, alma del cuarteto, flaqueó en el fuerte scherzo del
tercer movimiento y el grupo acabó un tanto desempastado.
Tous pour un et un pour tous