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miércoles, 12 de febrero de 2020

Mirar con los oídos



Gozoso Asombro



“La liberación interior del deseo práctico/ la liberación de la acción y el sufrimiento/ liberación de la compulsión exterior e interior/ aún así rodeada por la gracia del sentido/ una blanca luz quieta moviéndose inmóvil Erhebung/ concentración sin eliminación/ evidentes tanto el nuevo como el viejo mundo/ entendidos en el cumplimiento de su éxtasis parcial,/ en la resolución de horror parcial (…)/ Sólo a través del tiempo el tiempo es conquistado.”
(Burnt Norton, II, vv,. 24 a 32).
T.S. Elliot. Cuatro cuartetos.

El  sentido del oído. Brueghel y  Rubens. Detalle


D’Artagnan, un joven gascón de familia noble venida a menos, parte a París para cumplir su sueño de convertirse en Mosquetero. Allí entabla una fuerte amistad con tres de ellos: Athos, Porthos y Aramis. Su lema, todos para uno y uno para todos es la clave de bóveda que sustenta su amistad, su compromiso y, es también para mí, la filosofía que sostiene e inspira ese portento de la arquitectura musical que es el cuarteto de cuerda. No soy músico, ni teórico musical; hablo desde la emoción y mi amor profundo por la música sin la que el mundo sería un pozo abisal de incomunicación, un pesado lodazal irrespirable.

El pasado lunes, dentro del ciclo de Lugo Cultural, tuvo lugar en la Casa do Saber el concierto del cuarteto Óscar Esplá de ASISA. Un conjunto camerístico  que desarrolló de manera estimable, un programa dividido en dos partes  integrado por el cuarteto en Re menor menor de Arriaga , la Oración del Torero número 34 de Turina,  y el cuarteto número 10 en Mi bemol mayor Op. 74 de Beethoven. En la primera parte, el grupo se mantuvo compenetrado, coral, destacando la brillantez y claridad tímbrica del primer violín con una ejecución sin florituras, sin adornos gratuitos,  el acierto del segundo violín  en su papel cohesionador , y una  viola y un violonchelo plenos de personalidad. 
Las cuatro millennials transmitieron un Arriaga entero, dotado de texturas, con ese "espíritu vienés" tan caro al modo de hacer del autor. Un Arriaga brillante, convincente ,vibrante.
Si, como escribe Cibrán Sierra: «El cuarteto de cuerda es, de algún modo, la fórmula donde se condensa musicalmente la utopía estética de la modernidad ilustrada», uno de los  más cualificados 
 representantes  de esa utopía, es Joaquín Turina ,quien en la Oración del Torero hilvana con maestría temas de profunda raigambre ibérica como son la religión y la tauromaquia.
La producción musical de Turina se inscribe plenamente en la llamada "generación de maes­tros", que incorporó a España a las corrientes estéticas de las músicas europeas de su época. Turina supo recoger esas técnicas y ese ambiente del París de comienzos de siglo y adaptarlos a su personalidad de andaluz cumplido, sensual y apacible. El músico describe así el origen de esta pieza: "Una tarde de toros en la Plaza de Madrid, vi mi obra. Yo estaba en el patio de caballos. Allí, tras una puerta pequeñita, estaba la capilla, llena de unción, donde venían a rezar los toreros un momento antes de enfrentarse con la muerte. Se me ofreció entonces, en toda su plenitud, aquel contraste subjetivamente musical y expresivo de la algarabía lejana de la plaza, del público que espe­raba la fiesta, con la unción de los que ante aquel altar, pobre y lleno de entrañable poesía, venían a rogar a Dios por su vida, acaso por su alma, por el dolor, por la ilusión y por la esperanza que acaso iban a dejar para siempre dentro de unos instan­tes, en aquel ruedo lleno de risas, de música y de sol".
Oración del torero

 Con esta pieza destacada avanzó la primera parte del concierto, que el grupo  cruzó  sin sobresaltos, admirable en el pasodoble, profundo y compacto en los unísonos con ,' una ejecución al natural " de profundo lirismo, capaz de captar la mezcla de impresionismo,  folclore y, brumosa tragedia que respira la pieza.

Y así llegamos a la segunda parte, verdadero tuétano de la velada. Las puertas vuelven a cerrarse, mientras, la emoción emboscada, espera paciente el despliegue del grandioso  Opus 74 del genio de Bonn.
En marzo de 1931 T. S. Eliot escribió a Stephen Spender: Tengo el Cuarteto en la menor de Beethoven Op. 132 en el gramófono. Lo encuentro inagotable de estudiar: contiene una suerte de alegría celestial o euforia de cosas que puedo imaginar, fruto de reconciliación y alivio, después intenso sufrimiento; quisiera poner algo de esto en un verso antes de morir."
El cuarteto fue terminado en octubre de 1809, tras la época del bombardeo y segunda ocupación de Viena por las tropas de Napoleón. Época penosa para Beethoven, que ve morir a Haydn, pero al mismo tiempo llena de esperanza tras la paz de Wagram.

El grupo acometió la angustiosa  introducción con gran confianza lidiando con solvencia el conocido pasaje de arpegios en pizzicato, pero un tanto descompuesto en la desolada tristeza del segundo movimiento. La coralidad, alma del cuarteto, flaqueó en el fuerte scherzo del tercer movimiento y el grupo acabó un tanto desempastado.

Tous pour un et un pour tous