martes, 21 de marzo de 2023

La Séptima y el núm. 8 en Do menor.

O sol está morrendo e sobre a vila treme unha brétema moi lixeira e algo vermella.[...] Principian a se acender as luces, impotentes contra a mesta e bárbara avanzada das sombras. As sombras penetran as rúas coma algo sen corpo e fanse mestas nos ollos dos homes. É o intre do crepúsculo. Agora é cando morre a luz e os perfís das cousas deixan de ser concretos. […] os homes son coma formigas, na vila sen nome.

 Mendez Ferrín. O crepúsculo e as formigas.


Es bien sabido que el hombre tomado en bruto es un animal gregario, previsible, falto de brillantez. Así, se mueve por pautas asumidas sin apenas rechistar consciente de que le resulta más cómodo seguir el rastrojo de caminos trillados que andar el propio: siempre es más seguro optar por seguir al "abanderado" aunque esté lleno de lamparones que ser un flâneur. Pero el hombre no es todos los hombres y existen individuos como Dimitri Dimítrievich cuya disidencia ejemplar aun en el medio de la peor de las catástrofes como es la guerra, nos devuelve el perdido sentido de lo trascendente , el asombro oculto entre las ruínas y la fe en que no todo está perdido. Otra bien distinta es la  actitud de los criminales de la OTAN y su corifeo de periodistas bienpagás que quieren colgar al presidente ruso de una soga aplicando la conocida ley del embudo.
Acusar a Vladimir Putín de crímenes de guerra por quienes no sólo no  dieron cuenta ante Tribunal Penal Internacional alguno de los crímenes perpetrados en Yugoslavia , Siria, Afganistan, El Líbano y demás "invasiones justas" sino que se niegan   a reconocer la autoridad del esperpéntico Tribunal es de un cinismo a la altura de Antístenes.
Claro que a nadie debiera sorprender  todo el equilibrio inestable sobre el que se asienta el derecho internacional cuando quien alza la balanza de la justicia lo hace echando  en uno de sus fieles una ética de cemento armado y espolvoreando en el otro la desfachatez de un gitano viviendo del cuento mientras sus tentáculos mediáticos vociferan consignas y establecen pautas: más complicado, sin embargo resulta saber ver y escuchar para no olvidar, por dar dos ejemplos, ni  Stalingrado ni Dresde.
Los cañones alemanes estaban a menos de once kilómetros de la Sala Filarmónica en el momento en que la Séptima Sinfonía de Dmitri Dmítrievich Shostakóvich se interpretaba por primera vez en la ciudad a la que había sido dedicada a última hora de la tarde del domingo 9 de agosto de 1942. Leningrado estaba sitiada desde que los alemanes cortaron la última ruta terrestre de salida de la ciudad, el 14 de septiembre de 1941. Shostakóvich había empezado a componer su sinfonía a mediados de julio de 1941, en el momento en que empezaba a estrecharse el cerco alemán. Le sacaron de la ciudad en un avión con rumbo a Moscú, a principios de octubre, en compañía de su esposa, de sus dos hijos pequeños y de los dos primeros movimientos de la sinfonía. Desde allí partieron hacia el este, hasta la localidad de Kúibyshev, a orillas del Volga. Cuando terminó la obra —y la bautizó como la Sinfonía Leningrado— se interpretó con gran éxito en Rusia, Londres y Nueva York. Durante la interpretación en Moscú, la escritora Olga Bergholz vio cómo el compositor, menudo y con un aire todavía infantil, se levantaba para recibir un torrente de aplausos, y hacía una reverencia. «Le miré —decía Bergholz—, un hombre pequeño y frágil con grandes gafas, y pensé: "Este hombre es más poderoso que Hitler".
El  cuarteto número 8 fue escrito por Shostakovich en Dresde durante el verano de 1960 y estrenado en Leningrado el 2 de octubre de ese mismo año. En la primera página anotó: para las victimas del fascismo y de la guerra, pero como declaró mas tarde su hija Glina en el fondo se lo había dedicado a si mismo. La página es como un retrospectiva, como un resumen de los dolorosos y difíciles años pasados, trazada sin titubeos, con una firmeza y una fuerza expresiva fabulosas, con una seguridad inobjetable. Pero dejemos hablar al propio compositor, tan irónico e implacable como su misma música: "He escrito un cuarteto que no tiene ninguna utilidad para nadie y que desde el punto de vista de las ideas es un fracaso. Pensé que, una vez muerto, nadie dedicaría una obra a mi memoria. Así que decidí hacerlo yo mismo (...) Existen referencias a Wagner (El ocaso de los dioses) y a Tchaikovsky (segundo tema del primer movimiento de la Sinfonía núm. 6 "Patética"), sin olvidar mi Sinfonía núm. 10. Se trata por tanto de una mezcolanza. El carácter pseudotrágico de este cuarteto está en que al escribirlo derramé tantas lágrimas como la orina que elimino después de media docena de cervezas".
 Está escrito en cinco movimientos, una vez más sin interrupción. El primero, Largo, se abre con un monograma que se va a repetir como motivo principal de los otros cuatro tiempos. El motivo entra en la transición de una voz a otra y se va transformando hasta alcanzar la faz de la introducción de  su Primera Sinfonía la cual  vuelve a ser citada en el segundo tema del movimiento, antes de alcanzar el paso a un vivísimo scherzo en el segundo tiempo, Allegro molto, uno de los pasajes de mayor garra . El tercer movimiento es otro scherzo, un vals fantasmagórico de fuerte contenido cromático, en el que se cita, hasta en dos ocasiones, el tema inicial del Concierto para violonchelo núm. 1. El cuarto tiempo es un requiem inspirado en un canto revolucionario (Torturado hasta la muerte en la cárcel), cuyo material temático se entremezcla con un aria de  "Lady Macbeth ". Shostakovich cierra la obra de forma brillante y definitiva con 
una gran fuga en el Largo final, basada en el motivo principal y que acaba enlazando con el primer movimiento: música de un tirón y absolutamente cíclica, de una pieza, sin la más mínima fisura, sin la menor concesión:  un Shostakovich personalísimo, enorme,  seguro y único. Pero el recorrido del número 8 no acaba ahí pues será todavía largo:  hay que volver a escuchar, volver a ver la música una y otra vez  para convencernos al fin que tras la auscultación atenta de una obra importante de Shostakovich, hemos llegado a un no lugar:  pero no es así. Cada moviento aguarda una nueva imagen de las cosas lo mismo que sucede la naturaleza, y con cada nueva escucha, nada se repite. Hay que observar y escuchar con atención; todo puede pasar.
Saber ver y escuchar, ver y escuchar y recordar para no olvidar nunca quién no eres, de qué paisaje no formas parte y quienes son los que quieren confundirte para  poder moldear tu alma con un grumo cuyo destino es un horno desde el que  apoyar solidaria y gregariamente su "ayuda humanitara y su napalm". Pero volvamos a Shostakovich y escuchemos detenidamente en silencio esa abisal belleza  oculta en la infinitud  de su ocho. 
Let's be careful out there 

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