martes, 10 de diciembre de 2019

Compianto sul Cristo morto

Evangelio según San Juan (Juan 19, 38-39).

Después de esto, José de Arimatea, que era discípulo de Jesús –pero secretamente, por temor a los judíos– pidió autorización a Pilato para retirar el cuerpo de Jesús. Pilato se la concedió, y él fue a retirarlo. Fue también Nicodemo, el mismo que anteriormente había ido a verlo de noche, y trajo una mezcla de mirra y áloe, que pesaba unos treinta kilos.


Evangelio según San Mateo (Mateo 27, 57-61).

Al atardecer, llegó un hombre rico de Arimatea, llamado José, que también se había hecho discípulo de Jesús, y fue a ver a Pilato para pedirle el cuerpo de Jesús. Pilato ordenó que se lo entregaran. Entonces José tomó el cuerpo, lo envolvió en una sábana limpia y lo depositó en un sepulcro nuevo que se había hecho cavar en la roca. Después hizo rodar una gran piedra a la entrada del sepulcro, y se fue. María Magdalena y la otra María estaban sentadas frente al sepulcro.

Evangelio según San Marcos (Marcos 15, 42-47).

Era día de Preparación, es decir, vísperas de sábado. Por eso, al atardecer, José de Arimatea –miembro notable del Sanedrín, que también esperaba el Reino de Dios– tuvo la audacia de presentarse ante Pilato para pedirle el cuerpo de Jesús. Pilato se asombró de que ya hubiera muerto; hizo llamar al centurión y le preguntó si hacía mucho que había muerto. Informado por el centurión, entregó el cadáver a José. Este compró una sábana, bajó el cuerpo de Jesús, lo envolvió en ella y lo depositó en un sepulcro cavado en la roca. Después hizo rodar una piedra a la entrada del sepulcro. María Magdalena y María, la madre de José, miraban dónde lo habían puesto.
Cristo Morto. Andrea Mantegna.Tempera sobre lienzo.Pinacoteca di Brera

Evangelio según San Lucas (Lucas 23, 50-56).

Llegó entonces un miembro del Consejo, llamado José, hombre recto y justo, que había disentido con las decisiones y actitudes de los demás. Era de Arimatea, ciudad de Judea, y esperaba el Reino de Dios. Fue a ver a Pilato para pedirle el cuerpo de Jesús. Después de bajarlo de la cruz, lo envolvió en una sábana y lo colocó en un sepulcro cavado en la roca, donde nadie había sido sepultado. Era el día de la Preparación, y ya comenzaba el sábado. Las mujeres que habían venido de Galilea con Jesús siguieron a José, observaron el sepulcro y vieron cómo había sido sepultado. Después regresaron y prepararon los bálsamos y perfumes, pero el sábado observaron el descanso que prescribía la Ley.


  A lo largo de mi vida he visto decenas de cadáveres. Cuerpos jóvenes,todavía templados, sorprendidos con la pregunta inexorable del por qué en sus labios. Cuerpos raquíticos comidos por el cáncer o la desnutrición, desenlaces lógicos sin necesidad de conjeturas sobre la causa de su muerte. .Entre ellos, el cadaver de mi madre.En su cuerpo inerte , su rostro reflejaba la huella de un profundo alivio después de tanto dolor y sufrimiento, de tanto abandono entre las paredes frías de la soledad del alzhaimer, de la vacuidad temporal de su desarraigada demencia.
Al contemplarlo, un dolor profundo conformó un espacio denso, pesado, plomizo; creó una atmósfera seca,como el eco de un  puñetazo, y aquel instante poderoso atravesó mi alma con la descomunal imagen del Cristo yacente de Mantegna.
Espacio y profundidad ,líneas de fuga hacia el centro de mi madre, hacia el misterio de quién ha dado, y en ese instante preciso, entrega la vida. Eso era todo.


A pesar de que la lamentación de Cristo es uno de los episodios bíblicos más caracterizados, la representación de Jesús de Mantegna en esta pintura es singular y revolucionaria para la época. De hecho, los diferentes planos de la composición enfatizan particularmente sus estigmas (los agujeros en sus pies y sus manos se refieren directamente al martirio que acaba de sufrir) y sus extremidades inertes. El artista muestra un sorprendente ilusionismo, hasta el punto de que las heridas de Cristo son inquietantes de mirar. El cromatismo muy limitado contribuye al carácter dramático y mórbido de la escena. Los tonos rosados ​​y marrones no son inocuos y se refieren al Cristo sin sangre. El frasco de la pomada está ahí para recordarnos que su cuerpo, mortal, debe estar preparado.
Según los hábitos del pintor, los personajes están inspirados en el arte estatuario. Como piedra, el cuerpo de Cristo ya parece congelado. Al mismo tiempo, este trabajo remarca el carácter humano del hijo de Dios. Si ahora parece tranquilo, el sufrimiento ha marcado profundamente su rostro. Luego se vuelve accesible, como un hombre anónimo en medio de los hombres. Su halo es apenas visible,  etéreo. La composición de ángulo bajo y el marco ajustado ayudan a dirigir la mirada del espectador hacia Cristo. Además, Mantegna emplea una  perspectiva recortada , ya que según la regla de la proporción, la cabeza de Cristo no debería ser tan grande. Este último está tan bien desarrollado que casi olvidamos los caracteres de la izquierda, que también están parcialmente fuera del marco.
El apóstol Juan en posición de oración, la Virgen María llorando y María Magdalena, a quien apenas podemos ver, se arrodillan ante el difunto y lloran por él. Aunque su dolor es palpable, siguen siendo dignos. Aquí, no hay una teatralidad excesiva, solo lo que se necesita para moverse y causar la identificación del espectador, ubicado fuera del marco como el llanto.


Realizado en la última parte de la vida de Mantegna, este trabajo permanece en su colección personal hasta su muerte. la pintura se coloca en su catafalco durante su funeral antes de unirse a la colección Gonzague. Reflejando el progreso artístico del Renacimiento, se ha convertido con los años en el manifiesto artístico de Mantegna. La soledad suprema de Jesús muerto, vencido, frágil como cualquier ser humano; no es todavía el Cristo triunfante que resucitará al tercer día y se les presentará a sus discípulos para dejar sentado que él es el Salvador. Es la imagen de la sobriedad, la muerte del individuo sin más, cuyo testigo es este cuerpo. Los muchos pliegues de la sábana, de una riqueza cromática y de claroscuro sin igual, moldean las piernas del difunto y sus genitales; pareciera como si esta sábana lo arropase con amor y ternura.
Lejos queda ya el valle del Cedrón camino del huerto de los olivos; atrás la oración" en la angustia del espíritu". Entonces se le apareció un ángel del cielo para fortalecerlo" ( Lucas 22:43-44), remota la multitud que avanza amenazante con Judas a la cabeza;ahora, su mortal humanidad, solo espera las libaciones de un frasco de ungüento en el borde derecho del mármol . Vacío y silencio ante el aterradora imagen de un hombre que duerme en tensión . Como escribe Rafael Argullol:" no hay muestras de la serenidad que debería haber en la car del Redentor, una vez culminado su sacrificio...Mantenga no transfigura los cadáveres en cuerpos áureos, únicamente muestra su arquitectónica desnudez, su abrumadora humanidad".

Salvo el cuerpo y su escorzo, todo lo demás es accesorio. El cuerpo de Jesús está solo, únicamente lo acompaña la sábana y la muerte.
Sin embargo, es ese el instante decisivo. En ese tránsito entre la muerte y la promesa de la resurrección,ante ese cuerpo inane y duro no hay consuelo ni esperanza . Ahí radica toda la grandeza de Cristo; lejos de la santidad hierática, en esa humanidad dolorosa se nos revela el misterio.. Ninguna imagen es tan poderosa como ese silencio frío.
Extiendo mi mano en busca de la diminuta urna, la abro, aspiro su aroma, y extiendo el ungüento sobre el cuerpo de mi madre.


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