Evangelio según San Juan (Juan 19,
38-39).
Después de esto, José de Arimatea,
que era discípulo de Jesús –pero secretamente, por temor a los
judíos– pidió autorización a Pilato para retirar el cuerpo de
Jesús. Pilato se la concedió, y él fue a retirarlo. Fue también
Nicodemo, el mismo que anteriormente había ido a verlo de noche, y
trajo una mezcla de mirra y áloe, que pesaba unos treinta kilos.
Evangelio según San
Mateo (Mateo 27, 57-61).
Al atardecer, llegó un hombre rico de
Arimatea, llamado José, que también se había hecho discípulo de
Jesús, y fue a ver a Pilato para pedirle el cuerpo de Jesús. Pilato
ordenó que se lo entregaran. Entonces José tomó el cuerpo, lo
envolvió en una sábana limpia y lo depositó en un sepulcro nuevo
que se había hecho cavar en la roca. Después hizo rodar una gran
piedra a la entrada del sepulcro, y se fue. María Magdalena y la
otra María estaban sentadas frente al sepulcro.
Evangelio según San Marcos (Marcos 15,
42-47).
Era día de Preparación, es decir,
vísperas de sábado. Por eso, al atardecer, José de Arimatea
–miembro notable del Sanedrín, que también esperaba el Reino de
Dios– tuvo la audacia de presentarse ante Pilato para pedirle el
cuerpo de Jesús. Pilato se asombró de que ya hubiera muerto; hizo
llamar al centurión y le preguntó si hacía mucho que había
muerto. Informado por el centurión, entregó el cadáver a José.
Este compró una sábana, bajó el cuerpo de Jesús, lo envolvió en
ella y lo depositó en un sepulcro cavado en la roca. Después hizo
rodar una piedra a la entrada del sepulcro. María Magdalena y María,
la madre de José, miraban dónde lo habían puesto.
Cristo Morto. Andrea Mantegna.Tempera sobre lienzo.Pinacoteca di Brera |
Evangelio según San Lucas (Lucas 23,
50-56).
Llegó entonces un miembro del Consejo,
llamado José, hombre recto y justo, que había disentido con las
decisiones y actitudes de los demás. Era de Arimatea, ciudad de
Judea, y esperaba el Reino de Dios. Fue a ver a Pilato para pedirle
el cuerpo de Jesús. Después de bajarlo de la cruz, lo envolvió en
una sábana y lo colocó en un sepulcro cavado en la roca, donde
nadie había sido sepultado. Era el día de la Preparación, y ya
comenzaba el sábado. Las mujeres que habían venido de Galilea con
Jesús siguieron a José, observaron el sepulcro y vieron cómo había
sido sepultado. Después regresaron y prepararon los bálsamos y
perfumes, pero el sábado observaron el descanso que prescribía la
Ley.
A lo largo de mi vida he visto decenas
de cadáveres. Cuerpos jóvenes,todavía templados, sorprendidos con
la pregunta inexorable del por qué en sus labios. Cuerpos
raquíticos comidos por el cáncer o la
desnutrición, desenlaces lógicos sin necesidad de conjeturas sobre
la causa de su muerte. .Entre ellos, el cadaver de mi madre.En su cuerpo
inerte , su rostro reflejaba la huella de un profundo alivio
después de tanto dolor y sufrimiento, de tanto abandono entre las
paredes frías de la soledad del alzhaimer, de la vacuidad temporal
de su desarraigada demencia.
Al contemplarlo, un dolor profundo
conformó un espacio denso, pesado, plomizo; creó una atmósfera
seca,como el eco de un puñetazo, y aquel instante poderoso atravesó
mi alma con la descomunal imagen del Cristo yacente de Mantegna.
Espacio y profundidad ,líneas de fuga
hacia el centro de mi madre, hacia el misterio de quién ha dado, y
en ese instante preciso, entrega la vida. Eso era todo.
A pesar de que
la lamentación de Cristo es uno de los episodios bíblicos más caracterizados, la representación de Jesús de Mantegna en esta
pintura es singular y revolucionaria para la época. De hecho, los
diferentes planos de la composición enfatizan particularmente sus
estigmas (los agujeros en sus pies y sus manos se refieren
directamente al martirio que acaba de sufrir) y sus extremidades
inertes. El artista muestra un sorprendente ilusionismo, hasta el
punto de que las heridas de Cristo son inquietantes de mirar. El
cromatismo muy limitado contribuye al carácter dramático y mórbido
de la escena. Los tonos rosados y marrones no son inocuos y se
refieren al Cristo sin sangre. El frasco de la pomada está ahí
para recordarnos que su cuerpo, mortal, debe estar preparado.
Según los
hábitos del pintor, los personajes están inspirados en el arte
estatuario. Como piedra, el cuerpo de Cristo ya parece congelado.
Al mismo tiempo, este trabajo remarca el carácter humano del hijo de
Dios. Si ahora parece tranquilo, el sufrimiento ha marcado
profundamente su rostro. Luego se vuelve accesible, como un hombre
anónimo en medio de los hombres. Su halo es apenas visible,
etéreo. La composición de ángulo bajo y el marco ajustado ayudan
a dirigir la mirada del espectador hacia Cristo. Además, Mantegna emplea una perspectiva recortada , ya que según la regla de la
proporción, la cabeza de Cristo no debería ser tan grande. Este
último está tan bien desarrollado que casi olvidamos los caracteres
de la izquierda, que también están parcialmente fuera del marco.
El apóstol Juan
en posición de oración, la Virgen María llorando y María
Magdalena, a quien apenas podemos ver, se arrodillan ante el difunto
y lloran por él. Aunque su dolor es palpable, siguen siendo dignos.
Aquí, no hay una teatralidad excesiva, solo lo que se necesita para
moverse y causar la identificación del espectador, ubicado fuera del
marco como el llanto.
Realizado en la
última parte de la vida de Mantegna, este trabajo permanece en su
colección personal hasta su muerte. la pintura se coloca en su
catafalco durante su funeral antes de unirse a la colección
Gonzague. Reflejando el progreso artístico del Renacimiento, se ha
convertido con los años en el manifiesto artístico de Mantegna. La
soledad suprema de Jesús muerto, vencido, frágil como cualquier
ser humano; no es todavía el Cristo triunfante que resucitará al
tercer día y se les presentará a sus discípulos para dejar sentado
que él es el Salvador. Es la imagen de la sobriedad, la muerte del
individuo sin más, cuyo testigo es este cuerpo. Los muchos pliegues
de la sábana, de una riqueza cromática y de claroscuro sin igual,
moldean las piernas del difunto y sus genitales; pareciera como si
esta sábana lo arropase con amor y ternura.
Lejos queda ya
el valle del Cedrón camino del huerto de los olivos; atrás la
oración" en la angustia del espíritu". Entonces se le
apareció un ángel del cielo para fortalecerlo" ( Lucas
22:43-44), remota la multitud que avanza amenazante con Judas a la
cabeza;ahora, su mortal humanidad, solo espera las libaciones de un
frasco de ungüento en el borde derecho del mármol . Vacío y
silencio ante el aterradora imagen de un hombre que duerme en tensión
. Como escribe Rafael Argullol:" no hay muestras de la serenidad
que debería haber en la car del Redentor, una vez culminado su
sacrificio...Mantenga no transfigura los cadáveres en cuerpos
áureos, únicamente muestra su arquitectónica desnudez, su
abrumadora humanidad".
Salvo el cuerpo y su escorzo, todo lo
demás es accesorio. El cuerpo de Jesús está solo, únicamente lo
acompaña la sábana y la muerte.
Sin embargo, es ese el instante
decisivo. En ese tránsito entre la muerte y la promesa de la
resurrección,ante ese cuerpo inane y duro no hay consuelo ni
esperanza . Ahí radica toda la grandeza de Cristo; lejos de la
santidad hierática, en esa humanidad dolorosa se nos revela el
misterio.. Ninguna imagen es tan poderosa como ese silencio frío.
Extiendo mi mano en busca de la
diminuta urna, la abro, aspiro su aroma, y extiendo el ungüento
sobre el cuerpo de mi madre.
No hay comentarios:
Publicar un comentario