jueves, 14 de marzo de 2024

La dimensión salvífica del Réquiem de Mozart.

No preguntarme nada. He visto que las cosas cuando buscan su pulso encuentran su vacío.
Federico García Lorca, intermedio


  La realidad de la interpretación del  Réquiem mozartiano del maestro Currentzis no es otra que el tiempo de salvación que se realiza aqui y ahora .En el principio es la vibración, un movimiento ondulatorio que instaura patrones rítmicos y adopta colores o tonalidades, cuando no se despliega de forma seductoramente imprevisible. No hay que esperar al fin de los tiempos ni hay que hacer buenas obras para ganar esta salvación o exigirla a Dios como retribución por las mismas. La salvación significa perdón de los pecados y la consiguiente alegria de encontrarse con la misericordia infinita e inmerecida de Dios. Esta alegría se traduce en amor al prójimo.
La salvación del Reino de Dios se manifiesta también en que el amor de Dios llega a constituir las relaciones entre los hombres. Aparece así la dimensión comunitaria de la salvación, ésta no se entrega individualmente sino que se recibe y se desarrolla en una misión común. La salvación no supone una recepción pasiva que el hombre acoge, sino que abre al hombre y le empuja a darse a sí mismo, pues es en la reciprocidad donde el ser humano descubre la base de la realidad de ese amor que Dios va manifestando. Podemos, en este sentido, afirmar que salvación equivale a amor. Lo que se hace por amor tiene futuro aunque no siempre sea visible. Si es posibilidad continua, si es futuro quiere decir que el amor siempre pervivirá porque es lo que pone en contacto con esa dimensión trascendente que nunca acaba.
Teodor Currentzis no narra meramente el final de una vida y el anhelo de otra ; su Réquiem trasciende la condición de misa de difuntos, se reivindica como puerta abierta a otra dimensión de la misma realidad, potenciando el reconocimiento en vida de la energía sutil que perpetúa la vibración musical. La esencia de lo absolutamente extraordinario, de la que es parte el  maestro greco-ruso, la describió  Federico García Lorca  de manera bellísima en su "juego  y teoría del duende: "Estos sonidos negros son el misterio, las raíces que se clavan en el limo que todos conocemos, que todos ignoramos, pero de donde nos llega lo que es sustancial en el arte.(...)  Así pues, el duende es un poder y no un obrar, es un luchar y no un pensar. Yo he oído decir a un viejo maestro guitarrista: «El duende no está en la garganta; el duende sube por dentro, desde las plantas de los pies». Es decir, no es cuestión de facultad, sino de verdadero estilo vivo; es decir, de sangre; de viejisima cultura, y, a la vez, de creación en acto.Este «poder misterioso que todos sienten y ningún filósofo explica» es, en suma, el espíritu de la Tierra, el mismo duende que abrasó el corazón de Nietzsche, que lo buscaba en sus formas exteriores sobre el puente Rialto o en la música de Bizet, sin encontrarlo y sin saber que el duende que él perseguía había saltado de los misterios griegos a las bailarinas de Cádiz o al dionisíaco grito degollado de la siguiriya de Silverio.Así pues, no quiero que nadie confunda el duende con el demonio teológico de la duda, al que Lutero, con un sentimiento báquico, le arrojó un frasco de tinta en Nuremberg, ni con el diablo católico, destructor y poco inteligente, que se disfraza de perra para entrar en los conventos, ni con el mono parlante que lleva el Malgesí de Cervantes en la Comedia de los celos y las selvas de Ardenia.No. El duende de que hablo, oscuro y estremecido,descendiente de aquel alegrísimo demonio de Sócrates, mármol y sal, que lo arañó indignado el día en que tomó la cicuta, y del otro melancólico demonillo de Descartes, pequeño como una almendra verde, que, harto de círculos y líneas, salía por los canales para oír cantar a los grandes marineros borrosos.Todo hombre, todo artista, cada escala que sube en la torre de su perfección es a costa de la lucha que sostiene con su duende, no con su ángel, como se ha dicho, ni con su musa. Es preciso hacer esta distinción, fundamental para la raíz de la obra. El ángel guía y regala como san Rafael, defiende y evita como san Miguel, anuncia y previene como san Gabriel. El ángel deslumbra, pero vuela sobre la cabeza del hombre, está por encima, derrama su gracia, y el hombre sin ningún esfuerzo realiza su obra, o su simpatía o su danza. El ángel del camino de Damasco y el que entra por la rendija del balconcillo de Asís, o el que sigue los pasos de Enrique Susón, ordenan, y no hay modo de oponerse a sus luces, porque agitan sus alas de acero en el ambiente del predestinado. La musa dicta y en algunas ocasiones sopla. (...)  La musa despierta la inteligencia, trae paisaje de columnas y falso sabor de laureles, y la inteligencia es muchas veces la enemiga de la poesía, porque limita demasiado, porque eleva al poeta en un trono de agudas aristas, y le hace olvidar que de pronto se lo pueden comer las hormigas, o le puede caer en la cabeza una gran langosta de arsénico, contra la cual no pueden las musas que viven en los monóculos o en la rosa de tibia laca del pequeño salón. Ángel y musa vienen de fuera; el ángel da luces y la musa formas. (Hesiodo aprendió de ella.) Pan de oro o pliegue de túnica, el poeta recibe normas en su bosquecillo de laureles. En cambio, al duende hay que despertarlo en las últimas habitaciones de la sangre. Y rechazar al ángel, y dar un puntapié a la musa, y perder el miedo a la sonrisa de violetas que exhala la poesía del XVIII y al gran telescopio en cuyos cristales se duerme la musa, enferma de límites.
La verdadera lucha es con el duende."
[...]
Pero, apenas lograremos un acercamiento  a la esencia del Réquiem si no somos sensibles para el "fuego divino", si nuestra alma no está desplegada sobre un universo con un  sentido trascendente .
¿Qué fuego es ese que arde en la música que despliega Teodor Currentzis?

Let's be careful out there 

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