miércoles, 13 de marzo de 2024

Ecos del Auditorio Nacional de Música

La música  callada, la soledad sonora,
La cena quue recrea y enamora.
San juan de la Cruz, Cántico espiritual.

El silencio es tan preciso
Mark Rothko

Los enormes lienzos de Mark Rothko son un agujero en el corazón de la inmensidad. "Me hice pintor porque quería elevar la pintura al nivel de conmoción de la música y la poesía". Esta afirmación es quizá la más citada de Rothko, y no es difícil entender por qué. Más allá de su atractivo estético inmediato, expresa una conmoción propia que revela el compromiso poético de Rothko con su propia obra.
Sin embargo, lo más importante es que esta frase comunica directamente no sólo los objetivos de Rothko, sino el nivel en el que sus cuadros funcionan para alcanzar esos objetivos. Ésta es una búsqueda artística; un rastreo que bucea en la belleza y el poder emotivo de otras formas de arte y las adopta de un modo que habla no sólo de una búsqueda de lo bello, sino también de su propia dedicación y sinceridad en su empeño. De esta manera, pintar es una misión que asume con intencionalidad y un claro fin en su mente manifestando una actitud intransigente que mira hacia lo nuevo en su abrazo a lo antiguo.
Es sabido que en el universo de Mark Rothko la música era fundamental  para su propia sensibilidad estética, sin duda, pero también para la estructura y los modos expresivos que encontró como pintor, y desde la recóndita emoción que me producen sus cuadros y murales me atrevería a decir que era un pintor profundamente atravesado por la música. 
Extraigo esta convicción, en parte de mis propias interacciones personales con su obra  a lo largo del tiempo y en parte por el hecho decisivo de las sinestesias entre la luz  de sus cuadros y la música, que sentí durante la escucha del inigualble Requiem de Mozart ofrecido la  noche del pasado domingo  en Madrid por el maestro Teodor Currentzis. 
Además en el  énfasis en la “armonía y el equilibrio” y la reverencia por las formas clásicas que atraviesa la obra de Rothko siento ante sus grandes murales el júbilo, la angustia el arrobamiento, y el cataclismo extendidos en el lienzo, y advierto en toda su dimensión" La expresión simple del pensamiento complejo", máxima enunciada por Rothko  y Gottlieb  en la década de 1940 que irónicamente los dos artistas compusieron, no en un momento en el que pintaban las abstracciones reducidas y de escala expansiva por las que se harían famosos en la década siguiente, sino durante sus periodos neosurrealistas, cuando ambos pintaban obras de gran complejidad.
Ahondando en tal máxima, no hay mejor ejemplo de lo mucho que puede forjarse a partir del más simple de los ingredientes, que las composiciones mozartianas. Mozart es el maestro de la frase corta; sus temas cantan invariablemente incluso en su versión más compacta. Sus desarrollos se derivan entonces de esas melodías originales de la forma más natural  en lugar de extendidas maquinaciones contrapuntísticas pues la forma sonata, heredada de Haydn, daba estructura al proceso, concediendo a cada frase musical libertad gestual dentro de su papel prescrito en el desarrollo.
 Desprovistas de marco o de cualquier cosa que pudiera insinuar lo meramente decorativo, las pinturas seccionales de Rothko son simplemente pigmento sobre lienzo o papel. No hay barniz, ni cera, ni escorzo, ni perspectiva lineal, ni título. No hay historia. Son simplemente los propios materiales, a los que se deja que presenten el mensaje de la obra, sin adornos ni tapujos.
Los colores de Rothko son, como las melodías de Mozart, expuestos sin decoración, en libertad de resonar dentro de la estructura de sonata de las formas rectangulares. La transparencia que caracteriza el lenguaje compositivo de Mozart impregna también el de Rothko cuando el  artista diluye sus óleos y témperas para permitir que irradien las "voces interiores" de sus cuadros. 
La simplicidad de la superficie admite vistas en capas que de otro modo permanecerían ocultas. No obstante,  es una sencillez engañosa pues encubre desde su profundidad algo más complejo: Visto y no visto.
Este reino de lo visto y lo no visto sirve como metáfora de otro lugar de contacto entre Rothko y Mozart: el mundo de la contradicción emocional. Cuando le preguntaron por su sentimiento de parentesco con Mozart, Rothko respondió "que entendía a Mozart porque el compositor siempre estaba "sonriendo entre lágrimas". Esta imagen, como un arco iris que brilla mientras cae la lluvia, capta con precisión el nudoso mundo emocional en el que habitan los cuadros de Rothko. La alegría se endulza con el recuerdo del dolor soportado para alcanzarla. El dolor se intensifica por el sabor persistente de las cosas queridas que se han perdido. La obra de Rothko, como la de Mozart está inflamada por esta mezcla de sentimientos. No importa la simplicidad de sus medios pues la  genialidad y la sensibilidad  son siempre complejas, y estan teñidas de los muchos componentes que se combinan para formarlos; los que están relacionados con la situación que se está viviendo y los que no deberían tener ninguna relación con ella, pero que brotan de un asombro antiguo, el único que perdura.
Para Mozart, como para los griegos, el drama implicaba intrínsecamente la narración, la historia utilizada como vehículo de las ideas esenciales. Para Rothko, sin embargo, que de hecho hablaba de sus cuadros como "dramas", es la interacción entre las figuras humanas lo que constituye el eje principal del drama, más que la historia en sí. Y aunque Mozart era ciertamente experto en ilustrar una historia a través de la música, encontramos su escritura operística más profunda en la interacción entre los personajes. Es el maestro del dúo, el trío y el cuarteto, donde el argumento musical y la interacción son tan convincentes como el toma y daca teatral entre los personajes.
A través de los contornos emocionales de la música de Mozart, estos personajes cantan no sólo sus propios problemas, sino el dilema humano.
Asi, "el arte debería llevarnos al reino del escalofrío por la espina dorsal, el dolor anhelante en el estómago, la oleada de euforia que nos deja sin aliento".
 Rothko observó detenidamente el arte y la arquitectura griegos, romanos y egipcios, y leyó teatro y filosofía griegos, pero también lo escuchaba destilado en Mozart. "Para Rothko, la armonía estética estaba vacía sin ese elemento trágico", escribe Greenhalgh: "Rothko esperaba que sus pinturas transmitieran emociones humanas básicas (tragedia, éxtasis, fatalidad) y eso proviene de la tragedia, que a su vez surge de la música".
A la hora de desarrollar la estructura compositiva de su obra, no podemos dejar de  señalar lo activamente que influyeron en Rothko los ejemplos de la arquitectura clásica, en particular los templos que, según bromeaba, había estado pintando toda su vida. 
La geometría simple y elemental de la arquitectura clásica ha sido referenciada, imitada y apropiada durante siglos, en parte porque existe un ritmo intrínsecamente orgánico y armonioso en sus formas  y proporciones. 
Los lienzos clásicos no representan  para él  una nueva expresividad a través del lenguaje del color, sino la culminación de sus esfuerzos por estructurar sus obras en una nueva simplicidad: una simplicidad formal que establece parámetros claros al tiempo que permite una declamación dinámica e inequívoca. Sus pinturas de campos de color son como un aria de Mozart, donde la pureza de la forma y el paisaje armónico establecido por las cuerdas de sostén enmarcan la línea vocal pero también la liberan, haciendo posible la comunicación más apasionada. 
La estructura de los cuadros de Rothko también tiene un carácter notablemente musical. Me refiero a la armonía y el equilibrio dentro de cada cuadro que, en obras de una sencillez tan aparente, es absolutamente esencial" para que suenen" con claridad y sonoridad. En cuanto a la armonía, existe una verticalidad esencial en el tejido de los cuadros de Rothko, porque sus colores y formas se superponen y disponen unos sobre otros como las notas de un acorde musical. Al igual que esas notas, los elementos pintados existen individualmente pero se perciben como un todo, y su impacto en el espectador/oyente es el resultado de su interacción mutua.
Los cuadros de Rothko, en su vertiente más afectiva, nos involucran en una experiencia corporal completa que toca todos los sentidos. En el nivel más básico, vemos los cuadros, pero si suspendes la experiencia de todos tus receptores sensoriales, estarás realmente ciego para ver un Rothko. Al igual que la música, los cuadros de Rothko ofrecen una puerta a nuestro interior. Evocan una reacción visceral que, a su vez, despierta sentimientos y compromete nuestra mente. De este modo, proporcionan un nivel básico de conexión humana que comienza entre el artista y el espectador, pero se extiende a cómo hablamos con el mundo que nos rodea.
"Me hice pintor porque quería elevar la pintura al nivel de conmoción de la música y la poesía". Para Rothko, no se trataba de un objetivo filosófico. No era un reto técnico. Era una necesidad de hacer que su obra hablara con el mayor afecto posible." El arte debe llevarnos al reino del escalofrío por la espina dorsal, el dolor anhelante en la boca del estómago, la oleada de júbilo que nos deja sin aliento". Así es como la música y la poesía nos tocan más poderosamente. Para Rothko, la pintura también debe hacerlo.
Los colores, vibrantes y muy diluidos, aplicados en veladuras sucesivas, te envuelven introduciéndote en un nuevo tipo de espacialidad ajena a cualquier noción mesurable.
El cielo y el infierno, separados en la tradición por un enorme abismo, quedan mágica y aterradoramente unidos en el arte de los dos artistas.


Let's be careful out there 






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