lunes, 19 de febrero de 2024

Relato de una experiencia de escucha

ἀξύνετοι ἀκούσαντες κωφοῖσιν ἐοίκασι· φάτις αὐτοῖσι μαρτυρεῖ παρεόντας ἀπεῖναι.
Heráclito de Éfeso
Fragmento 2 (22 B 34 DK)

Incapaces de comprender mientras escuchan se parecen a sordos. Les sirve de testimonio el dicho: aunque presentes están ausentes.

La naturaleza [φύσις] ama esconderse [κρύπτεσθαι φιλεῖ].

La vida [αἰών] es un niño que juega [παῖς ἐστι παίζων], que mueve las piezas en el tablero [πεσσεύων]: reino de un niño [παιδὸς ἡ βασιληίη]
Heráclito, 22 B 123; 22 B 52 DK

Est-il possible de parler de la musique, sans que ce soit parler sur la musique. La capter comme une force plutôt que la capturer comme un objet. Parler à côté, en se déplaçant, en se mettant en mouve- ment?
Michel Foucault, Le temps musical

É possível falar de música sem falar de música? Capturá-la como uma força e não como um objeto. Falar com ela, mover-se com ela, pô-la em movimento?
Traducción,R.Ferreira 



El 13 de febrero de 1995, el saludo inicial desde el centro del coso milanés de Keith Jarret marcó un acontecimiento histórico. Fue la primera vez que el Teatro alla Scala permitió a un músico de jazz ser cabeza única de cartel. Sin embargo, el acontecimiento quedaría en un frío valor numérico ( como la primera vez) sino fuera porque Keith Jarret además de ser ,por supuesto, un excelso pianista, su genio no aportara como plusvalía, una gran cantidad de música que no es menos operística que la que normalmente adorna su escenario. Porque de la misma manera que la ópera encarna una floreciente intersección de texto, actuación y sonido, Jarrett traduce sin disculpas la vibración, el sentimiento y el compromiso a través de la lente del cuerpo hasta que su prisma colectivo se abre como la cola de un águila, o el deseo de una mujer. Así comienza otro de sus improvisados ​​conciertos de piano, que en este caso augura un tic en la piel del espacio-tiempo hasta hacerla sangrar.
El melodioso desarrollo de la Parte I opera como una especie de  inquebrantable búsqueda del ser del Ente, una música heideggeriana . No puedo evitar leer matices de mi infancia en los 45 minutos que se materializan ante nuestros oídos. Lo siento en el asombro inverosímil de los momentos más delicados; en la expulsión de aire que, con solo pisar un pedal, sale rodando como un balón en los pies de Martín Vázquez; en los diamantes autorreferenciales que brillan en su interior: sombras de Colonia , de Gurdjieff  (aunque aquí parece estar haciendo más “escribir” que “leer”), de monumentos aún por descubrir. Pueden adivinarse las manos juntas de Jarret al principio, prestas  para abrazar la intimidad que toma forma entre ellas, enjaulando a un pájaro cuyo vuelo todavía es un sueño. Sus dedos se mueven en gradaciones de la misma manera que la luz del sol cambia su constitución según el paso de las nubes. A medida que la densidad crece hasta convertirse en un verdadero laberinto de matices, Jarrett concentra su mente en una solución y traza ese camino a través de la voz. Pareciese mezclar su aliento con el de todos quienes lo escuchamos, girando sobre un eje de plenitud en una  sensación de paz profunda, como de arena entre los dedos de los pies segundos antes de un orgasmo. Los dedos pintan jardines colgantes con la persistente luz del día, recogen todas la uvas  equivalentes a toda una noche de placer en un solo racimo que al marchitarse no son más que un tallo. Atrapados en su llama reflexiva transforma el sabor de esas uvas  en algo audible, su continuidad es una magia en sí misma, un sutra del diamante sin palabras. Así,  termina la parte I termina en  pleno extasis, cambiando gradualmente el plano de su existencia hasta dejar atrás una esfera completa e impenetrable que, aunque translúcida, se fortalece contra los caprichos de la interpretación.

La parte II acerca un microscopio a un remolino de cismas. Breves toques de pedal y carreras florecientes y cerradas culminan en el inicio de un regate de Maradona. La música se acelera, se comprime. Exploraciones meticulosamente detalladas del registro superior del piano desencadenan una serie de nuevas impresiones. Partícula a partícula, Jarrett construye una nube de lluvia y mueve su contenido con dedos de inspiración. Poco a poco, su mano izquierda denota una gravedad más profunda, cayendo sobre rocas y alisándose en la superficie cristalina de un lago lejano. Allí perdura algo de vida y el beso de la muerte se siente tan lejano como el horizonte. Esto se funde en uno de los túneles de luz más profundos de Jarrett. Se eleva en un modo Gershwiniano, cubriendo la tierra con polvo de estrellas antes de seguirnos con pasos sigilosos, la estela de una marea desenfrenada.
Jarrett no pinta mundos de transiciones, si no transiciones de mundos. Cada momento es el fragmento de un meteorito más grande, cuyo rostro sólo se puede escuchar pero nunca ver, cuyas lágrimas se pueden saborear pero nunca derramar. Esto hace que su decisión de concluir con una interpretación de “Over the Rainbow” sea mucho más allá de lo conmovedor. 
La Scala se destaca en el archivo sonoro  de Jarrett por volverse más ausente a medida que aumenta su intensidad. Saca a relucir ritmos tácitos con pisadas fuertes, no pintando vistas externas sino diagramas anatómicos íntimos, de modo que cuando los acordes se vuelven más densos y la música se resuelve más plenamente, se siente como una disolución. La relación entre sonido y efecto, entonces, no es causal. El hecho de que estos estilos habiten en la misma música no significa que habiten en el mismo cuerpo. Es más bien que Jarrett se permite estar en sintonía con su mezcla, inscribiendo cosas en tiempo real como si fueran evidentes llevandonos a un no-lugar al que sólo se puede acceder desde un lugar maravilloso. Apenas cuesta imaginar al genio de Allentown repitiendo la respuesta del marinero al infante Arnaldo: yo no digo mi canción sino a quien conmigo va...

Let's be careful out there 









No hay comentarios:

Publicar un comentario