jueves, 15 de febrero de 2024

Nada más somos que una marcha

La dulzura nos visita. No la manipulamos ni la poseemos jamás. Hay que eceptar entrar en sus mareas, recorrer sus caminos huecos, perderse para que sobrevenga algo inédito.
La dulzura es una relación con el tiempo que encuentra en la pulsión misma del presente la sensación  de un futuro y un pasado reconciliados, es decir, de un tiempo no dividido. Este tiempo reconciliado permite la vida.
La revolución intima de la dulzura es en potencia la realización de una libertad inactual, que nos saca de los campos de la repetición y la melancolía. La dulzura provoca violencia porque no le ofrece ninguna presa posible al poder.

La dulzura de vivir, ¿ es un estado de gracia, o el fruto de una difusión continua? ¿ no sería entonces sino el movimiento visible de una lenta y larga metamorfosis cuyo balancín secreto sería la libertad?

Anne Dufourmantelle, Potencia de la dulzura.

En ciertas prácticas religiosas, el "chamán" es un mediador dotado de facultades extraordinarias, un taumaturgo capaz de curar enfermedades, elevar al éxtasis y ponerse en contacto con poderes celestiales e infernales. ¿En qué sentido, aunque sólo sea metafóricamente, fue Martin Heidegger el último "chamán" del pensamiento? ¿El último representante carismático de la gran filosofía? ¿Cuál es el secreto de su perdurable presencia en el debate cultural contemporáneo? No cabe duda de que figura entre los maestros más influyentes y controvertidos del siglo XX, y de que su obra merece un lugar entre los clásicos de todos los tiempos de la filosofía. Sin embargo, no es sólo eso. Desde el principio, desde sus primeras conferencias legendarias de la década de 1920, había algo de brujo en su filosofía. En su martilleante confrontación con los textos de la tradición occidental, en su capacidad para hacerlos palpitar y darles nueva vida, se percibía un aura por la que se sintieron atraídos legiones de jóvenes estudiantes, muchos de ellos destinados a convertirse en protagonistas de la cultura del siglo XX: Karl Löwith y Hans-Georg Gadamer, Hans Jonas y Hannah Arendt, Max Horkheimer y Günther Anders, Leo Strauss y Herbert Marcuse, Emmanuel Levinas y Eugen Fink. Incluso antes de la publicación de Ser y tiempo, la obra maestra de 1927 que dio a conocer súbitamente a Heidegger al mundo, circulaban rumores en Alemania de que una nueva estrella se alzaba en el firmamento del pensamiento alemán. Se decía que era el nuevo "rey taumaturgo" de la filosofía. No es de extrañar que fuera Hannah Arendt quien lo recordara con tanto entusiasmo, ni que quienes eran admiradores de Heidegger se asociaran a ella. Es bastante elocuente, sin embargo, que quienes fueron sus acérrimos adversarios y severos críticos de su pensamiento coincidan en el mismo juicio. Leo Strauss, por ejemplo, que consideraba la filosofía heideggeriana como la forma más peligrosa de nihilismo, habiendo escuchado las conferencias de Weber y Heidegger, escribió a su amigo Rosenzweig: "Weber, en comparación con Heidegger, me parece un 'huérfano' en cuanto a precisión, profundidad y competencia". Y continuaba: "Escuché la interpretación de Heidegger de ciertos pasajes de Aristóteles, y algún tiempo después oí a Werner Jaeger en Berlín interpretar los mismos textos: la caridad quiere que limite mi comparación a la observación de que no hubo comparación".Pero aún más elocuente es el testimonio de Karl Löwith, que primero fue amigo y confidente de Heidegger, y luego su crítico y adversario. Su evocación de la personalidad del maestro, recogida en unas memorias autobiográficas de 1939-1940, por tanto de antes de la guerra, merece ser recordada íntegramente: "Entre nosotros", escribe Löwith, "Heidegger era apodado 'el mago de Meßkirch'... Era un pequeño gran hombre misterioso, un hábil encantador, capaz de hacer desaparecer ante los espectadores lo que acababa de mostrar. Su técnica expositiva consistía en construir un edificio conceptual que luego él mismo derribaba para situar al ansioso oyente ante un enigma y dejarlo suspendido en el vacío... En sus conferencias hablaba sin gestos ni efectos retóricos, concentrando su mirada en unas hojas manuscritas que sostenía delante de él. El único recurso retórico era una sagaz sobriedad y una frialdad expositiva, así como la calculada tensión que confería al riguroso desarrollo de sus tesis ... Sus conocimientos eran tan ilimitados como la desconfianza de la que surgían. El fruto de esta desconfianza fue una crítica magistral de todo lo que quedaba de la tradición. Su formación científica fue toda de primera mano. Su biblioteca no era una colección de libros, sino que se limitaba a las obras clásicas que había estudiado profundamente desde su juventud. Los textos fundamentales del mundo antiguo, de la Edad Media y de la Edad Moderna le eran igualmente familiares, mientras que despreciaba la sociología y el psicoanálisis. Su crítica sin límites de todo lo que conocía de las actividades culturales y educativas nos atraía y repelía simultáneamente. Mientras tanto, él mismo vigilaba con recelo las entradas y salidas de su trinchera, en la que, sin embargo, no se sentía nada cómodo... Hijo de un simple sacristán, con su profesión se convirtió en el exponente apasionado de una clase cuya legitimidad negaba. Jesuita por vocación, se convirtió en protestante por indignación, dogmático escolástico por formación y pragmático existencial por experiencia, teólogo por tradición y ateo como erudito, negando su tradición como su historiógrafo. Existencialista como Kierkegaard, con la voluntad sistemática de un Hegel, tan dialéctico en el método como monolítico en el contenido, apodíctico y asertivo por espíritu de negación, taciturno con los demás pero curioso como pocos, radical en las cosas últimas y dispuesto a transigir en las penúltimas: tan ambiguo era el efecto que este hombre producía en sus alumnos, que sin embargo seguían encantados con él porque superaba con creces a todos los demás filósofos universitarios en la intensidad de su voluntad filosófica".3 Una alquimia de mezclas y contrastes que hace fascinante y enigmática la personalidad filosófica de Heidegger. En él coexisten almas en las antípodas y poderes irreconciliables. La del hombre de ciencia, que conoce y practica el rigor del concepto y del cuestionamiento, y al mismo tiempo la del flautista de Hamelin, el mistagogo, el seductor que encanta con su música y sus palabras. Un maestro en ambos registros: de la lógica y de la seducción, de la argumentación y de la imaginación, de la razón y de la visión. Heidegger se sentía encargado de una misión y guardián de un misterio del que sólo él parecía poseer la clave. Para él, el camino hacia la Verdad no era la suma de lo conocido, no estaba pavimentado con conocimientos universales y por tanto accesibles a todos los hombres de buena voluntad. La Verdad, el Ser, era para él algo que "ama ocultarse", algo por su propia naturaleza "secreto", que no puede alcanzarse mediante el pensamiento lógico-discursivo, sino como mucho "vislumbrarse" e "intuirse". Lo que el poeta o el pensador pueden hacer con ello es, si acaso, un pequeño robo prometeico. Muy pocas personas pueden presumir ahora de haber asistido a una charla, conferencia o seminario de este "chamán" del pensamiento. Hemos tenido la suerte de conocer a algunos de ellos y recoger sus excelentes testimonios: Hermann Heidegger, hijastro del filósofo, Ernst Jünger, Hans-Georg Gadamer, Ernst Nolte, Armin Mohler. Todos ellos -a excepción de Mohler- mantuvieron una estrecha relación con Heidegger, y sus relatos nos ofrecen una imagen redonda de su personalidad, amenizándola con anécdotas y aspectos inéditos. A través del acceso biográfico, sus conversaciones abren al mismo tiempo una mirada a los motivos fundamentales del pensamiento heideggeriano. La entrevista con Mohler completa el cuadro deteniéndose en las figuras de Ernst Jünger y Carl Schmitt, que junto con Heidegger constituyeron la expresión más elevada e intrigante de la intelectualidad alemana bajo el nacionalsocialismo. Han pasado ya cuarenta y ocho años desde la muerte de Heidegger. ¡Cuarenta y ocho! en los que la superposición de acontecimientos ha acortado drásticamente el tiempo de la memoria y el ritmo de la reflexión. Sin embargo, el pensamiento de Heidegger sigue ahí para ser cuestionado e interpretado como un gran clásico, sin que el debate contemporáneo consiga agotarlo seriamente. Heidegger está más vivo que nunca.

Let's be careful out there. 

No hay comentarios:

Publicar un comentario