jueves, 8 de febrero de 2024

Inmerso en la consciencia de la infinitud

¡Ay! La verdadera fuente de la vida está junto a ti, y has levantado una piedra para adorarla. 
Kabir
Con estanque de luz, más allá.
 Yorgos Seferis

Venus temblando húmeda y pura sobre el horizonte, en un cielo de un azul casi negro. Me esfuerzo por leer en su luz y de esa luz brotan, durante unos segundos, los momentos en que he sido más feliz. Algo debe de haber en esa estrella. O más allá de su luz temblorosa, muda. Allá arriba debe de estar la verdadera vida, puesto que todo lo que en nosotros está vivo no cesa de ascender: árboles, aves, miradas. Por el contrario, todo lo que muere busca la caída hacia la tierra: hojas secas, aves heridas, la mirada del hombre derrotado.


Hay momentos en que tenemos la certeza de que no sabemos absolutamente nada. Sin embargo, no nos desesperamos, pues sabemos que en el fondo es una idea iluminadora, feliz. Es precisamente en esos momentos cuando nuestros labios repiten: «Solo sabemos que no sabemos nada y que además no deseamos saber nada». Porque hay ocasiones en que esa nada puede ser el todo, un vacío del que brota la plenitud de ser.


A veces, la mujer es ese resquicio por el que el mundo nos deja ver su carácter divino. El cuerpo de la mujer a nuestro lado o entre nuestras manos: el buen oro de lo misterioso fundido y solidificado, el Sueño cristalizado ¿Una prueba más de la sacralidad del mundo?


Todo es astral, digan lo que digan las mentes más radicalmente racionalistas. El autor del Eclesiastés pareció fijarlo muy bien. Hay días para leer y días para pasear, días para penar y días para gozar, días para plantar árboles y días para quedarse inmóvil en el lecho. Habría que ver hasta qué extremo la voluntad influye en lo astral. La oscura mecánica celeste contra la no menos oscura mecánica de nuestros nervios y de nuestras sangres. Esta es la gran cuestión, la gran batalla que a veces debemos entablar cada día, cada hora.

La prisa es una carrera hacia la muerte. La lentitud detiene el tiempo, ensancha el instante, propaga la vida en armonía.
Antonio Colinas, Tratados de armonía. Ed. Siruela

I
Estos poemas nacen de tu ausencia. Mira mis labios: están secos, solos. Tantas noches pasaron a los tuyos unidos, apurando cada poro de tu ser, que hoy no tienen ya razón para existir aquí, en el abandono. También el aire muere entre los robles y en sus copas se extinguen, poco a poco, los silbos de los pájaros, la queja emocionada del ocaso rojo. Todo muere. Las barcas van cansadas sobre las aguas muertas. Suena ronco el golpe de los remos. Te diré que, además de tu ausencia, ahora noto el desamor sembrado en mis entrañas como una muerte lenta, como un lloro. El desamor, las huellas del recuerdo, el sentir deshacerse cada gozo, descubierto a tu lado, sin remedio. Mira mis labios, mírame a los ojos desde la estancia oscura donde sueñas. Piensa, por mí que aún puede haber retorno para estos labios mudos, para el pecho en soledad que te aceptó amoroso.

 II 
Si a mi lado vinieras esta noche como el agua del lago hacia las rocas, otros sueños mejores gozaría en la presencia tierna de tu boca. Amor, entro en los bosques y pregunto por tu voz, mientras suena temerosa de tu ausencia, la mía y los murmullos apagados del viento entre las frondas. Un corazón de música, unas venas fluyendo en armonía silenciosa, cinco estrellas perdidas en mis manos, una hoguera de nieves o de rosas, de fuego enamorado, te persiguen más allá de los montes, de sus sombras. La lluvia fría de los astros puros acaricia mi frente. Amor, si ahora vinieses a mi lado, cuánto gozo libaría la noche temblorosa en mi pecho encendido, cuánta música destilarían estas cumbres hoscas. De un lado para el otro, interrumpiendo el sonido del aire, van las olas, la canción de la noche, larga, eterna. Sobre la yerba siento cada hora, cada instante fugaz que deja el tiempo, el rocío de los astros, los aromas. Pongo mi oído sobre el pecho en calma de la tierra que gira y suena sorda la sangre de tus venas. Y, turbándome, pasas la noche, amor, por mi memoria.
Antonio Colinas, Poesía completa. Ed. Siruela

Let's be careful out there. 




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