lunes, 5 de febrero de 2024

El tamaño del mundo

“Toda interpretación pende, juntamente con lo interpretado, en el aire; no puede servirle de apoyo. Las interpretaciones solas no determinan el significado”
 Wittgenstein, Investigaciones filosóficas

A minha vida parece acabar na janela
António LoboAntunes, Quarto livro de crónicas. Ed. D. Quixote 

Calamares y mejillones.La intensidad y la sensualidad. 
Breve reseña:
"Mi vida parece acabar en la ventana", escribió António Lobo Antunes en la crónica O Tamanho do Mundo (El tamaño del mundo), que forma parte del Quarto Livro de Crónicas (Cuarto libro de crónicas) (D. Quijote, 2011) y del que tomó el título para su 32ª novela, O Tamanho do Mundo, que salió a la venta el día en que el autor cumplió 80 años. La frase hace referencia al confinamiento del que sus obras parecen emerger cada vez más. Es a partir de este espacio de semiconclusión espacial, pero sobre todo narrativa, que Lobo Antunes busca el lenguaje que mejor encaje no con una explicación del mundo, sino con una armonía con el lenguaje del propio mundo.
Qué lenguaje para el caos, para el silencio, para la soledad - "la soledad se mide por el crujido de los muebles cuando estás solo"-, para el consumirse, para la muerte - "no sé lo que es la muerte, para mí no es más que una capilla provinciana con lluvia fuera"-, para la enfermedad, para el desajuste con la imagen que ves reflejada en el espejo, para el amor, para el sexo, para la pobreza de un "carrito de la compra casi vacío", para la infancia: "por ejemplo, los que no fueron felices de pequeños entienden mejor el pasado, recordando lo que no tuvieron con una sonrisa nostálgica". Qué lenguaje para "el odio feroz del mundo. "Mi vida parece acabar en la ventana". La frase hace referencia al confinamiento del que sus obras parecen emerger cada vez más. Es a partir de este espacio de semiconclusión espacial, pero sobre todo narrativa, que Lobo Antunes busca el lenguaje que mejor encaje no con una explicación del mundo, sino con una armonía con el lenguaje del propio mundo.
El lenguaje es cada vez más poético, circular, con los cortes y repeticiones que ya esperábamos, pero aquí parecen adquirir un ritmo más lento, como si el tiempo corriera y en el proceso abriera espacios para más yuxtaposiciones, con cada uno de los diecinueve capítulos funcionando como un círculo de significado, abriéndose a otro; cada uno una voz narrativa que corresponde a uno de los cuatro personajes principales de los que se compone la novela en diferentes etapas de sus vidas. Un hombre de 77 años lidia con el recuerdo de la época en que visitaba un sótano en los suburbios. Allí tenía una hija pequeña y una relación con una mujer humilde con la que nunca quiso comprometerse. La hija de ese hombre y su relación silenciosa con su poderoso padre. Una mujer más o menos de la edad de la hija "que cuida" del anciano, y un abogado también de origen humilde, amante de la secretaria y guardián de la fortuna que está acumulando la mujer que cuida del anciano.
En torno a estos personajes gravitan otros, algunos de ellos tomados de novelas anteriores. Es el caso de Deodata, dama de muchas canciones, procedente de O Esplendor de Portugal (1997), o de Ginja, de Os Cus de Judas (1979). Pero la sensación es que en este libro António Lobo Antunes revisita toda su obra. Ya sea en cuanto a los temas, no siempre de forma obvia -como la Guerra Colonial-, sino en la forma de llegar hasta aquí en el lenguaje, casi como si hubiera ido recorriendo un camino para formar un círculo que aquí se simplifica o perfecciona en la sólo aparente mayor facilidad con que este libro se presenta al lector.
Como el narrador de la crónica, de esa vida que termina en la ventana -dentro de ella o mirándola desde ella- António Lobo Antunes escribe sobre el mundo de forma cada vez más refinada y llega a un momento crucial en esta búsqueda. "Tengo setenta y siete años y todavía me queda mucho por recorrer", dice el primero de los narradores/personajes, a quien le falla la memoria - otro de los temas de António. El hombre que dice que la soledad se mide por el crepitar de los muebles por la noche, pero también que "la soledad es una tubería que vibra dentro de la pared, la protesta de esa tabla en el suelo que se indigna si la piso, una mancha de humedad, sólo una pequeña isla por el momento, que crece en las baldosas".
Estamos en espacios cerrados, casi siempre. Estrechos, oscuros. A partir de ellos se mide el mundo. Un mundo de aprehensión del espacio y del tiempo. Rural, urbano, de barrio, un mundo siempre interior hecho de napperones sobre los muebles -otra repetición- y de desorden en los pensamientos, pero visto desde el interior de "un sótano de un jardincito con columpio", de una plaza suburbana, con palomas a hombros -los pájaros, otra fijación-, desde un "sótano", desde "una casa llena de sombras y tazas", desde la "cama de una planta baja infinita" o desde una mansión con vistas a las luces de Almada, desde un pueblo hundido en un embalse. Es en este interior donde se construye el lenguaje en busca de significados capaces de abarcarlo todo. La soledad, el amor, la memoria, la pobreza, la muerte, la enfermedad, el marchitamiento del cuerpo y la forma en que el tiempo actúa sobre un rostro. Y cómo todo en él puede mirarse por separado. Los ojos, la nariz, las orejas. La forma en que ese rostro se compone cuando se despierta, cada parte de él intentando encontrar su lugar en el rompecabezas. "¿Qué somos cuando estamos dormidos? Explícamelo".
Categorizar las novelas de Lobo Antunes es un error. Entras en una y te das cuenta de que sólo puede ser uno de sus territorios. Son crónicas de la vida cotidiana, tratados sobre el lenguaje en los que hay un dominio ejemplar del habla de hombres y mujeres solos, sobre todo del habla popular; frases que funcionan como un coro en la tragedia de la que se hace pensamiento cuando hay miedo a la muerte, a la pérdida, al olvido, cuando hay trauma. La repetición es a la vez canción y demencia. A veces es una canción demencial. Otras veces estalla en humor - "¡Te gusta lo verde! o algo así como la col rizada"- y todo adquiere forma de sátira, de burla de una sociedad en la que los poderosos se burlan de los "sin poder" que utilizan el dedo meñique, de denuncia de "los que no han nacido en la abundancia". Podría ser una crónica basada en una pregunta, "¿cuál es exactamente el tamaño del mundo?", en la que se ejerce una respuesta que sabemos que siempre falla. Pero ésta, la novela más corta de António Lobo Antunes, también puede ser un poema a cuatro voces, basado en un centro: cómo encontrar la mejor manera de decir lo que nadie ha conseguido decir todavía. Lleva intentándolo desde 1979, cuando publicó Memória de Elefante. Lo ha estado intentando incluso ahora, 43 años después: "La soledad es una lágrima de grifo que recorre la oscuridad desde la cocina". O "pensándolo bien, la soledad (...) se mide por cartones de yogur vacíos con una cucharada de café dentro".
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Ahora el artículo, (en parte origen del libro) del Quarto Livro de Crónicaspag 277): 
 El Tamaño del mundo.

En las tardes lluviosas siempre es así: una vaga melancolía, añoranza de algo que ni siquiera conozco, aparte del hecho de que mi vida parece terminar en la ventana y, hacia la ventana, tristeza ante los árboles que de repente se me aparecen con forma humana. Personas que una vez conocí o que ni siquiera existen, una a una frente a mí, saludando. El deseo de tener un gato. El deseo de escuchar la  Patética en la radio. Un patio soleado, un estanque, patitos. Juguetear con las pesas de las balanzas de cocina que ya no existen, todas idénticas, cada vez más pequeñas, metidas en los agujeros, también cada vez más pequeños, de una caja de madera. Las pesas tenían un asa de la que tirar y faltaban una o dos. Me sentí como en una despensa con tarros de mermelada cuyas tapas estaban cerradas con un paño y un cordel  alrededor para mantenerla cerrada. Yo solo no podía deshacer el nudo. Olores a queso. La puerta del patio dando un portazo con el viento. ¿Alguien que salió y nunca volvió? El Sr. Januário a mí
- El mundo es grande, muchacho y su bigote amarillo por el cigarrillo. ¿De qué murió? Un día me dijeron
- El Sr. Januário murió
y la mujer pegó un trozo de papel con una cruz negra en el escaparate. El bigote amarillo del cigarrillo ha desaparecido hasta hoy. Y la fruta detrás del escaparate se llenó de repente de significado, mientras el carro con el señor Januário viajaba hacia el norte, llevando la grandeza del mundo entre las flores.
- Yo iba a bordo como un niño
esto para mí, que nunca había estado en un barco y lo que me habían ofrecido hasta entonces, en cuanto al mar, eran rocas y playas, por no hablar del fotógrafo ambulante que hacía retratos muy oscuros con una cámara de trípode. Los sacaba de un cubo, goteando
los dejaba secar
y se quedaban pegados en una pinza de la ropa durante un tiempo. Me llamo António y pensaba que cada gota se llevaba parte de la imagen consigo. Realmente es un mundo muy grande, señor Januário. No sé nada de la vida y quería ser escritor. Al final de la lluvia, los insectos. Aquellos con alas transparentes que asustan y zumban. Otros sin alas, con una corona de patas, subiendo y bajando terrones, obstinados y ciegos. Tantos misterios, tantos ruidos en la casa, el nuevo mandarino incapaz de beber agua sin ayuda. Trivialidades muy importantes que los años me han arrebatado, almanaques sin tapas, pasiones naufragadas. Si pudiera decir esto con un toque muy ligero, con palabras ligeras que los ojos casi no necesitan tocar, enseguida entran en nosotros como las luces de las casas abandonadas de salón en salón: si nos acercamos, se suspenden un instante, desaparecen y cuando desaparecen, no habían nacido. Me llamo António y qué misterio de nombre. Si mi nombre hubiera sido otro, ¿qué habría hecho con mis días? Una palidez azul bajo la lluvia y mi cama más despejada. ¿Me despertaré mañana crecido? ¿Envejeceré así? ¿Nos hablará el Sr. Januário de una nada de ausencias? El señor Januário, el señor Hermes, el señor Norberto que tocaba la flauta en un taburete de lona. Era relojero, se metía un tubo en la cuenca del ojo y fijaba el tiempo. Luego cayó enfermo y el tiempo dejó de molestarle. La flauta en el estuche a su lado y sus dedos equivocándose en la suma. ¿Ocho, diez, catorce? decía
-Catorce
y empezaba de nuevo, aprensivo, porque hacía un rato sólo tenía nueve.
Su hermana sacudió la cabeza, los contó por él, demostrándole que tenía diez, con la súplica en su rostro afligido
No te burles, muchacho
mientras el Sr. Norberto, sorprendido
juraba que catorce
tirando de su manga
¿Seguro que son diez?
y la flauta callaba. Su hermana le trajo sopa
- La sopita
El Sr. Norberto mirando la cuchara
- No puedo rodearla con los dedos
y no me burlé de ello, asombrado, mientras los insectos de alas transparentes zumbaban y zumbaban. No sólo bajo la lluvia los árboles me parecían humanos. Las gafas de la hermana del Sr. Norberto, pegadas con pegatinas, humanas. Su pequeño anillo. Sus zapatos.  En Una ocasión me llamó aparte:

- Mi madre llevaba una flor en el pelo cuando era joven.
Y estaba orgullosa de ello, sonrojada. Su boquita temblaba. Si yo fuera fotógrafo de playa y la fotografiara así (- Déjela secar)
se notaría en la película, se notaría el tamaño del mundo en la película.

Traducción, R.Ferreira 
 
Let's be careful out there 


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