miércoles, 21 de febrero de 2024

Enciende otra cerilla, comienza de nuevo

No te quedes inmóvil
 al borde del camino 
no congeles el júbilo 
no quieras con desgana
no te salves ahora 
ni nunca
no te salves
no te llenes de calma
no reserves del mundo
sólo un rincón tranquilo
no dejes caer los párpados
pesados como juicios
no te quedes sin labios
no te duermas sin sueño
no te pienses sin sangre
no te juzgues sin tiempo
pero si
pese a todo no puedes evitarlo
y congelas el júbilo
y quieres con desgana
y te salvas ahora
y te llenas de calma
y reservas del mundo
sólo un rincón tranquilo
y dejas caer los párpados
 pesados como juicios
y te secas sin labios
y te duermes sin sueño
y te piensas sin sangre
y te juzgas sin tiempo
y te quedas inmóvilal borde del camino
y te salvas
entonces
no te quedes conmigo.

Mario Benedetti, No te salves

Todo este ajetreo de bicicletas, protegido por ese centinela desprendido de mi sombra que cuida de mi soledad y vigila mis flancos,  permitiéndome llegar hasta tí, hasta éste o aquel ir y venir de silencios en los que, exhausto y lúcido, me encuentro con la soledad absoluta en un paisaje aunque no siempre desconocido, siempre renovado, en el claro de un robledal, en la orilla de un río, o entre matorrales, esperando a veces, a que se ponga el sol sobre tal o cual colina, o amaine el viento que me entra de lado, o me embista de frente como tú, ahora, aquí. Un arrebatado afán de reencontrarme a mí mismo sin interferencias, como tú, ahora, aquí.
A veces resulta difícil  indagar de dónde viene, o de qué sombra sale esta necesidad de estar completamente solo y lejos, muy lejos, de la ciudad, lejos de ti. La necesidad de soledad, de huir hacia adentro. ¿Cómo explicar este deseo de  escuchar en silencio y a solas una música que brota de mi interior y a la que necesito dar forma para continuar? ¿Cómo dar forma a esta música de palabras que llevo dentro de mí? ¿Como ignorar todos los libros próximos a mi infancia, los de Salgari, Verne, Twain, o los posteriores, los que ya están presentes en los últimos días de la adolescencia?...
Por eso, acaso la memoria me lleva de nuevo, como tú, como a tí, esperando mi salida, a las estanterías de la antigua biblioteca municipal de la Calle San Marcos, y mis ojos se clavan en libros concretos que no extraigo de ninguno de sus anaqueles pero de los que recuerdo algunas de sus cubiertas pues marcaron vivamente aquella etapa en la que, incluso comiendo, me quitabas algun libro de las manos, o me apagabas la luz de la mesilla de noche para que me durmiese de una vez, tantos libros para sacar notas tan malas, abocándome a la compañía del pequeño transistor del que oculta entre las sábanas brotaba 
 la parsimoniosa voz de Jesús Quintero. 
Estoy pensando, sobre todo, en lecturas como las de Platón, Nietzsche, Quevedo, Agatha Chirstie, Dante, Conan Doyle.. ¿Cómo olvidar el primer  Hölderlin, o el último Cunqueiro?. Esquivo a tiempo el cruce de un gato asustado que se planta ante mi  y se ovilla, desconocedor de  la suerte que hemos tenido ambos de no estamparnos, desatento al asfalto  mientras mis ojos fijaban mi primera biblioteca, con los libros de memorias; o con los muy cercanos a este género (como las napoleónicas Memorias de Santa Elena, las Memorias de Tolstói o las Conversaciones con Goethe, de Eckermann). ¿O, cómo olvidar los dos Viajes a Italia que hicieron y escribieron Montaigne y el mismo Goethe?, los articulos de Camilo José Cela en el diario el País bajo el título de " El asno de Buridán" que bajo aquella bisoñez representaban auténticos tratados,  lecturas con contenido que repartían junto con el "país semanal"  y los partidos de baloncesto las horas de los fines de semana de mi temprana juventud, las  viejas ediciones destartaladas de los Ensayos de Emerson y de Montaigne, y  el hojeo frenético de las  las hojas del  Playboy. También  cayeron en mis manos algunos libros de Freud, pero abandoné su lectura pues  su anonadamiento afectaba mucho, mi ánimo inquieto en flagrante oposición a Adorno y  a la escuela de Frankfurt que operaban como un pasapuré de la realidad para desafirmarme. Luego, he sido más jungiano que freudiano, aunque ambos han envejecido de forma desigual en mi memoria. Por eso ahora, ante el fluir de este caudaloso río que desciende, sueño con reunirme contigo allá en lo recóndito. Por eso es baladí intentar explicar lo inexplicable y acaso sólo nos quede, que no es poco, la inmensa desgarradura" de jugar los naipes que nos sirven" desde aquel lugar lugar ontológico fundamentante, desde el ser-en-el-mundo previo a la escisión entre conciencia y facticidad, desde aquel primer existencial del Dasein, desde aquella atalaya heideggeriana en la todo puede volver a ser reconstruido. 
 Ahora, extiendo el brazo , cojo de mi biblioteca " un rostro mañana",  y copio un breve ejemplo de uno de los mayores genios literarios del último tercio de siglo en lengua española.

"La vulneración de la confianza también es eso: no sólo ser indiscreto y ocasionar daño o perdición con ello, no sólo recurrir a esa arma ilícita cuando los vientos cambian y se le pone la proa al que contó y dejó ver,- ese que se arrepiente ahora y niega y confunde y enturbia ahora, y quisiera borrar y calla-, sino sacar ventaja del conocimiento obtenido por debilidad o descuido o generosidad del otro, sin respetar ni tener en cuenta la vía por la que llegó a saberse lo que se esgrime o tergiversa ahora -o basta con haberlo enunciado para que ya lo desfigure al recogerlo el aire: si fueron las confesiones de una noche enamorada o un desesperado día, de un atardecer de culpa o un despertar desolado, o de la embriagada locuacidad de un insomnio: una noche o un día en que quien hablaba hablaba como si no hubiera futuro más allá de esa noche o día y fuera su lengua suelta a morir con ellos, ignorando que siempre hay más por venir, siempre queda, un poco más, un minuto, la lanza, un segundo, la fiebre, y otro segundo, el sueño -la lanza, la fiebre, mi dolor y la palabra, el sueño, y también el interminable tiempo que ni siquiera vacila ni aminora el paso tras nuestro acabamiento, y sigue añadiendo y hablando, murmurando e indagando y contando aunque ya no oigamos y hayamos callado. Callar, callar, es la gran aspiración que nadie cumple ni aun después de muerto, y yo el que menos, que he contado a menudo y además por escrito en informes, y aún más miro y escucho, aunque casi nunca pregunte ya nada a cambio. No, yo no debería contar ni oír nada, porque nunca estará en mi mano que no se repita y se afee en mi contra, para perderme, o aún peor, que no se repita y se afee en contra de quienes yo bien quiero, para condenarlos."

Javier Marías, Fiebre y lanza

Let's be careful out there 

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