domingo, 21 de enero de 2024

Y por qué sólo sé que me gusta

Pouco conhecimento faz com que as pessoas se sintam orgulhosas. Muito conhecimento, que se sintam humildes. É assim que as espigas sem grãos erguem desdenhosamente a cabeça para o Céu, enquanto que as cheias as baixam para a terra, sua mãe.


Después de comer junto a la alambrada, en una ocasión estábamos sentados en esa especie de lápida funeraria con los escudos de los batallones pintados, y de la carretera Chiquita surgió un despampanante coche americano cubierto de polvo con un calvo dentro, un civil solitario, ni pide, ni administrativo, ni cazador, ni brigada de la lepra, sino un fotógrafo, un fotógrafo con aquellas cámaras de trípode de las playas y las ferias, impensablemente arcaicas, que se ofrecía a retratar a todo el mundo, solo o en grupo, regalos para enviar por carta a la familia, recuerdos de la guerra, sonrisas descoloridas del exilio. No había comida para bebés en Malanje y nuestra hija volvió a Portugal delgada y pálida, con el color amarillento de los blancos de Angola, oxidada por la fiebre, un año durmiendo en una cama hecha de hojas de palmera junto a las camas de nuestros barracones, yo estaba haciendo una autopsia al aire libre a causa del olor cuando me llamaron porque te habías desmayado, te encontré exhausta en una silla hecha de tablones de barril, cerré la puerta, me senté a llorar a tu lado repitiendo Hasta el fin del mundo, hasta el fin del mundo, hasta el fin del mundo, seguro de que nada podría separarnos, como una ola en la playa mi cuerpo va hacia ti, exclamó Neruda y así fue entre nosotros, y así es conmigo, sólo que no soy capaz de decírtelo o te lo diré si no estás, te lo diré solo, mareado por el amor que te tengo, nos hemos hecho demasiado daño, nos hemos lastimado, hemos intentado matarnos por dentro, y a pesar de ello, subterránea e inmensa, la ola continúa y como una ola en la playa hacia ti, el trigo de mi cuerpo se dobla, espigas de dedos buscándote, intentan tocarte, se aferran a tu piel con la fuerza de sus uñas, tus piernas estrechas aprietan mi cintura, subo las escaleras, golpeo el pestillo, entro, el colchón aún conoce el camino de mi sueño, cuelgo mi ropa en la silla, como una ola a la playa como una ola a la playa hacia ti va mi cuerpo.

Teresa, la criada, venía de la avenida Grão Vasco, donde las hojas de las moreras convierten el sol en una lámpara verde de acuario, resplandeciente de reflejos tamizados, de tal forma que las personas  en ocasiones da la sensación de que fluctuaran  en la luz en actitudes sin ribetes de pez, y pasó ante él con el paso lento de una vaca sagrada, dulcificado por una sonrisa desprovista de crueldad.[...]

¿Con quién vendrás aquí, se preguntaban los acalorados celos del  psiquiatra, de que hablarás, con quién te acostaŕas  en camas que no conozco, quién apretará entre sus manos la inclinación de tus caderas? ¿Quién ocupa el lugar que fue mío, que sigue siendo mío en mí, el espacio tierno de mis besos, la cubierta lisa para el mástil de mi pene? ¿Quién navega en tu vientre? El sabor de la cerveza le recordó Portimão, el olor del aliento diabético del mar en Praia da Rocha, estremecido 
 por el aliento femenino de la revuelta, la primera vez que habían hecho el amor, en un hotel del Algarve, casados el día anterior, temblando de angustia y de deseo. Eran muy jóvenes entonces y estaban aprendiendo mutuamente los caminos del placer, desgarrándose, potros recién nacidos, encorvados sobre el pezón de un pecho, pegados el uno al otro en el puro asombro de descubrir el verdadero color de la alegría. Cuando éramos novios en casa de tus padres, decía el médico, frente a las feas caras de las máscaras chinas, yo esperaba oír tus pasos en la escalera, el sonido de tus tacones altos sobre los peldaños, y crecía en mí una ráfaga de viento, una rabia, unas ganas de vomitar por dentro, el hambre de ti que siempre me habitó y que me hacía volver pronto a casa desde Montijo para acostarnos sobre el edredón con la prisa de quien puede morir en poco tiempo, me hacía levantarme en súbitas erecciones sólo de pensar en tu boca, en tu voluptuosa forma de entregarte, en la curva de tus hombros en caracola, en tus pechos grandes, tiernos y suaves, me hacía masticar y mordisquear tu lengua, recorrer tu cuello, penetrarte en un solo movimiento de espada en vaina, deslumbrado. Nunca he tenido un cuerpo como el tuyo -dijo el doctor, vertiendo la cerveza en su jarra-, tan a la medida de mis medidas humanas e inhumanas, las reales y las inventadas que no lo son menos, nunca he tenido una capacidad tan grande y tan buena de conocer a otra persona, de coincidencia absoluta, de ser comprendido sin hablar y de entender el silencio y las emociones y los pensamientos de los demás, que siempre fue un milagro que nos encontráramos en la playa donde te conocí, delgada, morena, frágil, los ojos inclinados, el cigarrillo que fumabas, tu antiquísimo perfil serio apoyado en las rodillas, tu perpetua atención de animal,  la cerveza (igual que ésta) en el taburete de al lado, los numerosos anillos de plata en tus dedos, mi mujer desde siempre y mi única mujer, mi lámpara para la oscuridad, retrato de mis ojos, mar de septiembre, mi amor

Y por qué sólo sé que me gusta, se preguntó, examinando las burbujas de gas pegadas a la pared de cristal, por qué sólo sé decir que me gusta a través de los remolinos de perífrasis y metáforas e imágenes, a través de la preocupación de alindar, de tejer flecos sobre los sentimientos, para ver la exaltación y la angustia en la cadencia pinderica del fado menor, el alma girando, blanda, como Correia de Oliveira de samarra, si todo esto es limpio, claro, directo, sin necesidad de adornos , tan esbelto  como un Giacometti en una habitación vacía y tan simplemente elocuente como él: poner palabras al pie de una escultura equivale a las flores inútiles que se regalan a los muertos o a la danza de la lluvia alrededor de un pozo lleno: es molesto para mí y para el romanticismo meloso que corre por mis venas, mi eterna dificultad para pronunciar palabras secas y exactas como piedras. Levantó la barbilla, bebió un sorbo y dejó que el líquido le escurriera como una estearina sulfúrica sacudiendo la laxitud de sus nervios, enfadado consigo mismo y con la retorcida Crónica Femenina que se había autograbado en su cerebro, artífice de su propia pirotecnia a pesar de la advertencia del piloto de Van Gogh: intenté expresar las terribles pasiones humanas con rojo y verde. La brutal sencillez de la frase del pintor le helaba físicamente las costillas, como le ocurría, por ejemplo, al escuchar el Réquiem de Mozart o el saxofón de Lester Young en These Foolis Things, recorriendo la música como dedos sabios sobre una nalga dormida.
Antonio lobo Antunes, Memōria de elefante. Ed Don Quixote

Traducción, R.Ferreira

Let's be careful out there 







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