Las cosas visbles son un vislumbre de lo invisible.
Anaxágoras de Clazomene
El siglo XX ha sido un siglo trágico y contradictorio. Fue un siglo en el que se intentó repetida y obstinadamente erigir barreras bien definidas entre Estados, pueblos, ideologías, culturas, "razas", grupos étnicos y religiones, trazando líneas de demarcación que a menudo se interpretaban con tal fanatismo que conducían a crueles formas de marginación, purga y "limpieza", a menudo hasta la supresión física masiva. Las ideas se rebelaron contra estas operaciones horribles e inhumanas, dirigidas por "guardias fronterizos" tan implacables como obtusos, escapando de los entornos culturales en los que habían florecido, emigrando y echando raíces en contextos más favorables. Este fue el caso de las grandes vanguardias artísticas que florecieron en el extraordinario taller cultural que fue Rusia a finales del siglo XIX y las dos primeras décadas del XX, donde se formaron y trabajaron Kandinsky, Chagall, Malevich y Diaghilev, todos los cuales huyeron al extranjero tras la revolución, con la única excepción de Malevich, que fue devuelto a su patria en 1932 y obligado a adherirse al realismo hasta su muerte en 1935. La historia se repitió en Viena, donde el Círculo que tomó el nombre de la ciudad, fundado en 1924 por Moritz Schlick, tras el asesinato de éste el 22 de junio de 1936 en la escalinata de la universidad a manos de uno de sus alumnos nazis, experimentó una diáspora que llevó a pensadores como K. Gödel, E. Zilsel, H. Feigl y R. Carnap y a los "berlineses" H. Reichenbach y G. Hempel a los Estados Unidos de América; O. Neurath y F. Waismann se refugiaron en Inglaterra. En Nueva Zelanda encontraron hospitalidad en K. Popper. También Freud se vio obligado a emigrar en 1938 a Inglaterra, donde murió poco después.Grandes economistas como J. Schumpeter, L. von Mises y F. A. von Hayek siempre regresaron a Estados Unidos. La misma suerte corrieron, durante el nazismo, Hans Kelsen, los exponentes de la Escuela de Fráncfort, grandes científicos alemanes que trabajaron en Alemania, como Einstein, Born, Schrödinger, que se vieron obligados a vivir y trabajar en otros países, como nuestros Fermi, Rasetti, Segre, Pontecorvo, tras la promulgación de las leyes raciales. En cuanto a la literatura, son bien conocidas las vicisitudes de Thomas Mann, que en enero de 1933 pronunció una famosa conferencia en la que criticaba los vínculos entre el nazismo y el arte alemán, del que la música de Wagner, de la que también era un gran admirador, parecía el símbolo más auténtico. Esta fue su última aparición pública en Alemania. Inmediatamente después, se trasladó al extranjero, estableciéndose primero en Küsnacht, cerca de Zúrich, y después en Estados Unidos, en Pacific Palisades Los Ángeles, que ya albergaba una gran comunidad de exiliados alemanes. En 1952 regresó a Europa, pero no a Alemania, a pesar de haber sido propuesto como primer Presidente de la República, sino a Suiza, donde murió cerca de Zúrich el 12 de agosto de 1955. Mucho más trágico fue el destino de Walter Benjamin, que se había refugiado en París; en 1939, cuando estalló la guerra, fue internado en un campo de trabajos forzados como ciudadano alemán. En junio de 1940, cuando la capital francesa fue ocupada por los nazis, huyó a España con la intención de embarcarse más tarde hacia Estados Unidos. En la noche del 25 de septiembre de 1940, para escapar de su probable captura por la policía fronteriza española y posterior deportación, decidió quitarse la vida ingiriendo morfina. También se trasladó a París al advenimiento de Hitler Joseph Roth, el gran poeta de la disolución del Imperio austrohúngaro, que murió en el exilio en 1939, preso del alcoholismo, dejándonos, de la última fase de su trágica existencia, que extraordinario relato autobiográfico que es La leyenda del Santo Bebedor, famosa también por su adaptación cinematográfica a cargo de Ermanno Olmi.
Los nazis quemaron las obras de muchos intelectuales de primer nivel, como hicieron con las de Stefan Zweig, autor de las primeras décadas del siglo XX que figuraba entre los más traducidos del mundo. Zweig, orgulloso de compartir este destino con Thomas Mann, Sigmund Freud y Albert Einstein, abandonó Austria en 1934 y tras la anexión de Austria solicitó la ciudadanía británica. En 1940 se trasladó a Nueva York y al año siguiente a Brasil, donde se suicidó el 23 de febrero de 1942.
Así pues, los regímenes totalitarios del siglo XX quemaron muchas vidas pero no consiguieron extinguir ni domesticar las ideas, que, como ya se ha dicho, volvieron a florecer en otros lugares. Así, por poner sólo algunos ejemplos significativos, el método formal y el estructuralismo de Ejchenbaum y Šklovskij, nacidos en Rusia con el grupo de lingüistas del Opojaz, recibieron un nuevo impulso primero en Praga, luego en Escandinavia y finalmente en Estados Unidos, siguiendo los movimientos de Roman Jakobson, que había sido uno de los principales exponentes del "Círculo Lingüístico de Moscú".
La gran filosofía espiritualista rusa se trasplantó firmemente a Francia, donde Nikolai Aleksandrovič Berdjaev, expulsado de la URSS de Stalin, trasladó la Academia de Filosofía Religiosa y fundó la revista 'La Voie' en 1925, organizando los primeros encuentros ecuménicos entre protestantes católicos y ortodoxos, y donde Lev Šestov, que también había huido de su país, publicó en 1929, en la gran revista de la emigración, los 'Sovremennye Zapiski' (Anales contemporáneos), su obra más importante, publicada bajo el título Na vesah Iova. Stranstvovanija po dušam (Sobre las balanzas de Job. Peregrinación a través de las almas). El empirismo lógico, que había perdido sus raíces en Viena y Berlín, encontró nueva vida primero en la Universidad de Chicago y después en Harvard, donde había trasladó Rudolf Carnap, y en la London School of Economics, gracias a la enseñanza de Karl Popper. En este marco "movido", la filosofía italiana tuvo, sobre todo en la primera mitad del siglo, una posición periférica pero no provinciana. Varios de sus exponentes entraron en contacto con las grandes corrientes de la filosofía europea y mundial (idealismo, existencialismo, fenomenología, neopositivismo, marxismo, hermenéutica, personalismo, etc.), aportando lecturas e interpretaciones no exentas de perspectivas originales y de intuiciones fecundas. La marginalidad de la lengua italiana no permitió, en la mayoría de los casos, una circulación adecuada de sus obras, que quedaron así apartadas de una confrontación de mayor alcance que a menudo habrían merecido y que también habría sido provechosa para los contextos culturales dispuestos a recibirlas.
La situación cambió significativamente en la segunda mitad del siglo, y en particular en las tres últimas décadas, cuando un número nada desdeñable de escritos de filósofos italianos empezó a traducirse y a ser apreciado en otros países, sobre todo, pero no exclusivamente, en Europa. Sin embargo, en las principales revistas internacionales del pensamiento filosófico del siglo XX, la cultura italiana sigue sin ocupar el lugar que merece, o al menos no en la medida en que debería.
Estos dos volúmenes, que merecen ser conocidos
también en el extranjero, tienen el objetivo primordial de contribuir a ofrecer un panorama más articulado y detallado de la filosofía italiana del siglo pasado reconstruida a través de las biografías y autobiografías de sus principales exponentes. Constituyen un "mapa" de un territorio, nos damos cuenta, mucho más rico y "accidentado" que la representación que, a través de él, ha sido posible ofrecer. Esto, sin embargo, es bien sabido, Este es el destino de todos los mapas, que no son, ni podrían ser nunca, sin abdicar de su función, exhaustivos y deben servir más bien como herramientas de orientación, que sirven sobre todo para enseñar al usuario a adquirir, a través de ellos, una primera lectura de la realidad de referencia para profundizar después con una exploración más directa "sobre el terreno".
Dario Antiseri - Silvano Tagliagambe, Storia della Filosofía, Vol.13. Prefacio.
Traducción, R.Ferreira
Let's be careful out there.
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