jueves, 25 de enero de 2024

Nāo é meia noite quem quer


Já nāo sofro: cansei-me de dar  prazer á desgraça

NO ES MEDIANOCHE QUIEN QUIERE QUE LO SEA

Este verso de René Char me ha perseguido durante años. He pensado en utilizarlo como título para un libro, como coda para un capítulo, hacer variaciones a su alrededor en algún texto. Hasta ahora no he hecho nada, porque está en mi cabeza pero no aparece en mi mano, y sólo puedo escribir con los dedos, mis sesos no aguantan del bolígrafo. Por alguna oscura razón el plumín de la pluma no lo aprueba. Y sin embargo, una y otra vez lo recuerdo. Por ejemplo, cuando me cruzo con la mendiga que pide limosna en el semáforo cercano. Duerme, con sus bolsas de plástico, en la parada del autobús, casi bajo mi ventana, tapándose con harapos. Nunca he entendido su lenguaje, más murmullos que palabras. Espera a que el semáforo se ponga en rojo y pasa entre los coches, con la mano extendida, murmurando. La gente de los coches finge no verla, mirando fijamente hacia delante: una desgraciada, una más, no falta gente así por aquí. El semáforo se pone en verde y ella sale corriendo a la acera con sus bolsas. Un amigo mío que no tenía mucho dinero, que tenía muy poco dinero, se lo daba a todos los desgraciados que encontraba por la calle. Ésta era una de las cosas que más admiraba de él. Y podía sentir cómo se movía por dentro, intentando ocultar sus emociones.
Por desgracia, la extranjera nunca se encontró con él. Y en su nombre doy monedas a la mujer
-  De parte de Augusto
aunque dudo que ella me entienda, o incluso que me escuche. No importa: escucho y comprendo yo.
No es medianoche quien quiere que lo sea, qué deslumbrante para mí: míre a mi padre en el hospital, con bata, míreme a mí en el hospital, sufriendo. Yo ya no sufro: estoy cansado de complacerme en la desgracia. Si algo va mal, llévenme, pero no me molesten. Cuando era recluta, en un momento dado tuve un pie muy hinchado, por una caída en esos ejercicios que hacían allí, me costaba andar como un jarrón, pero me repetía a mí mismo
-Es sólo dolor, es sólo dolor
y fue entonces cuando empecé a no avergonzarme de mí mismo. Incluso hoy - 
Es sólo dolor
y lo soportamos. Al fin y al cabo, no es medianoche quien quiere que lo sea, ¿no? Hace tiempo que no  me encuentro a la extranjera: ¿se ha mudado, ha muerto? Nadie se muere, qué idea más idiota, morirse. La prueba es que mi padre, por ejemplo, sigue en el hospital con su bata y su pipa, y no puedo quitármelo de la cabeza
- Mis chicos
dijo de sus hijos
Mis chicos
y sus chicos están aquí, más o menos, pero están aquí, mire este sol ahora, entrando en casa, los suelos iluminados, los muebles, las paredes, las hojas de los árboles de tantos colores diferentes, ¿por qué no invitarles a entrar?
-¿No tienen ganas de entrar?
Empiezo a escribir esta crónica con pausas, mientras mi mano vacía parece tropezar con la página, luego me recompongo, la pobre amenaza con desmayarse de nuevo, un libro en la estantería, no sé bien dónde, a mi izquierda creo, empieza a hablarme, me pregunta algo que no acabo de entender, no le contesto, hago un gesto sin rumbo y a veces arma jaleo. Ayer terminé mi trabajo, entonces con la esperanza de satisfacerle, el libro se calla, qué extraños son los libros, los meses de barbecho habituales, cuando no estoy trabajando en una novela el mundo se vuelve extraño, debería ir a los semáforos con
bolsas de plástico
-Un poco de ayuda, amigo
Aquí estoy leyendo, en la misma mesa donde estoy garabateando en las páginas, que silencio en las cosas, qué vacío, no es medianoche quien quiere que lo sea, me rodeo de voces, me siento lleno de palabras que aún no han madurado, no palabras, larvas de palabras, imágenes que surgen y se desvanecen, borrosas, escurridizas, me pregunto
-Un poco de ayuda, amigo
veo a Augusto buscando dinero en sus bolsillos, sigo pasando de largo
en su calle. Siempre me tocará
- Un poco de ayuda, amigo
La eterna queja de Augusto
-¿Cómo puedo amar a un tipo al que le gusta la comida de avión?
es verdad, me gusta la comida de avión, volver a jugar a la cena con todas esas bolsas de plástico con cosas dentro, hojas, ramitas, guijarros, basura y yo con la mirada solemne de alguien que almuerza de verdad, me gusta pedir vino blanco y tener miedo de que se sorprendan
-¿Vino blanco a su edad?
y quejarme a mi madre
-El niño bebe a escondidas
mi severa madre
-¿Qué es eso del vino?
aunque intente suavizarlo con una lista de borrachos
-No me importa Hemingway
Confieso que  no bebo alcohol, realmente lucho con
una botella de vino blanco en los aviones, la indignación aumenta
-¿Y qué haces en los aviones?
cuando deberías estar en tu habitación a vueltas con las raíces cuadradas, y aquí entre nosotros, realmente debería, me llevó años entender por qué llamaban cuadradas a las raíces, quiero decir, lo entiendo vagamente, el profesor cree que lo entiendo y me deja en paz, en el fondo no lo entiendo
- No sé nada de la vida, señor, lo siento.
y no se nada porque no es medianoche quien quiere, se me acaba el verso, que le he hecho a Dios para que me persiga, mi madre no se rinde
-¿Es cierto que tenemos que cruzar los semáforos?
yo con la  extranjera, alemana u holandesa, en los semáforos en rojo murmurando a los coches parados, con los sordos mirando al frente, agarrando con más fuerza el volante, ahí estamos en la acera cuando llega la luz verde, sus dedos, con un resto de guante, pesan sobre mi hombro, hoy no duermo en casa, duermo en la parada del autobús, y quizá no sea tan mala idea, porque enfrente, en una valla publicitaria, hay una chica en lencería preciosa, que  me guiña un ojo de vez en cuando.

Antonio lobo Antunes, Quinto livro de crónicas.
Traducción, R.Ferreira 

Let's be careful out there 

 

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