lunes, 29 de enero de 2024

Eu hei-de amar uma pedra

Uma biografia é um romance em que se imagina  que a criatura que  dá o nome ao livro é verdadeira

Nada é o que parece, afirmaba Cortazar, e inevitavelmente, não somos o que temos certeza de sermos.
Antonio Lobo  Antunes. 

António Lobo Antunes, en Eu hei-de amar uma pedra, radicaliza su esquizofrénica forma de escribir dando voz a múltiples narradores que se turnan para contar al lector los destellos de una historia de amor -y muchos de rencor- entre un hombre y una mujer maduros que se reúnen semanalmente en un hostal barato de Lisboa.
Digo destellos porque, contrariamente a lo que pueda parecer a quienes no hayan leído a Lobo Antunes, Eu hei-de amar uma pedra no es sólo la historia de ese amor. El genio lisboeta, a diferencia de Saramago, y a una enorme distancia de él , no invierte en tramas, clímax o en el desarrollo de una historia bien contada para enganchar al lector. En sus libros - y en éste de forma más radical - se convoca a los fantasmas de distintos narradores y se les entrega el hilo de la historia para que, aparentemente, sólo puedan sentir y recordar. La voz femenina está siempre acentuada, por ejemplo en Exhortación a los cocodrilos, en la que cuatro mujeres nos hacen saber lo que ocurre en su interior para implicarnos en la historia de Portugal, la guerra de Angola, un grupo de terroristas masculinos, sus maridos, el cáncer de una de ellas, muda, en definitiva, con todo el dolor latente en las bien ordenadas salas de conversación. Esta atmósfera no es diferente en Amaré una piedra. Lo que se intensifica es el ritmo del micrófono que pasa entre los narradores, por así decirlo, aunque los personajes de Lobo Antunes hablan en voz muy baja, casi un susurro, casi un discurso sin mover los labios. Es como si Pimpolho, su mujer, sus dos hijas, el marido de la menor, la novia de la infancia recuperada por casualidad después de la boda, la prima que se fue, el padre esperado, la madre que no se sabe dónde y otra mujer muy misteriosa, una narradora especial, mitad autora, mitad Ariadna en la distribución de sus hilos, estuvieran todos en la misma habitación evocando sus recuerdos y reconstruyendo para sí mismos los acontecimientos pasados. La habitación, en este caso, es el libro, porque estos personajes ya no tienen la voluntad de hablarse, de llegar a ningún entendimiento, a pesar de todo el dolor, la soledad y la culpa.
A pesar de la organización formal del libro, como para indicar al lector lo que ocurre en la superficie de lo que se cuenta y del lugar que ocupan los narradores en el tiempo presente, el tiempo de partida que conduce al tiempo psicológico más profundo, situado en el pasado, las voces están revueltas y con cada capítulo que comienza el primer reto es saber quién habla. Para complicar las cosas, y creo que también para exigir al lector que se desentienda un poco de su comportamiento detectivesco, Lobo Antunes coloca a diferentes personas en la misma página, participando en el mismo suceso y exponiendo sus puntos de vista en su implicación con esas experiencias. De este modo, se pide al lector que preste atención, que se rinda al lenguaje cuidadosamente elaborado de Lobo Antunes. Haciendo uso de un ritmo e incluso de elementos gráficos que se asemejan a la forma poética, el gran personaje de António Lobo Antunes es el lenguaje: la fluidez del discurso y la naturaleza sensible de las palabras. Los distintos narradores se encuentran desconfiando de los recuerdos, como si la memoria les fallara, pero también se encuentran lidiando con los significados de las palabras y sus usos, y esto tiene mucho que ver con el desarrollo de la historia, en una afirmación de la autonomía de cada personaje en la forma de narrar que no puede extenderse a la forma de sentir cuyo determinante se sitúa en el pasado y, por tanto, no puede cambiarse.
Cuando leemos Eu hei-de amar uma pedra, participamos fuertemente de una verdad, la que implica el pasado de los distintos narradores; pero esta verdad es relativizada en todo momento por esa narradora que he llamado especial y que, encontrándose en una residencia de ancianos, ya anciana, da voz a la enfermera que nos abre los ojos: "A esa edad se lo inventan todo, no hagan caso". Vemos a los personajes construirse a sí mismos, mostrársenos en toda su complejidad como personas, más la complejidad de la ficción, como en: "Lo esencial de mi naturaleza, lo verá en el libro cuando la estima que crece entre nosotros". Y lo esencial sólo es visible como sensación, no está hecho de materia tangible, igual que el libro, que se define mucho más que por la trama, el papel y sus 558 páginas. Una vez leído, Eu hei-de amar uma pedra existirá siempre aunque se queme, físicamente perdido sin remedio, porque no tiene principio ni fin. Los personajes, incluso cuando deciden abandonar la escena, permanecen allí como un recuerdo, como algo construido una vez y condenado a habitar el mundo o la página sin el conocimiento de su autor, que se empeña en participar, él mismo: "(o soy yo quien imagina o António Lobo Antunes pensando que debo imaginar para que la novela mejore)" o su doble, mostrando el choque entre creador y personaje:
"no, me equivoqué, no conmigo, con el del árbol y la playa, el que tú me ordenaste que hiciera
- Tú eres el que está cerrando el libro sobre quién está a cargo de nosotros, o a quién le han dicho que esté a cargo de nosotros, algún tipo que no conozco, desesperándonos, cambiándonos, intercambiándonos.
(-No es así como va)
Volviendo al principio, el tipo que decidió no hace mucho, creo
 - Tú eres el que cierra el libro y aunque lamentes que lo cierre, sigues escribiendo obstinadamente".

Lobo Antunes confesó en una e trevista,  que era la primera vez que escribía basándose en una historia real. En un hospital, "me estaban haciendo un reconocimiento y vi pasar a una señora de unos ochenta años, muy recta, con los ojos azules", dijo. "Era una señora pobre, una campesina, de un pueblo cercano a Cantanhede", añadió. El médico que la examinaba le contó entonces la historia de la anciana. En pocas palabras, dice así: cuando tenía 16 años, se enamoró de un chico del pueblo y siempre salía con él delante de la ventana. Entonces se trasladó a Lisboa, donde la cuidaron unas viejas tías - "para cuidar de su virginidad", comentó Lobo Antunes-, al igual que el chico se trasladó a la capital. A los 17 años, la chica cayó enferma de tuberculosis y fue hospitalizada en Coimbra, donde recibió cartas de su amante, pero no contestó por miedo a contagiarle. Al no recibir respuesta, el chico (que trabajaba para la Compañía Nacional de Autobuses y estudiaba Derecho) se dio por vencido con ella. Acabó casándose y teniendo hijos. Diez años después, vuelven a encontrarse. La pareja, rota por las desgracias de la vida, se reunía todos los miércoles en un hostal de Lisboa entre las tres y las seis de la tarde, ¡y así durante 53 años! El hombre acabó muriendo en el hostal en compañía de su amor de toda la vida, quien, para evitar escandalizar a la familia del difunto (un alto cargo de la RN), se aseguró de que el cuerpo fuera retirado del lugar discretamente. No acudió al velatorio ni al funeral. Cayó en depresión, fue hospitalizada y un día pasó ante los ojos de Lobo Antunes, que tuvo una idea para una novela.

Le'ts be careful out there 

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