miércoles, 6 de diciembre de 2023

Un portento llamado Antonio Moresco

A veces, como ahora, siento la vida minúscula y silenciosa de la luciérnaga, pequeño titán frente a la noche.
R. Ferreira, La sinrazón del testimonio.



Lejos de todo, en el bosque, en un viejo pueblo abandonado y desierto, un hombre vive en total soledad. Pero un misterio perturba su aislamiento: todas las noches, siempre a la misma hora, la oscuridad se ve repentinamente rota por una pequeña luz que se enciende en la montaña, justo delante de su casa de piedra. ¿Qué puede ser? ¿Un habitante de otro país deshabitado? ¿Una farola olvidada que se enciende por algún contacto eléctrico? ¿un platillo volante? Un día, el hombre se acerca hasta el lugar de donde procede la luz. Allí le espera un niño que también vive solo en una casa en el bosque y que parece salido de otra época o, en realidad, de otro planeta. Nuevas preguntas se agolpan en la mente del hombre: ¿quién es realmente ese niño? ¿Y qué relación les une? Lo iremos descubriendo poco a poco, acercándonos cada vez más al corazón secreto de esta terrible y tierna historia, hasta el inesperado final. Con este inolvidable "Principito", Antonio Moresco pone en escena una conmovedora meditación sobre el sentido del universo y de la vida. En un diálogo continuo con los seres que pueblan el bosque -raíces aéreas, árboles, luciérnagas, golondrinas-, Moresco, al igual que Leopardi, reflexiona sobre la soledad y el dolor de la existencia, pero también sobre lo que une a los hombres y a los animales, a los vivos y a los muertos. Un libro enigmático e intenso, perturbador y profundo, destinado a dejar huella en el alma de los lectores.

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Di fronte, più in basso, nello strapiombo ricoperto di boschi, si eleva un castagno mezzo vivo e mezzo morto. La sua alta cima svetta nuda e bianca sul verde degli alberi, pietrificata, mentre il resto della pianta è uno scatenato rigoglio di foglie. Ce ne sono molti altri così, soprattutto castagni, mi pare. Alcuni sono quasi completamente morti, e si stagliano sul bosco con la loro evidenza spettrale. Ma, da qualche punto di questi tronchi fossili, quando è la stagione, partono due o tre rami carichi di ricci fino a spezzarsi. Certe volte mi fermo di fronte a uno di questi alberi e lo guardo. «Ma come si fa a vivere così?» gli domando. «Agli uomini non è possibile: o sono vivi o sono morti. Così almeno pare…» Non mi risponde. Sfioro con la mano la sua superficie liscia, scortecciata e pietrificata. Poi quella viva, ricoperta di foglie. Immagino il fiume della linfa che corre turbinoso sotto la corteccia, rasentando la parte morta e poi gettandosi in quel nuovo ramo che si protende verso lo spazio, inventato dalla sua stessa pressione. E ci sono anche, in alcuni punti scoscesi dove il terreno è franato, radici di alberi vivi poste sopra strati di nuda roccia oppure completamente fuori dalla terra, protese nel vuoto. Grosse piante schiacciate alla base da un masso che corrono a filo con il terreno e poi torcono le loro cuspidi verso l’alto. Piccoli tronchi cresciuti l’uno vicino all’altro e poi inglobati da un altro tronco. Tronchi che salgono come serpi lungo piante più grandi e che si attorcigliano ai loro rami. E, lì vicino, alberi morenti soffocati dai polloni o dalla nuvola dell’edera e degli altri rampicanti che salgono verso il cielo per avvilupparli nel loro abbraccio mortale. Muschi e licheni che fasciano con i loro sudari di velluto e di vetro colonne inclinate di legno e grandi pietre affiorate. Altri filamenti vegetali come liane secche che scendono dall’intrico dei rami più alti degli alberi. Oppure salgono dal basso, chi può dire, perché non si capisce da dove hanno origine, se dal terreno oppure dalle cime degli alberi, o forse da nessuno dei due, perché non c’è solo l’alto e il basso. Forse nascono in mezzo, nell’aria, per poi esplodere come piccole strutture vegetali che chiedono vita e che chiedono morte. E poi c’è tutto questo sottobosco feroce e queste mille e mille forme vegetali che si avvinghiano e si combattono, fin da sotto la linea della terra, già nelle mille e mille radichette e nelle mille altre forme spinte dal loro turgore chimico e ancora senza una forma, che poi erompono come eserciti dalla terra con i loro corpi nudi ancora privi di corteccia, si inventano le loro prime macchine di respirazione e ricambio con l’atmosfera e cominciano a salire verso l’alto in un furioso e muto intrico di forme nate da semi portati dal vento o da altre bombe che pullulano nella pancia marcia del mondo e danno inizio alla loro lotta per salire verso l’alto, verso la luce. “Perché c’è tutto questo sottobosco cattivo?” mi domando. “Che cerca di avviluppare e di cancellare e di soffocare gli alberi più grandi? Perché tutta questa misera e disperata ferocia che sfigura ogni cosa? Perché tutto questo brulicare di corpi che cercano di prosciugare gli altri corpi suggendoli con le loro mille e mille scatenate radici e le loro piccole, forsennate ventose, per dirottarne su di sé la potenza chimica, per creare nuovi fronti vegetali in grado di annientare tutto, di massacrare tutto? Dove posso andare per non vedere più questo scempio, questa irreparabile e cieca torsione che hanno chiamato vita?”

Enfrente, más abajo, en el saliente boscoso, se alza un castaño medio vivo, medio muerto. Su alta copa se alza desnuda y blanca contra el verde de los árboles, petrificada, mientras que el resto de la planta es una exuberancia salvaje de hojas. Hay muchos otros como éste, la mayoría castaños, creo. Algunos están casi completamente muertos y destacan sobre el bosque con su evidencia fantasmal. Pero, de algún lugar de estos troncos fosilizados, cuando es la época, empiezan a desprenderse dos o tres ramas cargadas de erizos. A veces me detengo ante uno de estos árboles y lo miro. "¿Pero cómo se puede vivir así?", le pregunto. "Los hombres no pueden: o están vivos o están muertos. Eso parece al menos..." No me responde. Paso la mano por su superficie lisa, desconchada y petrificada. Luego la viva, cubierta de hojas. Imagino el río de savia corriendo arremolinado bajo la corteza, rozando la parte muerta y lanzándose luego hacia esa nueva rama que se extiende en el espacio, inventada por su propia presión. Y también hay, en algunos lugares escarpados donde el suelo se ha derrumbado, raíces de árboles vivos colocadas encima de capas de roca desnuda o completamente fuera de la tierra, extendiéndose hacia el vacío. Grandes plantas aplastadas en la base por un peñasco corren a ras del suelo y luego tuercen sus cúspides hacia arriba. Pequeños troncos que crecen cerca unos de otros y luego son englobados por otro tronco. Troncos que se elevan como serpientes a lo largo de árboles más grandes y retuercen sus ramas. Y, cerca, árboles moribundos ahogados por chupones o por la nube de hiedra y otras enredaderas que se elevan hacia el cielo para envolverlos en su abrazo mortal. Musgos y líquenes extienden sus mortajas de terciopelo y cristal sobre columnas inclinadas de madera y grandes afloramientos de piedra. Otros filamentos vegetales como lianas secas descienden de la maraña de las ramas de los árboles más altos. O se elevan desde abajo, quién puede decirlo, porque no está claro dónde se originan, si desde el suelo o desde las copas de los árboles, o quizá desde ninguno de los dos, porque no hay sólo alto y bajo. Quizá se originan en el medio, en el aire, y luego estallan como pequeñas estructuras vegetales que piden la vida y piden la muerte. Y luego está toda esta maleza feroz y estos miles y miles de formas vegetales que se aferran y luchan, justo desde debajo de la línea de la tierra, ya en los miles y miles de raicillas y en los miles de otras formas impulsadas por su turgencia química y aún sin forma, que luego estallan como ejércitos desde la tierra con sus cuerpos desnudos aún sin corteza, inventan sus primeras máquinas respiratorias y reciprocantes con la atmósfera y comienzan a elevarse en una maraña furiosa y muda de formas nacidas de semillas sopladas por el viento o de otras bombas que pululan en el vientre podrido del mundo y comienzan su lucha por subir hacia arriba, hacia la luz. "¿Por qué hay tanta maleza mala?", me pregunto. "¿Qué busca envolver y arrasar y sofocar a los árboles más grandes? ¿Por qué toda esta ferocidad miserable y desesperada que lo desfigura todo? ¿Por qué todo este enjambre de cuerpos que intentan secar a otros cuerpos sugestionándolos con sus miles y miles de raíces salvajes y sus pequeñas y frenéticas ventosas, para desviar sobre sí mismos su poder químico, para crear nuevos frentes vegetales capaces de aniquilarlo todo, de masacrarlo todo? ¿Adónde puedo ir para dejar de ver este estrago, esta torsión irreparable y ciega que han llamado vida?...
Algunas noches, cuando es el tiempo- y ahora lo es- a lo largo del camino se ven centenares, miles de luciérnagas. Pululan entre el follaje tupido y negro, con sus miríadas de lucecitas que se encienden y se apagan de manera intermitente, parecen moverse en un mundo encantado. Procuro no pisar las que atraviesan el oscuro camino volando a ras de suelo...
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Antonio Moresco es un gigante de la literatura porque sabe que sobre lo más profundo, en la piel, vaga la intuición poética con conocimientos que la razón no alcanza. La piel es la encargada de poner en contacto el adentro con el afuera como umbral de las sensaciones en relación con las que  vienen del  mundo, con una discreción que parece deslizarse sin hacer apenas ruido, apostando por la piel del propio espacio y los elementos que lo habitan, sensaciones profundas e invisibles, en la extensión de una caricia, en el interior de una mirada, dentro de un gesto que apenas esbozado se desvanece. 
Excitante, sobrecogedora, prodigiosa, así es la literatura de Antonio Moresco: un deleite sin fin, una maravilla ante la que uno se pregunta qúe acaba de leer.  

Let's be careful out there 

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