viernes, 8 de diciembre de 2023

Desde el corazón, que vaya al corazón



Aprendí la renuncia con tristeza / Nada hay donde la palabra quiebra».
Stefan George


La interpretación de la Missa solemnis de Beethoven es de una dificultad casi legendaria, dificultad técnica, por supuesto, agravada a fortiori por una complejísima parte de  dificultad conceptual o, si se quiere mejor, espiritual, de la que sólo en excepcionales ocasiones se sale con éxito del atolladero beethoveniano.
 La planificación orquestal y la vocal, especialmente el papel importantísimo del coro, convierte la partitura “en una de las obras más difíciles de dirigir del primer Romanticismo”. Buena prueba de ello es el hecho de que Riccardo Muti, que definió la obra como “la Capilla Sixtina de la música” no se ‘atrevió’ a dirigirla hasta 2021, e incluso, tras el tourde force, Muti seguía declarando que era consciente de la imposibilidad de conquistar completamente “la cima de esta montaña, ya que es demasiado alta. Pero puedo intentar aproximarme un poco”.
Pero, con esta grabación Philippe Herreweghe ha logrado  llevar a su orquesta, su coro y sus vocales muy cerca de esa cima. Y lo hace con  la dirección más sabia y sobria pero también más empática que pueda imaginarse, distribuyendo de manera equilibrada las prestaciones instrumentales y vocales con atención precisa a la frase y a los formidables pasajes contrapuntísticos, hechos suyos por Beethoven de una  personalísima y revolucionaria manera.
Cuenta Herreweghe para alcanzar tan enormes resultados con una orquesta en estado de gracia, un ejemplo de cómo los logros de la interpretación musical con criterios historicistas pueden ser flexible para verter con toda propiedad la música del primer Romanticismo y, concretamente, una tan compleja como esta del último Beethoven. En cuanto al coro, el ‘suyo’, el de Herreweghe, el Collegium Vocale de Gante, roza siempre la perfección, técnica y conceptual. Los cantantes parecen demostrar que no es gratuita la legendaria dificultad de la escritura vocal beethoveniana — que no se ‘ensaña’ Beethoven con las voces, como se ha dicho—, sino consecuencia de un personalísimo tratamiento del texto latino de la misa católica, diría que heterodoxo, pero mejor diré beethoveniano. Lo mismo se puede decir del cuarteto de solistas vocales capaces de mostrar  su ‘empaste’ con el conjunto vocal, sin merma de la individualidad de los momentos verdaderamente solistas. Cantando concertadamente —por ejemplo, el cuarteto sobre Qui tollis peccata mundi, del Gloria, o el Et incarnatus est del Credo, interpretado, como pide la partitura, a mezza voce—, o en solo —el bajo barítono en el Agnus Dei y, sucesivamente la contralto, el tenor, la soprano—, no sabría marcar diferencias entre ellos: voces más que suficientes —cosa poco frecuente en los elencos habituales de oratorios—, timbradas, reguladas y expresivas.
La orquesta está a esa altura o quizá mejor. Una buena medida de su perfección es la de la parte solo instrumental en el Praeludium que precede al Benedictus: qué riqueza de timbres y matices, qué delicada polifonía. Esta absoluta joya discográfica nos ofrece el regalo poco frecuente de un tiempo de plenitud, física y espiritual.
La Missa solemnis, “titánica, llena de amor, espiritualidad y magia” supone un enorme reto intelectual y espiritual, cuya disparidad de puntos de vista –de Bernstein a Gardiner, de Karajan a Harnoncourt, con Klemperer siempre a la cabeza– nos han sumergido en un amalgama de propuestas inabordables para quien escribe. Ahora bien, la profundidad conceptual, la plena conjunción establecida entre la intensidad de la música de Beethoven y la devoción mística son aspectos innegociables para un Herreweghe en estado de gracia que, en este disco,  parece hacer suya  la dedicatoria que reza en la partitura autógrafa de Beethoven: “Von Herzen – möge es wieder zu Herzen gehen!” (Desde el corazón: ¡que vaya al corazón¡)

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