martes, 5 de diciembre de 2023

Refrescar el espíritu

Y por eso beben ahora fuego celeste los hijos de la tierra sin peligro.
Pero a nosotros nos toca, a nosotros, poetas, permanecer bajo la tormenta de dios con la cabeza desnuda...
Hölderlin


  Como los géiseres de su país de origen el piano de Vikingur Olafsson es una abertura volcánica en la corteza de la Tierra, una resquebrajadura de la cual brotan la elocuencia, la densidad expresiva, la subjetividad de un enorme intérprete que se propone, al tiempo, el heroísmo y la delicadeza, el arrojo y la intimidad, el virtuosismo y la inteligencia. Vikingur recoge la tradición subjetivista del pianismo eslavo cuyo héroe fue Horowitz, frente a la objetividad de la línea Arrau-Brendel, es decir: tocar como si la partitura se tocara sola, como si no la tocara ‘nadie’, y la eleva hasta cimas inaccesibles. Y es que Ólafsson, al contrario, es fuertemente ‘alguien’. Su discurso es de tal intensidad expresiva que llega desde la elocuencia hasta las lágrimas. Alterna las velocidades y los volúmenes con súbitos cambios de temperamento y hasta se permite especular con los silencios como si fueran lo que son, valga la redundancia: la cuna de la música. Así, la lectura de las Variaciones Goldberg de Ólafsson es genialmente paradójica: robusta, vibrante, poderosa, alejada de mecanicismos estériles, eficaz en el discurso, medición histriónica por el gesto delante y encima del piano, ajustada y medida en el balance de emociones, virtuosística sin estridencias, nítida y transparente.  Un verdadero viaje en genuino blanco y negro, como una película de Theodor Dreyer, por la minuciosidad con la que el músico trabaja cada variación, como si se tratara de una pieza única aislada del resto, pero sabiendo que forman parte de un todo. Olafsson se asoma al abismo y nos obliga a mirar, a mirar al vacío y quizá a nuestro propio vacío. Y eso es muy incómodo. Y por eso sus silencios tienen mil colores y sonidos distintos. Sus silencios, aunque nos muestren la nada, están habitados. Habitados por personajes, emociones y hasta demonios diferentes. ¿Cuántos intérpretes hacen que el silencio suene y nos hable?, el silencio del islandés parte de unos medios técnicos y mecánicos asombrosos, es capaz de una dinámica anchísima, que maneja con maestría en toda su extensión,  emplea el pedal con una variedad de efectos extraordinaria, y posee una agilidad felina que le permite fulgurantes articulaciones con pasmosa claridad divina. 
Según Ólafsson, «las Variaciones Goldberg contienen parte de la música para teclado más virtuosa jamás escrita, algunos de los usos más asombrosamente brillantes del contrapunto en el repertorio e innumerables ejemplos de poesía exaltada, todo ello dentro de estructuras de perfección formal inmaculadamente modeladas». No puedo pasar más de un par de días sin tocar sus obras, dice. Para mí, añade,  "la música de Bach no pertenece a una época pasada, pertenece al aquí y ahora. Esa es una de las razones por las que fascina a cada nueva generación de músicos: por lo inherentemente abierta que está esta música a nuevas ideas, estilos y emociones. Su música siempre refleja el mundo en el que se encuentra, pasado, presente y futuro. 
Las Variaciones Goldberg son como una enciclopedia sobre cómo pensar y soñar en el piano. Cuando fueron escritas, probablemente eran casi imposibles de tocar para la mayoría de los músicos. Se podría argumentar que hoy en día siguen siendo bastante inabordables. Una vez que se han tocado esas notas iniciales engañosamente fáciles, realmente no hay lugar donde esconderse: debes continuar hasta el final, a través de 75 minutos de la música para teclado más tremendamente virtuosa jamás escrita. Y no sólo eso: de alguna manera debes dar vida a algunos de los usos más sorprendentemente brillantes del contrapunto en el repertorio, así como innumerables ejemplos de poesía exaltada, contemplación abstracta y profundo patetismo. ¿Cómo podría esto parecer cualquier cosa menos imposible?, sin embargo, a pesar de todas sus exigentes exigencias, la profundidad y el alcance de la obra otorgan al intérprete una maravillosa libertad de expresión. A menudo uno toca las Variaciones Goldberg de manera muy diferente de una interpretación a otra, y tocar la pieza y sólo ella, e nuna gira completa de  88 conciertos se siente casi como una peregrinación religiosa o una obra de arte conceptual En 30 variaciones construidas sobre el humilde marco armónico de un aria simple y elegante que se toca al inicio y al final de la obra, Bach convierte el material limitado en una variedad ilimitada como nadie antes ni después".

En pensamientos acerca de las variaciones Goldberg Vikingur Olafsson expone: "Lo único que rivaliza con el completo dominio intelectual de Bach en su oficio es su alegría inspirada y creativa. Cuando tocamos y escuchamos las Variaciones Goldberg, también estamos en compañía de Bach, el maestro improvisador alegre, a veces extático, el mayor virtuoso del teclado de su tiempo. Llevo 25 años soñando con grabar las Variaciones Goldberg. Al igual que con otras obras de Bach de esta escala, me inclinaba a pensar en la obra como una grandiosa e imponente catedral de la música, magnífica en su estructura e intrincada en su ornamentación. Pero ahora encuentro otra metáfora más adecuada: la de un gran roble, no menos magnífico, pero de alguna manera orgánico, vivo y vibrante, con formas a la vez receptivas y regenerativas, con hojas que se despliegan constantemente para producir oxígeno musical en sus admiradores a través de algún proceso metafísico, fotosíntesis que dobla el tiempo; o, en los términos bastante más realistas que el propio Bach utilizó para describir sus variaciones en la portada de la edición original de 1741, realmente son una obra “compuesta para que los amantes de la música refresquen sus espíritus”. 
Las Variaciones Goldberg se publicaron en 1741, al final de un período de diez años durante el cual Bach había compuesto algunas de sus obras para teclado más formidables. Su famosa (y controvertida) historia de origen se la debemos a Forkel , quien, en su biografía de Bach de 1802, relata que la obra fue compuesta por encargo del diplomático y noble ruso, el conde Hermann Karl von Keyserling. El conde quería música de “carácter algo animado” para pasar sus noches de insomnio. Esta historia contiene una verdad de tipo mitológico, si no histórico. Porque, ¿qué música podría ser más adecuada para protegerse de la desesperación solitaria del insomnio (o, por extensión, de la existencia humana misma) que las Variaciones Goldberg, con su constante interacción de regularidad tranquilizadora y novedad estimulante? Lejos de adormecer a nadie, esta es una obra muy capaz de hacer que el que sufre insomnio acepte su vigilia e incluso la aprecie. Otra encantadora peculiaridad de esta historia –y de hecho una de las razones por las que se duda de su veracidad– es que no es el nombre del Conde Keyserling el que se ha pegado a la pieza, como se habría esperado, especialmente teniendo en cuenta su supuesto pago de una cuantiosa suma en copa de oro llena de cien monedas de oro francesas (objetos que, aunque dignos de las aventuras de los hermanos Grimm, no se encontraron en la finca de Bach tras la muerte del compositor). Más bien, la obra lleva el nombre del clavecinista residente de Keyserling, Johann Gottlieb Goldberg, de 14 años, cuyas noches igualmente de insomnio las pasaba tocando las variaciones para su maestro desde una habitación contigua.
[...] Es difícil no sentir cierta afinidad con el joven Goldberg, un brillante alumno del propio Bach, y, de hecho, sentirse agradecido por un título que parece un guiño profético a todos los músicos que desde entonces han hecho suya la pieza. A mí también me ha quitado el sueño, desvela Vikingur Olafsson, porque "hacer nuestra la obra es el desafío único y duradero de las Variaciones Goldberg. En "una obra no de una época, sino de todos los tiempos", para tomar prestadas las palabras de Ben Jonson sobre Shakespeare, nosotros, los intérpretes, de alguna manera debemos sentir que hemos participado en su creación, que la hemos reinventado de alguna manera para nuestros contemporáneos. Realmente es el trabajo de un artista si es que alguna vez lo hubo y, como tal, el título encaja perfectamente.
Tocar las Variaciones Goldberg para un público en vivo siempre es un gran placer, pero grabar la obra presenta un tipo diferente de presión. Durante un tiempo pensé que debía alcanzar su perfección formal por medios matemáticos, midiendo marcas de tempo en el metrónomo para cada variación en busca de las proporciones ideales y predeterminando tantos elementos de la interpretación como fuera posible, desde los infinitos cambios dinámicos y desde inflexiones dentro de la polifonía hasta la articulación de más o menos cada frase. En la práctica, sin embargo, todo esto fracasó por completo. Porque, a pesar de su coherencia formal, las Variaciones Goldberg no son una obra musical predecible. Ninguna de las interminables cuestiones de interpretación planteadas en la famosa notación sin instrucciones de Bach puede resolverse con algún tipo de piloto automático, por bien fundamentada que esté la investigación. Más bien, la obra invita a una especie de improvisación interpretativa. Es bien cierto que las Goldberg son una portentosa demostración de (in)genio creador a partir del bajo del aria inicial. Demostración en la que se dan la mano la fantasía, el contrapunto, el atrevimiento, la melancolía, la exaltación, la danza, el virtuosismo y el pathos más estremecedor.
 Al igual que las leyes de la física que gobiernan el universo, las subestructuras formales de la obra, por impresionantes y efectivas que sean, actúan principalmente en segundo plano. La forma en que cada variación sucesiva surge de la anterior es profundamente lógica hasta el punto de parecer inevitable, de la misma manera que el otoño sigue al verano y el invierno se disuelve en la primavera ["... ]
 En suma, estamos no sólo frente a un instrumentista capaz y brillante, sino frente a  un verdadero intérprete -con todas las letras- y ante una personalidad arrolladora que no en vano afirma que toda música es música contemporánea. Y tiene razón, porque la música se hace y suena aquí y ahora y cada intérprete se la apropia y la ofrece modelada por su bagaje personal y contextual. 
Escuchar a Vikingur Olafsson es una verdadera epífanía, supone el placer inaudito de sentir a un pianista libre. Y digo libre, porque en las Variaciones Goldberg, lo único que rivaliza con el completo dominio intelectual de Bach de su oficio es su inspirado y creativo juego. En treinta variaciones, construidas sobre el humilde marco armónico de un aria sencilla y grácil, Bach convierte un material limitado en una variedad ilimitada como nadie antes ni después. Ninguna de las interminables cuestiones de interpretación planteadas en la famosa notación sin instrucciones de Bach puede resolverse con algún tipo de piloto automático, por muy bien fundamentado que esté en la investigación. En su lugar, la obra llama a una especie de improvisación interpretativa. Su sistema de grupos sucesivos de tres variaciones, donde a una pieza de carácter le sigue un movimiento virtuosístico, tipo tocata, y finalmente un canon sobre intervalos cada vez mayores, es impresionante y eficaz por derecho propio. A medida que se desarrolla cada variación, uno debe sentirse totalmente atrapado por su dramatismo y afecto individuales, arrastrado a su propio pequeño y maravilloso microcosmos y lleno de la alegría de descubrirlo.
El elemento de deliciosa sorpresa que recorre toda la obra, continúa diciendo el islandés, "alcanza cierta culminación en la variación final, que resulta no ser el canon sobre la décima que cabría esperar por el patrón precedente. En su lugar, Bach nos presenta su Quodlibet, o popurrí, invitándonos así a unirnos al tipo de jolgorio musical que, según se cuenta, era uno de los favoritos en las reuniones familiares de Bach. Aquí se tomaban prestadas melodías populares de la época -sagradas o profanas- y se superponían unas a otras en contrapunto impecable mediante la improvisación colectiva. Se ha sugerido que las letras de las dos melodías populares tomadas prestadas en este Quodlibet son pistas jocosas sobre lo que viene a continuación. La primera se ha identificado comúnmente como una canción folclórica cuya oscura pero bastante sugerente letra comienza con las palabras "Ich bin so lang nicht bei dir g'west" (Hace tanto tiempo que no estoy contigo) - aunque también se ha observado una similitud con una melodía de una calaña totalmente diferente, la línea de apertura del conocido coral Was Gott tut, das ist wohlgetan (Todo lo que Dios hace lo hace bien). La segunda melodía es sin duda una variante alemana de la melodía italiana Bergamasca, cantada con el texto "Kraut und Rüben haben mir vertrieben" (Las coles y los nabos me han ahuyentado). "Kraut und Rüben" es un término del argot antiguo que significa batiburrillo o mezcolanza - potencialmente una referencia irreverente a las variaciones que nos han mantenido alejados del Aria original durante tanto tiempo. La cordialidad cálida y humorística de todo ello es muy bienvenida después de todas las abstracciones y deliberaciones contrapuntísticas precedentes, por no mencionar el virtuosismo rompedor de dedos que se ha acumulado hasta la cataclísmica penúltima variación. Pero este Quodlibet no es una mera broma musical. Es un ejemplo de la totalidad única de la expresión musical y espiritual de Bach, profundamente humana pero también divina. Ésta es la música que trae la exaltación, la salvación y el júbilo triunfante al final de un largo viaje musical. Esta es la Oda a la Alegría de las Variaciones Goldberg - aquí es donde "alle Menschen werden Brüder" (todos los hombres serán hermanos)."
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A medida que las resonantes voces del Quodlibet se desvanecen en el silencio, el regreso del Aria es una sorpresa final, inevitable sólo en retrospectiva. Como el reencuentro con un viejo y querido amigo tras una larga separación, de algún modo parece como si nunca se hubiera marchado. No se ha alterado ni una nota, pero algo ha cambiado - o, para ser más exactos, hemos cambiado nosotros. A menudo me pregunto cuán diferente habría sido esta obra si Bach no nos hubiera dado esta inusual oportunidad de maravillarnos con el Aria en su forma pura y original una vez más, de saborear esta tierna despedida que también se siente como un nuevo comienzo. ¿O qué es lo que realmente estamos experimentando: un reencuentro o una reminiscencia? Sin este reencuentro cíclico, no encontraríamos en esta obra una metáfora tan intuitiva de la condición humana, de cómo experimentamos la vida y el paso del tiempo. No nos quedaríamos preguntándonos, como el antiguo filósofo Heráclito, si realmente se puede pisar dos veces el mismo río, la misma corriente, el mismo Bach.
 Y es que, frente a ciertas experiencias estéticas, es mejor callar; como dice Ólafsson:“la genialidad de las Variaciones Goldberg no reside en lo general, sino en lo específico, a medida que se desarrolla cada variación, uno debe sentirse totalmente atrapado por su drama y afecto individuales, arrastrado a su propio pequeño y maravilloso microcosmos y lleno de la alegría de descubrirlo”.
En referencia a las Goldberg, no he oído nada igual desde Glenn Gould. En una palabra: subyugante.

Let's be careful out there 

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