jueves, 5 de octubre de 2023

Las horas felices


Detrás de las horas están los paisajes. El tiempo que está detrás del tiempo es la rotación de los paisajes. Primavera, verano, otoño, invierno. Los paisajes son los rostros inolvidables de tiempo original que se fusiona. Dar una forma impredecible a la propia vida y apegarse a ella en lo que sea que haya llegado a ser, éste es el objetivo del ascetismo. Dentro del enigma de cada vida, cada una se convierte entonces en la clave de una oportunidad, de una oportunidad que parece caída del cielo. Tuve suerte de vivir...

Cuando apenas contaba con tres años de edad, la familia de Pascal Quignard se mudó a El Havre, ciudad duramente castigada por los bombardeos británicos durante la Segunda Guerra Mundial cuyo puerto renacentista quedó completamente destruido. "Nunca he abandonado las ruinas de El Havre, donde caminaba de niño empujando la cabeza contra la fuerza del viento para ir al colegio", escribía en Les désarçonnés [Los inestables], publicado en 2012, y uno de los tomos de su ciclo Último Reino, cuyo duodécimo volúmen, Les heures Hereuses [Las horas felices], acaba de publicar en Francia.

Les Heures heureuses", duodécimo volumen de "Dernier Royaume", que como ha confirmado el autor constará de 14 volúmenes, muestra a Pascal Quignard en la cumbre de su arte del fragmento, experimentando un sereno "último florecimiento", libre de retóricas, de ataduras. No me puede gustar más su absoluta exquisitez, el ritmo y la forma de su prosa preludio de un largo y profundo orgasmo.

PRIMER CAPÍTULO

En Compiègne la cena empezaba a las siete. A las ocho y veinticinco minutos todos se levantaron de sus sillas. A las ocho y media, terminada la cena y dejadas las tazas de café en las mesas, entramos en procesión a la sala. Inmediatamente el emperador entró en su estudio para fumar su cigarrillo. Un minuto después de su partida, los hombres se dirigieron en grupos al salón de fumadores. La emperatriz se quedó con las damas. Tan pronto como uno de estos caballeros regresó, el chambelán de la emperatriz se colocó detrás de un piano vertical que tenía una manivela y comenzó a girarlo sin detenerse nunca más. Bailamos al son de esta música áspera y monótona. Todos estaban aburridos. Todos se preguntaron: “¿Qué hora es?” Todos preguntaban a su vecino de asiento: “¿Qué hora es?” Tuvimos que esperar hasta las once y media. A las once y media en punto, el emperador Napoleón III se levantó, se acercó a la emperatriz, la tomó de la mano y se retiraron a la noche. Tan pronto como atravesaron la puerta del salón, el señor de Lizan-Marmésis, que era el chambelán de la emperatriz, todavía de pie y todavía solemne con su abrigo negro, soltó de repente el mango del piano. Silencio. Todos se iban a la cama. 

La historia, fundamentalmente el barroco y el mundo clásico, aunque también el medieval, es el escenario predilecto de las obras de este francés ermitaño y heterodoxo que en 1994 abandonó su poderoso puesto como secretario general de la editorial Gallimard para retirarse al campo a leer, escribir y tocar y escuchar música, otro tema que entrevera sin tregua su obra.

"Renuncié a todo. La vida es breve y dediqué mucho tiempo, demasiado, a luchar contra mi deseo de soledad. Desde hace más de treinta años tengo la relación más lejana posible con ese medio, al igual que con todos los demás grupos, formaciones, ámbitos y sectas".

Las horas felices son el tiempo antes del tiempo, el tiempo ancestral sin olvido. El vasto ciclo Dernier royaume (Último reino) de Pascal Quignard, que comenzó hace más de veinte años, sigue explorando el tiempo sin fondo que él llama "jadis", el tiempo del origen del que puede surgir lo imprevisible. Dejando atrás las imágenes, e incluso en gran medida los relatos, en los que tan a menudo se basaban los volúmenes anteriores, Les Heures heureuses, este duodécimo volumen, se centra en los números más que en las letras, en las fechas, los comienzos y las partidas. Hay fragmentos de todos los libros anteriores, así como jirones de existencia, múltiples paisajes, orillas del mar, varias casas. Quizá en la vida de un escritor que nunca ha dejado de escribir, cada libro se convierte en un testamento.

Para Quignard, escribir es una necesidad absoluta-"no una elección, sino una necesidad para ensamblarme a  mí mismo ".Sin embargo, ha advertido que  la lectura "es una experiencia más profunda y menos voluntaria que la escritura; la lectura no está hecha para todo el mundo".Poco afecto a opinar del presente, Quignard, cuyos referentes se remiten a otros solitarios como Montaigne, San Juan de la Cruz, Mallarmé o el filósofo chino Zhuangzi, asegura tener pocas esperanzas en el avance de la humanidad, estableciendo metáforas con su pasión musical. "No hay progreso político. El laúd es un instrumento sublime, que se dejó por motivos religiosos y solo duró 150 años. He tocado la viola, pero se prescindió de ella de repente durante la Revolución francesa porque se veía como un instrumento aristocrático. Luego llegó el piano y pasó lo mismo. Acabamos abandonando cosas maravillosas, fantásticas. Con el paso del tiempo no avanzamos, prescindimos de cosas completamente bellas".Una visión que encaja con su obra, plagada de protagonistas desterrados o voluntariamente apartados de una sociedad adocenada y que huye de las emociones intensas, del silencio que precede a la creación y de la reflexión que acompaña al pensamiento profundo. "Soy una persona letrada y erudita. Los escritores que más me han importado han hecho de su escritura una vía mística".

Quizá por ello, el autor francés reivindica su modo de entender la vida y la literatura: " una manera de vivir, algo extrema, salvaje y libresca a la vez, apartada de todos, sin un día festivo desde hace más de cincuenta años"

Let's be careful out there 






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