Sin duda Monterroso tenía razón: pocas cosas como el Universo. Quizá sólo los calamares.
Fernando Savater
No suelo leer y escuchar música al mismo tiempo. Cada cosa requiere su tiempo y tiene sus pautas, y confundirlas sería tan estúpido como gozar la piel de una mujer mientras piensas en el sabor de un bocadillo de calamares. Sin embargo, hay momentos, como en esta tarde, en los que el azar consiente la posibilidad del encuentro entre ambas( me refiero a la música y la lectura) en una encrucijada cuyas coordenadas quedan marcadas en la intimidad de la boca ( ahora sí la piel y los calamares) para siempre. Mate en el ordenador creando una de sus historietas digitales, Jarret ( concierto de Bremen) en el plato del tocadiscos y sujeto entre mis manos, un cuento de Augusto Monterroso ( Movimiento Perpetuo): "meditaba pálidamente que Acapulco ya no era el mismo, que acaso tampoco él fuera ya el mismo, que sólo su mujer continuaba siendo la misma y que lo más seguro era que en ese instante estuviera acariciándose con otro hombre detrás de cualquier peñasco, o en cualquier bar o a bordo de cualquier lancha. Pero aunque en realidad no le importaba, eso no quería decir que no pensara en ello a todas horas. Una cosa era una cosa y otra otra. Julia seguiría siendo Julia hasta la consumación de los siglos, tal como la viera por primera vez seis años antes, cuando, sin provocación y más bien con sorpresa de su parte, en una fiesta en la que no conocía casi a nadie, se le quedó viendo y se le aproximó y lo invitó a bailar y el aceptó y ella lo rodeó con sus brazos y comenzó a incitarlo arrimándosele y buscándolo con las piernas y acercándosele suave pero calculadoramente como para que él pudiera sentir el roce de sus pechos y dejara de estar nervioso y se acercara...". Hasta aquí la encrucijada. Mate se levanta y se va, el disco de Jarret agoniza entre los últimos crujidos de la aguja, y yo me quedo a solas en compañía del escritor guatemalteco.
En el campo de la narrativa breve pocos como Monterroso han sabido desplegar con su sabia ironía como gesto esencial, el amplio muestrario del alma humana, y pocos también se dieron cuenta de lo nuevo que se anunciaba en él. Un lector atento descubre la impecable factura de su prosa, la exactitud de la observación moral, el carácter placentero e irónico oculto en el corazón de sus historias.
El dinosaurio ( Cuando se despertó el dinosaurio todavía estaba allí) se consideró como el cuento más breve de la historia de las letras hispanas hasta la aparición de 'El emigrante', de Luis Felipe Lomelí: «¿Olvida usted algo? -¡Ojalá!».
Delante de mis ojos Mr Taylor, una pequeña joya: una risueña e intencionada sátira sobre el imperialismo americano y la dependencia cultural y económica, pero sin usar ninguna de estas palabras ni cualesquiera otras grandilocuentes, dando una sabia lección a quienes pretenden escribir "literatura comprometida". Monterroso posee una filosofía escéptica y razonable de la vida que le quita a su escritura solemnidad y pretensión. Monterroso ha leído y releído con atención a los clásicos asimilándolos de manera admirable; ha hecho suyos a Melville, a Swift, a Quiroga: se nota en cada línea que escribe, la cual refleja lo importante y enriquecedor que resulta que el modelo sea inimitable.
Su obra es una de las más ejemplares, depuradas y placenteras que pueden encontrarse en la literatura hispanoamericana de cualquier tiempo; una de las más personales además, porque es dificil encontrar otra que se le parezca. Su devoción por las formas breves, fragmentarias y aforísticas pueden haberlo convertido en un escritor minoritario, en una especie de Maverick de las letras que no impide a quienes amamos su prosa disfrutar de su fuerza corrosiva y no dejar de admirar su ironía como un arma para combatir la arrogancia y la estupidez humana y como medio de reflexión moral sobre el espíritu humano y sus hábitos sociales.
Leer a Monterroso nos lleva a las preguntas que en su día se hizo Pascal Quignard acerca de cuáles son las formas en las que cristaliza la soledad, qué hacer con ellas y cómo pensarlas. Pero lo de Quignard es otra historia y a todo esto estaba leyendo a Augusto Monterroso.
Let's be careful out there
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