La llama convoca al humo para encender la lámpara. Los fuegos apagados son el mejor combustible para los nuevos fuegos. La llama sólo se enciende con su pasado.
Roberto Juarroz, Poesía vertical.
En 1983 Keith Jarrett, acompañado por Gary Peacock al contrabajo y Jack DeJohnette a la batería inició la grabación de una serie de Standars que el genial Trío estadounidense ha ido completando a instancias del sello ECM en un ciclo ejemplar, que hoy ya se puede contemplar como el mayor proyecto discográfico personal de la historia del jazz. Dentro del ciclo, la colección de seis CDs titulada At The Blue Note, es sin duda alguna su punto culminante además del cofre discográfico que más me gusta.
No obstante, al margen de la excelente calidad de la música, si el conjunto de discos dedicados por el trío del pianista de Pensilvania al standard de jazz constituyera simplemente un evento discográfico tendría un mérito relativo, interesante para los historiadores de la música grabada y poco más. Sin embargo, en toda la serie de la colección de Standards, si algo ha demostrado el pianista de Allentown es que el repertorio con raíces, imbuido a fortiori con una de las señas de identidad más firmes del jazz, todavía sigue vigente y todavía resulta fecundo. Jarrett no usa el standard a modo de excusa, ni le aplica tratamiento distanciador alguno, como hacen los jazzistas postmodernos. Opera precisamente en sentido contrario: lo reclama para vincularse a una saga, lo que sucede de forma explícita en un volumen doble de la serie (Tribute, 1989) donde cada tema está dedicado a un maestro del pasado más o menos inmediato: Bill Evans, Lee Konitz, o Sonny Rollins, por poner algunos ejemplos. Los standards son, en teoría, un material en bruto que cada cual aprovecha a su acomodo, si bien en la práctica las versiones a que los han sometido jazzistas pretéritos van recubriéndolos con sus propios matices que en Jarret es la búsqueda de su propia aura. Y es ahí, cuando interpreta standards, cuando se diría que el objetivo de Jarrett es justamente recrear y recuperar ese aura.
Por otro lado, hay quien puede ver vanidad en el hecho de incluir alguna composición propia en casi todos los discos, pero resulta evidente que con tal decisión subraya su pertenencia a una tradición. ¿Qué tradición? En primer lugar la del jazz moderno, más allá de los límites de su propio instrumento. El concepto de standard es para Keith Jarrett lo suficientemente amplio como para abarcar no sólo composiciones de Broadway o Hollywood surgidas de la pluma de compositores como Berlín, Porter, Gershwin o los más jóvenes Alan Jay Lerner o Alee Wilder, sino también temas escritos por Dizzy Gillespie, Nat Adderley, Billie Holiday, Jaki Byard, Oliver Nelson y Miles Davis. La genialidad de Keith Jarrett consiste en lograr que su gesto nos sea familiar, contemporáneo, sin necesidad de asimilarlo a ninguna clase de ejercicio reivindicativo (la tradición afroamericana como arma de futuro, de Ellington a Monk y a Mingus) o nostálgico (cualquier tiempo pasado fue mejor), como los que convierten en cosa previsible otros esfuerzos actuales. Hay lectores de la tradición en sentido acertado o equivocado, y Jarrett pertenece al primer grupo.Al margen de la monumentalidad de sus improvisaciones al piano solo, el proyecto Standards ha convertido el trío de piano en la principal instancia creativa de la carrera de Jarrett. También en este sentido se vincula a una tradición que suma ya una considerable nómina, aunque pertenezca a la esencia del jazz moderno.
El trío es la expresión más sintética y esencial del germen colectivista tan propio del jazz, y en un conjunto como el que componen Jarrett, Peacock y DeJohnette (excepcionalmente reemplazado por Paul Motian), esta circunstancia pasa lógicamente a primer plano. La sensación de libertad creativa transmitida por este trío es sin duda un legado del free que todos ellos, en uno u otro momento, han vivido de cerca, y también como es obvio, una herencia directa del legado de Bill Evans, su antecedente más directo. Pero detrás del trío de Jarrett, por su vocación globalizadora y exclusiva ( ajena a la mediocridad globalista e inclusiva nowadays) están también todos los habidos desde los años treinta hasta la actualidad. Al consagrarse principalmente al trío, Keith Jarrett ha contribuido a enriquecer como ningun otro músico, al margen de Bill Evans, una formación musical tan relevante como es el trío de jazz ; en cualquier caso al oyente le queda siempre la impresión común de que quien sale ganando es el piano, rey sin corona del jazz.
La monumentalidad del ciclo de Standards se mide también por lo que sucede a su alrededor. Y a su alrededor, además de haber convertido el disco de vinilo en una especie de" antigualla pretecnológica excelsa" se ha producido una innegable efervescencia pianística, que en parte aprovecha el tirón de Jarrett, y en parte reaviva tendencias que ya eran clásicas cuando vieron la luz los dos primeros volúmenes de Standards.
Veteranos sin fecha de caducidad, los últimos años han deparado momentos dulces a muchos viejos batalladores de la tecla. Algunos han reverdecido sus carreras, como es el caso del bopper de raza, fallecido en el 2021, Barry Harris (1929), otro sabio subvalorado, que dignifica varios discos arropando a jovencitos con aspiraciones, y prolonga una carrera propia en pequeños sellos al margen de las multinacionales.
Si hace 20 años el cetro pianístico clásico correspondía indiscutiblemente a Hank Jones (1918) y Tommy Flanagan (1930); quizá el tiempo haya sido más amable con la calidad de su firme sucesor, Kenny Barron (1943). Barron, que ha madurado sin prisas hasta eclosionar en compañía de Stan Getz, está emparentado con ambos porque su estilo, de gran mordiente melódica, deriva principalmente del bebop y sus aledaños, aunque la edad le ha permitido hacer gala de mayor ductilidad. Modesto de temperamento, compagina una impecable carrera propia con tareas de acompañante cuyo buen gusto es siempre regalo para los oídos. A la generación de Barron pertenece también John Hicks ( 1941 ), músico para músicos, cuya discografía recorre diversos sellos pequeños pero está llena de maravillas. Hicks, seguidor de McCoy Tyner, procede de un jazz peleón y anguloso que ha asimilado rasgos de diversas escuelas, y es un músico libre de retóricas que aparece donde menos se le espera: en el mingusiano Epitaph o en el primer disco de Roy Hargrove. Sólo le falta un pelo, una chispa, para ingresar en el club de los principales.
Ese que encabeza Jarrett, quien a lo largo de toda su carrera ha mantenido el nivel creativo, e incluso lo ha elevado cuando parecía prácticamente imposible, en un proyecto que semejaba ( para algunos puristas sin sustancia) de cortos vuelos, mientras otros, sin ninguna limitación por delante, perdían fuelle en pocos años, incapaces de mantener semejante nivel de inspiración. Y es que a veces el artista precisa de constricciones y límites para hacer estallar de forma más poderosa su creatividad; y el horizonte abierto sólo ofrece una libertad engañosa que se escurre entre las manos paralizadas por la indecisión. Para Jarrett, el standard ha sido ese desafío, ese límite autoimpuesto contra el cual golpear para extraer de la música toda la belleza del mundo.
Let's be careful out there
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