sábado, 29 de julio de 2023

Un banco e un livro no Porto


"En la oscura boca del gastado interior del zapato está grabada la fatiga de los pasos de la faena [...] Bajo las suelas se despliega toda la soledad del camino del campo cuando cae la tarde..."
Martin Heidegger, Caminos del bosque

En la mitad de lo años 80, durante mi bachillerato, devoraba cuanta literatura existencialista caía en mis manos.  ignoro aún porqué me hacía sentir tan bien el sentirme tan mal con todo aquel galimatías de problemas y situaciones por fortuna ajenas a mi vida. Mitad pose mitad verdad, el contacto con Sarte y Camus fue mi comienzo en el mundo del pensar e imaginar... En medio de tanta nausée francesa y tanta noia italiana, recuerdo la tarde, en una tutoría, en la que mi profesor de filosofía me habló de Martín Heidegger, que no entraba en el programa , y a raíz de aquella charla inicié mi relación amorosa  con el genio alemán que no ha hecho sino más que renovarse con los años. Empecé inmaduramente a leer a Heidegger sin comprender, y gracias a su lectura, me habitué a comprender sin entender; aprendí, entre equívocos y errancias, a obligarme a mí mismo a pensar desde lo otro y no sobre lo otro, a traer a mí algo para masticar y no ya digerido por otro, a indigestarme, pero alimentarme al fin con lo que aún porta jugo, savia. Aprendí a identificar pensar con crear, aprendí no lo que él pensó sino el pensar, el pensar como verbo, como conjugación; asimilé la enseñanza segun la cual lo que uno dice puede y debe estar en lo dicho, sino no dice, repite: extiende lo que ya es: no convoca nada nuevo.
Tomando de Kant la distinción entre “conocer” o “tener” mundo, diría que Heidegger me hizo tenerlo, y no sólo mundo sino pensamiento: me hizo entrar en el juego, me abrió a el pensamiento y al juego del ser... Pensar y preguntar sin nunca llegar a una respuesta, y en ese juego permanecer. Sí, algo de eso, pensar como jugar, como el juego en que nos jugamos la vida. Jugar, pensar: crear. Crear pensando: porque lo que tenemos que pensar no es,  y Heidegger en esto es claro: hay lo que no es, ese hay sin ser que llamamos misterio, o algo así. 
Para mí pensar es crear y, como hombre inquieto que estira las preguntas más que como filósofo, que no lo soy, pienso con palabras no con conceptos, y algo de eso también fue Heidegger, además de un genio irrepetible, claro. Lo aprendí en su ejercicio de escuchar para pensar y transmitir palabras, palabras originales, esenciales, liberadas de la ganga de la costumbre y el enrejado de la gramática. Creo que eso hacía Heidegger: primero las escuchaba, las dejaba hablar. Pensar entonces, como acoger... serenamente. Y también, ¿porqué no?, divagar y así ensanchar, liberarse de la línea recta que –nos enseñó uno de sus maestros, Nietzsche-  siempre miente. Nunca me sedujo tanto el qué sino el cómo de su pensar, el que diría que me es connatural, no me sorprende tanto, me fascina sí el cómo suyo. Para mí leer a Heidegger no es un encuentro con un contenido sino con una hondura. Con Heidegger, la hermenéutica se relaciona directamente con la ontología de la existencia. La comprensión es entendida como una estructura fundamental del ser humano, es un existencial del Dasein (ser ahí).Ya no se trata de la mera comprensión de un texto en su contexto, sino que en la comprensión ya va involucrada la propia auto-comprensión, que aparece por medio del lenguaje. Así, la hermenéutica no es una forma particular de conocimiento, sino lo que hace posible cualquier forma de conocimiento. Esta identificación entre hermenéutica y ontología se hace patente en cuanto que se aborda la cuestión del sentido del ser a partir de la comprensión del ser del Dasein. El hombre, en cuanto abierto al ser, es el intérprete privilegiado del ser. De esta manera, la filosofía, entendida como ontología fenomenológica, debe basarse en una hermenéutica del Dasein. Por ello, la comprensión no es un simple proceso cognoscitivo sino que, ante todo, es un modo de ser. En este proceso aparece el círculo hermenéutico, que caracteriza la comprensión como una estructura de anticipación que muestra el carácter de lo «previo» o de la pre-comprensión: toda interpretación que haya de acarrear comprensión tiene que haber comprendido ya lo que trate de interpretar. Pero este círculo no es un círculo vicioso, sino un círculo abierto que muestra aquella identificación entre hermenéutica y ontología. 
Heidegger nos lleva a un tema esencial del pensamiento: la vocación  de aventura. La vida es riesgo, un riesgo constante, y la filosofía , que es el pensamiento de la vida, debe tener vocación de aventura si quiere sobrevivir gozando de buena salud. Para ello debe de alimentarse bien,  mantener su cuerpo activo en el mercado agitado de transacciones en el que tiene que desenvolverse, saber ver y usar las metáforas que unen esto con aquello para desentrañar la falsedad de las cosas. Heidegger, sobre todas las cosas, me ha enseñado que una metáfora  puede curar a un enfermo o desatar una guerra. Se trata simplemente de reivindicar la singularidad de cada individuo, sin conformarse con ser una tecla del piano. 
En definitiva, hay que practicar una constante hermenéutica de la sospecha para devolver al individuo la capacidad de pensamiento y acción. Se precisa de hombres con carisma capaces de renovar las viejas estructuras de pensamiento y comportamiento. La filosofía no debe necesariamente encontrar una respuesta satisfactoria a las cuestiones fundamentales de la existencia humana, ( pues no la hay), basta conque plantee preguntas aunque ello implique transgredir el orden establecido y destruirlo. Vivir filosóficamente equivale a vivir de manera arriesgada y pensar contra las normas prefijadas. Vivir filosóficamente vale la pena

Let's be careful out there 

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