lunes, 14 de agosto de 2023

Las olas y las palabras

"La palabra río es la más francesa de todas las palabras. Es una palabra formada por la imagen visual de una orilla inmóvil que nunca deja de fluir..."
Gaston Bachelar.

Basándose en los cuatro elementos- fuego, agua, aire y tierra -Gaston Bachelard propone un conocimiento de la realidad enraizado en la ensoñación y la imaginación. El agua es sin duda su elemento 
preferido: huidiza, transitoria, es la metáfora de nuestra existencia.
Escuchar la voz de  Bachelard es experimentar lo que él llamaba "las fuerzas imaginativas". Esto es especialmente cierto de sus "Causeries sur l'imagination poétique", emitidas en Paris-Inter en 1954.
Podemos ignorar el significado y concentrarnos en su lugar en el timbre, las fluctuaciones y la dicción de un filósofo que era una estrella en aquella época, cuyas conferencias despertaban el suficiente  interés  como para abarrotar la sala principal de la Sorbona. Las erres ruedan ( dicen quienes saben de lo que hablan), las sílabas cadenciosas se despliegan con un registro vocal bastante amplio, lo que confiere a sus palabras un carácter enfático, casi teatral, incluso operístico, y las palabras salen a tirones, casi sacudidas, en un tempo muy personal. Por supuesto, se podría argumentar que la mayoría de las producciones audiovisuales de la época mostraban este mismo estilo enfático, que hoy en día parece muy anticuado, rozando lo ridículo. Pero la voz de Bachelard, sin duda porque sólo la escuchamos cuando recordamos su obra, parece adoptar el contorno de un elemento natural que le gustaba especialmente: el agua. Tiene algo del torrente que lucha por mantenerse en un cauce siempre demasiado estrecho, que desborda el camino marcado. Como admitió de buen grado en La Terre et les rêveries du repos (1948): "Se ha dicho que en el hombre 'todo es un camino'; si nos referimos al más remoto de los arquetipos, debemos añadir: en el hombre todo es un camino perdido."
Cuando Bachelard publicó L'Eau et les Rêves en 1942, ya se había hecho un nombre como empleado de correos y profesor en su Aube natal. Ahora era un catedrático de renombre en una universidad que habría parecido inaccesible para el hijo de un zapatero.
Al margen de su biografía, tendemos a dividir la obra y la vida de Bachelard en dos partes: primero, los trabajos del epistemólogo apasionado por las matemáticas y desconfiado de todo lo que pudiera interponerse en el camino del conocimiento, incluidas las imágenes poéticas; después, los ensayos que alaban las virtudes de la imaginación poética y subrayan la necesidad de interesarse no por la materia en sí, sino por el imaginario que la rodea, fórmula de su perfume. 
Los elementos que componen la materia dan lugar a ensueños que son una forma de conocimiento, ya que nacen del corazón mismo de la materia. Por eso Bachelard propone distinguir entre "imaginación formal" e "imaginación material". La primera consiste, por ejemplo, en ver el contorno de un rostro en la arena: estamos aplicando una forma a una materia que no tiene nada que ver con ella; la segunda, en cambio, nos invita a dejarnos llevar por un elemento y a construir a su alrededor todo un universo intrínsecamente ligado a él. Estas imágenes nos hablan tanto del elemento en cuestión como de la psique humana.
Bachelard anuncia que se embarca en un enfoque que a veces es "psicoanálisis", a veces "psicofísica" o "psicoquímica de los sueños". Hay que reconocer que la superposición de estos diferentes términos no ayuda mucho a aclarar lo que intenta decir. Pero lo que sigue confirma que se trata más de anclar su nuevo enfoque en la continuidad de sus trabajos científicos anteriores, que de analizar en términos freudianos, o desde un punto de vista químico, la composición de nuestros sueños diurnos vinculados a elementos naturales. ¿Cómo encajan ambos teniendo en cuenta que Bachelard no habla del mismo tipo de conocimiento? Digamos, más bien, que hace una genealogía de ellos, remontándose a la fuente de la asociación - por ejemplo, entre el agua tranquila y la feminidad.
En el caso del agua, Bachelard se interesa por lo que asociamos con los distintos tipos de agua: primaveral o pantanosa, embravecida o tranquila, profunda o encharcada. Predice la dificultad de enfrentarse a un elemento tan escurridizo, advirtiendo al lector de que el camino de su mente será tan imprevisible y a veces sorprendente como un río cuyo lecho aún no está del todo marcado: "Uno no se baña dos veces en el mismo río, porque ya, en sus profundidades, el ser humano tiene el destino del agua que fluye. El agua es verdaderamente un elemento transitorio. Es la metamorfosis ontológica esencial entre el fuego y la tierra. El ser consagrado al agua es un ser en vértigo. Muere a cada minuto; siempre hay algo que fluye. [...] El agua siempre fluye, el agua siempre cae, siempre acaba en su muerte horizontal.
En "La formación de la mente científica" (1938), revela la dinámica del conocimiento como una especie de evasión permanente: "Es en términos de obstáculos como debemos plantear el problema del conocimiento científico. Estos obstáculos no son extraños a la mente científica, forman parte de su funcionamiento, desde las primeras etapas de un experimento: "La observación inicial es siempre el primer obstáculo para la cultura científica". A veces, puede conducir a una intuición correcta, por ejemplo cuando la dirección vertical del fuego, de la llama de una vela, nos lleva a pensar que el calor también se propaga verticalmente. Pero esta concordancia entre lo que proyectamos de un fenómeno físico y la forma en que se comportan realmente los elementos es bastante rara. La ciencia y la técnica sólo pueden desarrollarse liberándose de estos obstáculos y, en particular, de un cierto mimetismo: "La máquina de coser encontró su racionalización cuando dejamos de intentar imitar el gesto de la costurera", señalaba Bachelard en Le Rationalisme appliqué (1949).
Pero no son sólo ciertas imágenes ingenuas o proyecciones las que se interponen en el camino del conocimiento y de la ciencia: "El progreso científico marca sus pasos más claros abandonando los factores filosóficos de fácil unificación como la unidad de acción del creador, la unidad de plan de la naturaleza, la unidad lógica". La originalidad de Bachelard se ha atribuido a sus orígenes rurales y modestos, y a una trayectoria autodidacta alejada de la Universidad. Pero también procede de una auténtica desconfianza hacia una determinada manera de hacer filosofía, heredada de Descartes.
Fue con La Psychanalyse du feu (1938) cuando Bachelard inició su giro hacia lo que hasta entonces había considerado una barrera para el conocimiento: la imaginación. La ruptura es más notable en L'Eau et les Rêves, donde la escritura gira más hacia la poesía, con su abundancia de imágenes y metáforas. Desde el principio, la imaginación ya no es un obstáculo, sino una "fuerza" dinámica que actúa en la mente como un "resorte", provocando el florecimiento de las ideas. Las "fuerzas imaginativas" ya no son un obstáculo; al contrario, "cavan en lo más profundo del ser, [...] producen gérmenes; gérmenes donde la forma se incrusta en la sustancia, donde la forma es interna". Esta imagen de la germinación se repite con frecuencia: "La vegetación oscura crece en las profundidades de la materia; las flores negras florecen en la noche de la materia. Ya tienen su terciopelo y la fórmula de su perfume". Más adelante: "La imagen es una planta que necesita tierra y cielo, sustancia y forma".
Bachelard no se contentó con elaborar un catálogo de imágenes asociadas al agua; también criticó ciertas asociaciones, con una mirada a veces sorprendentemente actual. Se interesa especialmente por el cisne, animal ambiguo en el imaginario de los poetas porque encarna a la vez un principio masculino (fue en forma de cisne como Zeus eligió encarnarse para acercarse y seducir a Leda, e incluso abusar de ella) y un principio femenino, por su gracia, delicadeza y aparente calma. Como todas las imágenes en acción en el subconsciente, la imagen del cisne es hermafrodita", señala. El cisne es femenino en su contemplación de las aguas luminosas; es masculino en la acción. Para el inconsciente, la acción es un acto. Para el inconsciente, sólo hay un acto... Una imagen que sugiere un acto debe evolucionar, en el inconsciente, de lo femenino a lo masculino.
Bachelard identifica así lo que denomina "complejo de cultura", es decir, un estereotipo que ha cristalizado en torno a un objeto y que no tiene que ver con la naturaleza del objeto en sí, sino con lo que el observador -a menudo un hombre- proyecta en términos de fantasías y deseos. A fuerza de repetirse, este complejo se convierte en un impensado, retomado sin cesar por poetas y artistas, en una forma de pereza intelectual y estética: "El cisne, en literatura, es un sucedáneo de la mujer desnuda. Es la desnudez permitida, la blancura inmaculada pero conspicua. ¡Al menos los cisnes se dejan ver! Quien adora al cisne desea a la bañista", señala. El cisne, con todas sus asociaciones con la pasividad femenina, se convierte en un complejo cultural, porque permanece fijado en el inconsciente colectivo: ya no es una imagen que produce novedad, sino que está en el registro de la reproducción. Por eso Bachelard define el complejo de cultura como apegado "a una cultura escolar, es decir, a una cultura tradicional". No se trata de hacer de Bachelard un crítico contemporáneo de las representaciones de la feminidad en la historia del arte. Pero es sorprendente constatar que su enfoque muy personal del análisis de las representaciones psíquicas vinculadas a los elementos le conduce a una forma de deconstrucción de los estereotipos de género.
Al examinar más detenidamente la figura de Ofelia ahogada, sigue cuestionando la figura de la mujer pasiva, incluso muerta, como objeto de deseo y también de repulsión, asociada, además, a la tragedia del suicidio. "El agua, el hogar de las ninfas vivas, es también el hogar de las ninfas muertas. Es la verdadera materia de la muerte femenina", escribe, antes de ahondar en Shakespeare y en todos aquellos que se inspiran en los versos de Hamlet.
¿Cómo lo que Shakespeare llamó su "muerte fangosa" se convirtió en uno de los mitos literarios más fértiles, sobre todo en el siglo XIX? Bachelard identifica el poder de "una de las sinécdoques poéticas más claras": la desaparición de Ofelia tras su larga cabellera, que se funde con el agua estancada. Ella se encuentra entonces "en su propio elemento", tanto que el cabello femenino, con todo lo que implica de seducción, pero también de peligro turbio y opacidad, se funde con el agua potencialmente mortal.

"El agua es el elemento de la muerte joven y bella, de la muerte florida y, en los dramas de la vida y la literatura, es el elemento de la muerte sin orgullo ni venganza, del suicidio masoquista. El agua es el símbolo profundo y orgánico de la mujer que sólo sabe llorar sus penas y cuyos ojos se 'ahogan en lágrimas' tan fácilmente": de esta fusión, consagrada por Shakespeare, surgió en el siglo XIX todo un erotismo de la mujer muerta (preferentemente ahogada) que alimentó numerosas representaciones pictóricas. Retomado por Eugène Delacroix, Alexandre Cabanel y John Everett Millais, en un famoso cuadro en el que los contornos del cuerpo y la ropa de la joven se disuelven en su entorno - "Al borde del agua, todo es pelo", señala Bachelard - el "complejo cultural" de Ofelia se convierte en un tópico. El agua se vuelve lánguida, incluso amenazadora, y se convierte, en palabras de Joris-Karl Huysmans, en "el elemento melancólico". "Así, para algunas almas, el agua encierra verdaderamente la muerte en su sustancia. Comunica un ensueño en el que el horror es lento y tranquilo", dice Bachelard. Estas almas son sobre todo las de un siglo que vio florecer y florecer el Romanticismo, con toda su obsesión por las figuras de la caída y la decadencia. A menudo se representa a Ofelia tumbada, tras lo que imaginamos que es una caída en un estanque.Tras una incursión en las aguas violentas, contra las que lucha el nadador, o las aguas purificadoras, consideradas como tales cuando son transparentes y frescas, Bachelard concluye L'Eau et les Rêves con una reflexión sobre la palabra agua. Su fascinación por el elemento acuático, que parece ser su preferido, se comprende mejor recordando sus orígenes en la región de Champaña y los paisajes en los que creció: "Nací en una tierra de arroyos y ríos, en un rincón montañoso de Champaña, en el Vallage, llamado así por el gran número de sus valles. [...] Mi placer sigue siendo seguir el arroyo, caminar por las orillas, en la dirección correcta, en la dirección del agua que fluye, el agua que da vida.El río sigue siendo así la forma más perfecta que puede adoptar el elemento líquido, porque se convierte en discurso: hay un significado, sonidos asociados, incluso articulación. Hasta la propia palabra, que se identifica con su acción: "Entendemos que la palabra río es la más francesa de todas las palabras", sostiene el filósofo y poeta. Es una palabra formada por la imagen visual de una orilla inmóvil que nunca deja de fluir...".
Sin embargo, no prestemos a Bachelard ninguna intención esotérica o pagana. Incluso cuando se trata de la imaginación, sigue siendo un racionalista. Para él, no se trata de oír la voz de alguna divinidad expresándose a través del gorgoteo de las olas, sino de comprender que el agua ha estructurado nuestra imaginación hasta tal punto que también ha dado forma a nuestro lenguaje. "Creemos que la liquidez es el deseo mismo del lenguaje. El lenguaje quiere fluir. Fluye de forma natural. Sus sacudidas, sus rocas, su dureza son intentos más artificiales, más difíciles de naturalizar", observa Bachelard. Por eso un alma infeliz encuentra consuelo en el agua. A diferencia de la llama de una vela, el agua no es un simple medio para el ensueño. Entra en diálogo, sintonizando con el flujo de pensamientos, imponiéndoles un ritmo. Bachelard, que lloró toda su vida la muerte de su esposa a causa de la gripe española en 1920, sin duda lo sabe íntimamente.

Let's be careful out there 





No hay comentarios:

Publicar un comentario