All hope ye who enter here is scrawled in blood red lettering on the side of the Chemical Bank near the corner of Eleventh and First and is in print large enough to be seen from the backseat of the cab as it lurches forward in the traffic leaving Wall Street and just as Timothy Price notices the words a bus pulls up, the advertisement for Les Misérables on its side blocking his view, but Price who is with Pierce & Pierce and twenty-six doesn’t seem to care because he tells the driver he will give him five dollars to turn up the radio, “Be My Baby” on WYNN, and the driver, black, not American, does so. “I’m resourceful,” Price is saying. “I’m creative, I’m young, unscrupulous, highly motivated, highly skilled. In essence what I’m saying is that society cannot afford to lose me. I’m an asset.”
All hope ye who enter here está garabateado en letras rojo sangre en el lateral del Chemical Bank, cerca de la esquina de la Undécima con la Primera, y está impreso en letra lo bastante grande como para que se vea desde el asiento trasero del taxi mientras avanza a trompicones en el tráfico que sale de Wall Street, y justo cuando Timothy Price se da cuenta de las palabras se detiene un autobús, pero a Price, que trabaja en Pierce & Pierce y tiene veintiséis años, no parece importarle porque le dice al conductor que le dará cinco dólares para que suba el volumen de la radio, "Be My Baby" en WYNN, y el conductor, negro, no americano, así lo hace. "Soy ingenioso", dice Price. "Soy creativo, joven, sin escrúpulos, muy motivado, muy hábil. En esencia, lo que digo es que la sociedad no puede permitirse perderme. Soy un activo".
En uno de los capítulos del penúltimo libro publicado por Bret Easton Ellis "White"" encabezado por el sugerente y significativo título de Secondself, nos dice el autor angelino: " Empecé a tomar notas para American Psycho la última semana de diciembre de 1986, y comencé a perfilar la novela a principios de la primavera de 1987 después de instalarme en Nueva York y disponerme a alquilar un piso en la calle Trece en un edificio célebre porque allí vivía Tom Cruise, pese a que el East Village se consideraba una zona semidesolada [... ]
El título del primer capítulo, «Inocentes»,( en el original April Fools) insinúa que lo que uno está a punto de leer no es exactamente una narración de fiar, que quizá todo sea un sueño, la sensibilidad colectiva de la consumista cultura yupi vista a través de los ojos de un sociópata demente con una comprensión muy tenue de la realidad.
[...] Y quizá en eso se convirtiera el libro a medida que comencé a escribirlo en 1987, porque yo también estaba viviendo en una especie de mundo onírico, el surrealismo que estaba experimentando personalmente volvía a transformarse en el dominio ficticio de Patrick Bateman. No hablé de esto durante la controversia que causó la novela en 1991 ni tampoco después; solo en los últimos años, a partir de la gira internacional que acepté de mala gana en 2010, he admitido que en muchos sentidos Patrick Bateman era yo, al menos mientras estuve trabajando en el libro.[...]
El 15 de julio de 1987, Ellis escribió una nota a su agente literario en la que describía su nuevo proyecto: La nueva novela se titula "American Psycho" y sigue en el transcurso de un año a su narrador, Patrick Bateman, un banquero de inversiones de veintiséis años que lleva la quintaesencia de la existencia yuppie de Manhattan, frecuentando clubes nocturnos, gimnasios, restaurantes, bares. A primera vista, Patrick Bateman (guapo, exitoso, acomodado) parece bastante normal, incluso aburrido. Pero... empieza a matar gente."
Un relato tan anodino no deja entrever la violencia gráfica del libro ni su ambiciosa crítica social, pero no impidió que la enorme calidad de lo primero, y la naturaleza escurridiza de lo segundo, desempeñaran un papel central en la controversia que se desató cuando se filtraron a la prensa secciones del libro y se publicaron en Spy y en la revista Time.
El libro, por el que el editor de Ellis, Simon & Schuster, había pagado un anticipo de seis cifras, se encontraba en las fases finales de producción: además del anticipo, la editorial había invertido una importante cantidad de dinero y trabajo en forma de tarea editorial, corrección de pruebas, diseño del texto, publicidad, composición tipográfica e impresión. En vista de la creciente controversia y temiendo una publicidad negativa, Simon & Schuster canceló la publicación por incumplimiento de contrato, renunciando al anticipo ya pagado a Ellis y perdiendo el trabajo editorial, de marketing y de producción ya invertido en el libro. Pero no olvidemos que estamos en América y en menos de 48 horas, otra editorial, Knopf (filial de Random House), apostando acertadamente a que la controversia aumentaría las ventas, compró el manuscrito y lo publicó rápidamente en marzo de 1991.
El tono de la novela, lo esencial en ella se establece desde el principio, cuando el protagonista, Patrick Bateman, y su compañero de trabajo, Timothy Price, toman un taxi para ir a casa de la prometida de Bateman. Price alardea narcisistamente de lo que él cree que son sus virtudes: "Soy ingenioso... . Soy creativo, joven, sin escrúpulos, muy motivado, muy hábil. En esencia, lo que digo es que la sociedad no puede permitirse perderme. Soy un activo". Esta afirmación redefine el sueño americano, distorsionado por el capitalism9o consumista individualista.
La novela relata las andanzas de un niño bonito, Patrick Bateman, joven, elegante, riquísimo, vagamente culto, seductor... en resumen, esa especie de ideal del capitalismo yanqui que trabaja para Price & Price en Wall Street. No es de extrañar que a los admiradores del sistema no les gustara el libro. El personaje, además de ser misógino, racista, homófobo, egocéntrico, etcétera, etcétera, tenía la fea costumbre —entre la escucha de un disco de Genesis, el visionado de un reality show y las sesiones de gimnasio— de arrancar pezones a bocados y comérselos, trocear cuerpos, recortar labios con cortaúñas y hacer otras cosas igual de agradables aprovechando la impunidad que le otorgaba su estatus (era la última persona de la que se habría sospechado). Sus víctimas preferidas eran mujeres jóvenes, pero no tenía manías: si el riesgo no era excesivo, no dudaba en asesinar a compañeros de trabajo o torturar a mendigos cuando no estaba apuñalando a jovencitos.
Como el perfecto neurótico que es, el héroe de Bret Easton Ellis se pasa la vida haciendo ávidas listas de la ropa que usa la gente de su entorno. La novela también dedica largos pasajes a describir los cuidados que prodiga diariamente a su rostro, los tejidos de sus trajes a la última moda, sus sesiones de rayos UVA, la minuciosa confección de sus tarjetas de visita, su búsqueda de los aparatos tecnológicos más recientes y caros o el menú de sus comidas en los restaurantes más chic: «pizza de pargo rojo», «bollos de avena y salvado», «pastel de pez espada con mostaza de kiwi»... La crítica al microcosmos de los amos de las finanzas mundiales es evidente y corrosiva, nos empuja a reflexionar sobre la relatividad del crimen y, por supuesto, nos hace recordar las palabras de Bertolt Brecht: «¿Qué es robar un banco, comparado con fundarlo?»
No obstante, quedaba pendiente la cuestión de si Bateman cometía esos espantosos crímenes realmente o si debían interpretarse como fantasías. En ambos casos, el sentido era el mismo pero, evidentemente, para las víctimas ficticias el matiz debía de tener cierta importancia... Hay quien sostiene que todo sucede en la imaginación de Bateman y quien opina que es un verdadero asesino en serie. En lo que a mí repecta, coincido con los que piensan que la importancia del libro reside precisamente en plantear esa cuestión.
Lo primero que hay que recordar sobre American Psycho, a pesar de que los novelistas a menudo tienden a dejar que el subconsciente haga el trabajo pesado, es que se trata de una obra de ficción. Esto significa que todo en la novela está completamente construido, basado en la cultura que rodea la época en la que se escribió el libro. Esta obviedad vale la pena repetirla, ya que mucha gente todavía insiste infantilmente en confundir a los protagonistas con sus autores. Lo segundo es que la novela siempre tiene tanto que ver con el lector como con el escritor. Como lectores, filtramos las novelas a través de la lente de nuestro propio bagaje cultural y respondemos psicológicamente a ellas en consecuencia. Las mejores evocan algo fuerte tanto en nosotros mismos como en el mundo que nos rodea. Por tanto, no puede haber un análisis "objetivo" de la novela. Una vez más, esto es algo obvio, pero también merece ser reiterado, ya que muchas de las críticas a American Psycho provienen de una visión inmadura, o incluso de una completa incomprensión, de lo que realmente es una novela.
Al mezclar las actividades cotidianas mundanas de Bateman con sus brutales homicidios, American Psycho cierra incómodamente la brecha entre los aspectos culturales psicóticos de los EE.UU.: su fijación por la riqueza, la obsesión por las armas, el militarismo en el extranjero, el creciente fetichismo militar en casa, y el de las preocupaciones mórbidas y depresivas del asesino en serie. La metáfora es la de una cultura que sucumbe a un consumismo materialista que destruye la sociedad al erradicar sus valores humanos en favor de una obsesión por la imagen. La narración de Bateman está repleta de descripciones alargadas y en forma de lista de sus posesiones, su ropa y su aspecto personal. Sus obsesivos rituales de acicalamiento y la búsqueda de una fachada inmaculada le obligan a pasar innumerables horas cuidando hasta el último detalle y mejorando su físico con ejercicio constante. Esta concentración en su riqueza material trasciende lo meramente psicótico. El humor más negro surge en este tipo de escenas; el episodio de la tarjeta en relieve (en el que la nueva tarjeta de visita de Bateman es literalmente superada por la de un colega) es una de las mejores representaciones de una rivalidad personal trivial y ridícula que jamás se haya plasmado en una página. Es casi imposible separar American Psycho de las reacciones que suscita, y examinar esas objeciones es instructivo para discernir la naturaleza subversiva de la novela. La manipulación del lector es una de las características más llamativas del libro. Al presentarnos a un protagonista elitista, de estrella de cine (riqueza heredada, educación de élite, cuerpo de gimnasio, ropa cara, competencia en el mundo financiero), Bret Easton Ellis rechaza las normas de la vida real al dar glamour al personaje de Bateman. Es un perfil a años luz de la realidad habitual del asesino en serie como perdedor huraño e inadecuado. Pero al mismo tiempo que relaciona a su protagonista con el lector, el autor lo retrata irónicamente como un loco homicida. Bateman probablemente sería considerado como un modelo arquetípico del éxito americano, si no fuera por el hecho de ser un psicópata asesino. Por lo tanto, el libro compara directamente las tendencias de ansia de poder y avaricia de "una élite estadounidense irascible y consentida" con una disfunción mental. Este es, a mi modo de ver, el objetivo de la violencia del libro; esas escenas están estudiadamente elaboradas y colocadas con ese objetivo preciso y específico. No se trata de las proyecciones desviadas de un escritor retorcido, diseñadas para alimentar las fantasías misóginas de un contingente de lectores masculinos disfuncionales. Ganarse la vida" en Wall Street puede ser una frase inofensiva, pero sólo tiene fuerza por la cultura en la que se desarrolla. La violencia del protagonista principal y la de la cultura capitalista quedan ilustradas por Bateman cuando responde "asesinatos y ejecuciones" a la pregunta de a qué se dedica, y su respuesta se oye como "fusiones y adquisiciones".
El impacto de American Psycho ha sido inmenso, y está crónicamente infravalorado. Patrick Bateman, como Tyler Durden en El club de la lucha, anunció la llegada masiva de la época del antihéroe. Bateman es la versión más pura de los Gordon Gekko, los Wolfs de Wall Street y la plétora de pantomimas cinematográficas de la villanía capitalista corporativa. El tiempo ha sido benévolo con una novela que ofrece un mensaje sombrío pero esencial. Las críticas negativas que recibió el libro suenan ahora un poco como el lloriqueo de unos pacatos niños asustados. El hecho de que procedieran de personas inteligentes, incapaces de superar su propia conmoción e incomodidad para averiguar la verdadera naturaleza de la novela resulta cómico. Esta espectacular equivocación es un testimonio del poder del libro. Pero en un sentido más profundo, el pánico moral en torno a la publicación de la novela representó una cortina de humo, nada menos que la negativa a asumir el hecho de que American Psycho, como El club de la lucha, es esencialmente una obra sobre el "declive del imperio. Existe una enorme desconexión entre la imagen que el gigante americano tiene de sí mismo y cómo se le percibe a menudo en el extranjero: una nación confusa e hipócrita, con demasiada frecuencia opresora imperialista de la voluntad democrática.
Y, sin embargo, la histeria y la vehemencia que caracterizaron la recepción de esa novela, dieron paso a evaluaciones y análisis más sobrios. Aunque algunos de estos trabajos (los de Tighe, Tanner) mantuvieron el tenor de censura que caracterizó la controversia, para otros estudiosos la novela y el debate que suscitó fueron una oportunidad para examinar la naturaleza de la censura (Abel, Violent Affect) y su forma de manifestarse. (Hutchings, Eberly, Kauffman). Parte de este trabajo consistió en situar American Psycho dentro de las tendencias culturales y literarias más amplias de la década de 1980. Para Freccero y Gomel (Bloodscripts), éstas incluían la fascinación por los asesinos en serie que se reflejaba en la cobertura sensacionalista de los asesinos en masa Jeffrey Dahmer y Ted Bundy y en la popularidad de películas como El silencio de los corderos. Para Annesley (Blank Fictions), Messier y Baelo-Allué ("Asesinato en serie"), el hecho de que la novela alineara el asesinato en masa con el consumo en serie servía como denuncia de los excesos del capitalismo en la América de Reagan. Otros críticos (Helyer, Story, Schoene) interpretan American Psycho como una novela fundamentalmente posmoderna en la que se parodian las tradiciones literarias y las formaciones de sujetos existentes.
La novela de Ellis ha sido comparada con la obra del Marqués de Sade y Leopold von Sacher-Masoch (Mandel), Emile Zola (Schneider) y el poeta y novelista escocés James Hogg (Cojocaru). Violence, Ethics, and the Rhetoric of Decorum in American Psycho", de Michael Clark, revisa la tendencia a condenar la novela de Ellis examinando cómo se elude y se suscita la censura en el texto. Con "The Soul of this Man is his Clothes" (El alma de este hombre es su ropa), Elana Gomel contrarresta la dependencia de American Psycho de la narrativa del asesino en serie y la novela policíaca identificando a Patrick Bateman como una versión de la figura finisecular del dandi. Para Alex Blazer, en "American Psycho, Hamlet y la psicosis existencial", el mito de Edipo, el Hamlet de Shakespeare y la propia obra de Ellis se unen al contexto literario en el que se inscribe la novela. Para exponer sus argumentos, los capítulos recurren a marcos interpretativos muy diferentes. Clark sitúa la novela dentro de una tradición de decoro, rastreando el concepto desde la Antigüedad, pasando por las teorías renacentistas y neoclásicas de la poesía y la poética, hasta los trabajos contemporáneos sobre la relación del arte con sus lectores y con el mundo. Blazer trabaja con las teorías de Freud y Lacan sobre la formación psíquica, el complejo de Edipo y la función del lenguaje y del derecho. Para Gomel, que abarca desde la teoría narrativa y de género hasta la obra contemporánea sobre la moda, los interlocutores improbables de American Psycho son La vuelta de tuerca de Henry James y El retrato de Dorian Gray de Oscar Wilde.
Retomemos, no obstante las palabras del propio autor para aclarar toda esta enorme cantidad de disparidades: [...] Podría ser que mi vida se calmara y adoptara un ritmo más tranquilo después de la estresante excitación de aquel año inicial de 1987, o quizá sencillamente el Klonopin que me había prescrito un aburrido psiquiatra del Upper East Side funcionase. Posiblemente habitar a Patrick Bateman me había clarificado las cosas; conforme la novela fue haciéndose más oscura, tras el Lunes Negro, empecé a sentirme aliviado. Así como habían existido dos Bret, existían dos Patrick Bateman: estaba el chico guapo y socialmente torpe cuyo nombre nadie recordaba porque se parecía a todo el mundo —se había adaptado como el resto— y estaba el Bateman nocturno que rondaba por las calles en busca de presas, reafirmando su monstruosidad, su individualidad. A finales de la década de los ochenta lo consideraba una respuesta adecuada a una sociedad obsesionada con la superficie de las cosas e inclinada a obviar todo aquello que insinuara la oscuridad que acechaba por debajo. La novela parecía un resumen certero de la era Reagan, aludía indirectamente al escándalo Irán-Contra en el último capítulo, y la violencia que se desataba en su interior conectaba con mi frustración y al menos, en aquella época superficial, apuntaba a algo real y tangible. Porque la sangre y las vísceras eran reales, la muerte era real, la violación y el asesinato eran reales… aunque en el mundo de American Psycho quizá no fueran más reales que la falsedad de la sociedad que describía. He aquí la sombría tesis del libro.[...]
Por otro lado, en el año 2000 , Mary Harron en su adaptación cinematográfica, tomó partido por las alucinaciones. La mediocre película recoge la sátira social y la crítica a la era Reagan, pero no la violencia del libro, velada por las elipsis y se queda en un reiterado ejercicio de indefinición donde cuesta encontrar algo de la potencia y la ambición de la obra original. Queda la novela, implacable y magnífica.
American Psycho es una de las mejores novelas de nuestro tiempo porque se centra en el hastío del privilegio extremo, en la bancarrota moral de un personaje abocado hacia el ansia autodestructiva. American Psycho es un espejo hiperrealista y satírico que nos mira a la cara, y el incómodo choque que produce es ese reflejo retorcido de nosotros mismos y del mundo en que vivimos. No es la novela de "afirmación de la vida" que destinada a ocupar el lugar más vistoso de novedades; no ofrece soluciones fáciles a los habitantes de los suburbios, no les da la reconfortante seguridad de que el superhombre imperfecto pero fundamentalmente decente, está a su disposición para rescatarles de los malos. No hay ninguna sugerencia de que el amor o la fe te puedan salvar el día. Todo lo que queda es la impresión de que hemos creado un mundo carente de compasión y empatía, un caldo de cultivo fértil para que los monstruos prosperen y se multipliquen, mientras se esconden a plena vista. Pero aunque la novela no ofrece tal escondite al lector, nos proporciona el más impenetrable de los escudos: el humor negro y la ironía. Más que cualquier otra cosa, American Psycho es una comedia negra, una sátira de nuestra dislocada cultura del exceso.
Let's be careful out there
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