Escolios de un ácrata civilizado
"La realidad, mientras pulveriza la imagen que nos hemos hecho de ella, nos recuerda su existencia, su realeza y su poder a través de la pérdida y del fracaso. Para poder comprenderla, y si se desea proyectarla a través del lenguaje articulado sobre el papel, hacen falta dos premisas: el vivirlo en carne propia y el que no se tenga ninguna prevención ni fin preciso, ni un pasado ni proyectos para el futuro, tener entonces menos de veinte años. De esas primeras experiencias es de donde las historias obtienen sus núcleos. Después uno se sosiega. La vista baja. Las arterias se coagulan. Gana el anquilosamiento. Y se abandonan los lugares extraños y peligrosos en los que la vida se inventa, donde el presente enseña una sola cara, como son las orillas de Troya, el aire caliente y lleno de espejismos de la Mancha y de Castilla que se reflejan en las aspas capciosas de los molinos. Uno busca refugio, la sombra de un terebinto, una habitación de corcho en el bulevar Haussman en París en donde poder estar hasta el fin de los días, o de las noches, mientras se intenta ver algo en claro. Es allí donde el hombre disminuido y envejecido, asmático, manco, ciego, habrá de preguntar que sucedió a esta versión matinal, mal esbozada de sí mismo que se vio mezclada en sucesos que no supo en su momento ni comprender ni pensar."
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