lunes, 19 de junio de 2023

Sangre y fuego, y vapor de humo

An epic of drenched sensuality and absurdly chewable dialogue, as though Don DeLillo and Joseph Heller had collaborated on a Vietnam war novel

Una epopeya empada de sensualidad y diálogos absurdamente masticables, como si Don DeLillo y Joseph Heller hubieran colaborado en una novela sobre la guerra de Vietnam

 Steven Poole, New statesman



Árbol de humo, de Denis Johnson, es  la mejor novela sobre la guerra de Vietnam que he leído, y eso incluye libros como Coming Home, de George Davis, One to Count Cadence, de James Crumley, y The Quiet American, de Graham Greene. 
Johnson es un escritor de una tosquedad claramente americana: "un analfabeto metafísico", un ángel de la chatarrería capaz de convertir lo que en cierto modo es una novela victoriana: 600 páginas, "millones de personajes" y una trama que ofrece una clave de las mitologías más o menos controvertidas de la participación estadounidense en el sudeste asiático (Vietnam, principalmente, pero con importantes referencias también a Filipinas ), en un artefacto narrativo claramente moderno en el que con cada giro, la revelación prometida se oculta de la forma más segura. Hablo de la CIA,  pero hablo, más en general, de una misión literaria que invita a la comparación con Don DeLillo, Robert Stone, Joseph Conrad (sobre todo hacia el final) y, por supuesto, Graham Greene (uno de los personajes está indeciso sobre si es un americano tranquilo o simplemente es feo).
La historia gira en torno a un oficial de la CIA llamado William "Skip" Sands, que viaja a Vietnam en 1967 como parte de un equipo que está realizando operaciones encubiertas contra Vietnam del Norte. Su jefe es su tío, el Coronel  Sands, un legendario guerrero de contrainsurgencia conocido por todos como "el Coronel", que se cierne sobre el libro como un demonio. Está destinado a ser un personaje mítico en el corazón de la oscuridad, con un toque del ficticio Kurtz en la novela de Conrad y ecos del Coronel Edward Lansdale de la vida real, el arquitecto de la doctrina de contrainsurgencia en Vietnam.
La operación negra ( black operation) que están ejecutando Skip y el coronel se conoce como "Árbol de humo": un proyecto de «guerra psicológica» que pretende llenar con alucinógenos los túneles que, al parecer, recorren el subsuelo del país, para que los soldados rebeldes que los utilizan se vuelvan locos. A medida que se desarrolla la novela, descubrimos que esto puede ser un intento de usar un doble agente vietnamita para engañar a Hanoi haciéndoles creer que Estados Unidos está planeando un ataque diabólico contra el Norte, y que el "árbol de humo" puede ser "un hongo". Johnson incluye teorías interesantes sobre la gestión de agentes dobles, quienes, "llevan dos almas en un solo cuerpo". Pero las maquinaciones de la novela de espías son solo una trama secundaria. El árbol de humo es el paisaje irreal de la guerra misma. 
Las personas y los acontecimientos surgen del denso follaje narrativo y luego desaparecen. Atrapados en un cenagal de banalidad, los diálogos parecen no aportar nada, salvo su propia capacidad para continuar. Pero incluso cuando la trama parece vararse, ni por un momento nos  planteamos abandonar su lectura, pues cuando parece que no va a ninguna parte y a pese a que en ocasiones la historia desaparece como un camino invadido por la vegetación, la novela conserva su singular y resbaladiza forma  de atracción. 
Resulta difícil elaborar una reseña convincente de este libro de múltiples capas, ya que suceden tantas cosas a tantos niveles y entre tantos personajes durante un largo periodo de tiempo que sería tan infructuoso  como acotar Luz de agosto o Finnegans Wake, a los que , por otro lado el libro de Johnson no se parece más que en la calidad de su ejecución. Son obras de arte complejas, a veces laberínticas, que desafían un examen breve.
Escrito a menudo con un estilo tranquilo y sobrio que desmiente la locura y la violencia que se filtran por todos los aspectos de la vida en la selva vietnamita hace más de cuarenta años, Árbol de humo martillea sutilmente al lector con una rabia incesante que es la verdadera naturaleza de la locura de la guerra. Los incidentes más mundanos (borracheras en pueblos y ciudades vietnamitas, conversiones nocturnas en cabañas de bambú con líderes locales y figuras religiosas, etc.) se ven salpicados por granadas de mano activas que ruedan por un suelo de tierra arrojadas por Dios sabe quién en la oscuridad de una noche húmeda en la que los insectos se han vuelto extrañamente silenciosos y la muerte se cierne a la luz de las velas.
Árbol de humo, es una historia sobre la guerra, sobre todas las guerras, y sobre gente que ha perdido el rumbo y  en particular, sobre americanos en el purgatorio que esperan impacientemente la llegada del Apocalipsis. Es un libro tremendo, muy largo pero muy rápido, un gran paseo sobre un torbellino que comienza triste y se vuelve más y más triste, gira impredeciblemente de un lado a otro, y luego se tambalea hacia abajo tan repentinamente al final, que consigue retorcernos el estómago.
Es una obra que viene con la armadura y pertrechos de una Novela Mayor: gran tema histórico (Vietnam), institución cultural semimítica (inteligencia militar), lapso de tiempo prolongado (1963-70, con una coda ambientada en 1983) y extensión irrazonable (614 páginas ), todo lo cual sería desagradable si no fuera de hecho, lo que es, una obra maestra que nos transmite imágenes arrebatadoras y tan delirantemente bellas como dolorosas.
Es cierto que la amplitud y extensión del libro, requieren un poco de paciencia por parte del lector, tal vez el tipo de atención a la página que Norman Mailer ha sugerido que los lectores jóvenes ya no poseen debido a que la televisión, con sus constantes interrupciones comerciales, ha destruido su capacidad de concentración. Pero para un lector con energía, las recompensas llegan constantemente: uno tiene la sensación de que todos los personajes del largo y colorido elenco de Árbol de humo están en una excursión dantesca a través de un infierno de intenciones equivocadas, en  un mosaico masivo de personas e historias que se superponen y se separan. 
 Por otro lado y desde un punto de vista filosófico, da la sensación de que Johnson pretende casar su sensibilidad con una visión política más concreta, utilizando la guerra como una forma de abordar la incognoscibilidad de la experiencia en el sentido más amplio, como si pretendiese una metafísica del campo de batalla, una ajuste de cuentas psíquico con Vietnam, la búsqueda del alma en un mundo sumido en la adicción y la violencia.
En realidad, en el centro de la visión dramatizada del mundo de Johnson está la creencia de que son los destrozados y dañados, los oprimidos, los que están mejor situados para alcanzar - "resistir" es probablemente un verbo mejor- la iluminación. Es como una inversión de la idea de la ley de la selva, donde los árboles compiten entre sí para alcanzar el cielo en busca de la luz. 
Para Johnson las verdaderas revelaciones están a ras de suelo, en medio de la degradación de la papilla y el pantano, lo que transforma el libro en un monstruo  sacudido constantemente a la vida por sus propios circuitos dañados, una masa de piezas de repuesto todas unidas con un sentido implacablemente trastornado de propósito y citas de Artaud y Cioran.
La figura del perdedor es, en definitiva, la que adquiere el único protagonismo, y no precisamente porque su papel sea más literario: las guerras las ganan, si es que cabe hablar de vencedores en una competición que se basa en qué bando tiene menos bajas, las naciones, pero las pierden los hombres: uno de los bandos resulta vencedor y acaba subyugando al otro pero, individualmente, todos los soldados –esos hombres que “siempre que miran atrás ven a alguien llorar”- resultan perdedores

El vencedor no es, pues, el que derrota al supuesto enemigo, sino el que consigue derrotar al miedo. La verdadera conquista no consiste en expandirse en el territorio ni en eliminar al otro, sino que es el resultado de la cantidad de miedo que un bando es capaz de infundir en el otro. Y de la cantidad de humanidad que uno es capaz de mantener; no se trata tanto de sobrevivir a los ataques del enemigo como de mantener la salud mental. Como dice un soldado: "Yo empecé con un deseo ardiente de freírles la mente. Y ahora me paso el día intentando evitar que me explote la mente a mí." Al final del libro, todos los personajes principales están destrozados por sus versiones de la adicción a Vietnam. "Este lugar es Disneyland en ácido", dice el sargento Jimmy Storm, un operativo particularmente sádico que está convencido de que el Coronel está en la última misión encubierta cuando en realidad está muerto. Antes de que Skip pierda el control, ofrece este veredicto: "Esto no es una guerra. Es una enfermedad. Una plaga". Ese es uno de los temas más poderosos del libro: Vietnam alimentó un anhelo nacional: "no podíamos salir, no podíamos quedarnos adentro; la guerra nos controlaba a nosotros y no al revés..."
La habilidad de Johnson para traducir el dialecto de la guerra la forjó  de la manera más dura durante los años en los que según cuenta él mismo, era un adicto a las drogas. Su virtuosismo verbal es tan grande que la lectura se hace rápida, feliz, deseosa, y sentimos que hay algo que crece y nos inquieta aunque nada de lo que cuenta parece tener sentido, aunque nadie entiende lo que pasa, aunque nadie sabe lo que hace. Los servicios de inteligencia no averiguan nada, no saben nada, se mueven por intuiciones o por prejuicios. Árbol de humo tiene eso que el escritor norteamericano Alex Shakar llama «esencia paradójica»: fascina tanto por su precisión como por su vaguedad. Denis Johnson posee esa magia del detalle que es la marca  de los grandes novelistas norteamericanos. ¿Cómo sabe tantas cosas?, nos preguntamos una y otra vez. ¿Cómo puede conocer esos detalles de la vida real?.
 Al final, ni falta ni sobra nada en esta maravilla literaria que se yergue de pronto ante nuestros ojos: las formas, los colores, el sentido del tiempo, la evocación del espacio, la temperatura, la causticidad, el sonido de las voces de los que hablan, todo está ahí.

Let's be careful out there 



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