Escolios de un ácrata civilizado
La escritura de Cărtărescu es mágica, siempre a la búsqueda de fórmulas, hechizos, cambios de ritmo que sirven para desbrozar el camino y exorcizar nuestros más íntimos demonios.
[...] La nieve cuaja lentamente alrededor, susurrando de forma casi imperceptible, bajo la luz mortecina de una sola bombilla. «Mi mundo», murmuro, «el mundo que me ha sido concedido». Extiendo las manos, siento en la piel el beso helado, húmedo, dulzón de cada copo. Vuelvo el rostro hacia el cielo, tanto que siento la balaustrada con la apófisis de cada una de las vértebras que la tocan. Nieva sobre mi cara, sobre mis párpados cerrados, siento cómo se acumula la pelusa de la nieve sobre mi máscara, en esa zona ovalada donde se concentra casi toda mi humanidad, así como el ojo recibe casi todo lo que siente una persona. Yo soy mi rostro, un rostro de araña y de arcángel, de ácaro y de viento y de rayo y de terremoto. Mi rostro que brilla sin que yo lo sepa y que cubro con el velo silencioso de la nieve. Cuando siento los labios y los párpados entumecidos y, tras ellos, los huesos del cráneo de hielo f ino, con pompas de aire aquí y allá, me incorporo, me sacudo los cristales mezclados con agua y vuelvo a entrar en el capullo oscuro que rodea a mi madre. Ella sigue eligiendo las judías, que brillan ahora como perlas en la oscuridad oliva de la cocina y contempla muy atenta un punto del hule en el que no hay nada. De hecho, sé lo que está haciendo, lo he hecho también yo miles de veces. Deja que los globos oculares diverjan, levemente, en la superficie beis, con cuadrados marrones, del hule, contempla, sin fijarse, el conjunto, no lo contempla, de hecho, sino que ve, ve sin mirar los cuadraditos que empiezan a migrar, fantasmales, unos hacia otros, hasta que los cuadrados contiguos se superponen en filas que se despegan de su plano y el hule se transforma de repente en un cubo de luz, de aire luminoso y profundo, en el que las filas se sumergen en una perspectiva espectral, afilada, mística y cristalina, de tal manera que sabes que no estás contemplando un objeto de la realidad, sino que brilla hipnótico en el centro de tu occipital, en la zona visual de tu mente. Con los globos oculares paralelos, como los de los ciegos, ves tu campo visual, ves tu vista, vives feliz y meditativo tu interioridad pura, luminosa, extendida hasta el infinito de la mente [...]
Tu Ne Cede Malis
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