Haced Rizoma y no raíz, no plantéis nunca! ¡No sembréis, horadad! ¡No seáis uno ni múltiple, sed multiplicidades! ¡Haced la línea, no el punto! La velocidad transforma el punto en línea. ¡Sed rápidos, incluso sin moveros! Línea de suerte, línea de cadera, línea de fuga. ¡No suscitéis un General en vosotros! ¡Haced mapas y no fotos ni dibujos!
Deleuze /Guattari, Rizoma
En Caosmosis (1992) Guattari escribe: “En las brumas y miasmas que oscurecen nuestro fin de milenio, la cuestión de la subjetividad retorna hoy como un leitmotiv. Lo mismo que el aire y el agua, ella no es un dato natural. ¿Cómo producirla, captarla, enriquecerla, reinventarla permanentemente para hacerla compatible con Universos de valores mutantes? ¿Cómo trabajar para su liberación, es decir, para su re-singularización? ¿El psicoanálisis, el análisis institucional, el cine, la literatura, la poesía, las pedagogías innovadoras, los urbanismos y arquitecturas creadores? Todas las disciplinas tendrán que conjugar su creatividad para conjurar las situaciones de barbarie, de implosión mental que se perfilan en el horizonte, y para transformarlas en riquezas y goces imprevisibles cuyas promesas son, a fin de cuentas, igualmente tangibles”. Mi respuesta es que todas las opciones propuestas para fortalecer nuestra subjetividad se reducen a la capacidad de convocar recuerdos e hilvanarlos que es como subirse a una bicicleta; revivir es remontarse y respirar aire puro para inventar una manera propia de ver el mundo, para hablar y responder en nombre propio.
Por seguir este hilo de esquizoanálisis, en el pensamiento de Félix Guattari y Gilles Deleuze, la idea de máquina ( bicicleta) experimenta un cambio de paradigma decisivo respecto a los análisis marxistas de la sociedad industrial. Hasta entonces había sido considerada como un mero instrumento técnico que alienaba al individuo para convertirlo en una pieza más del engranaje de la producción capitalista. Este juicio se reformula como un núcleo abstracto capaz de contener una infinidad de relaciones humanas y no humanas. Bajo esta premisa, una máquina es el resultado de una serie de acoplamientos entre distintos componentes que responde a las exigencias de una determinada coyuntura y se moviliza al ritmo de sus flujos o cortes internos, pudiendo llegar a desintegrarse del mismo modo que se constituyó. Este desplazamiento de lo estático a lo dinámico, de lo individual a lo colectivo, de lo tecnológico a lo sociopolítico, incide en la oposición del carácter temporal y múltiple de lo maquínico frente a la pretensión de eternidad y uniformidad de lo estructural. En este sentido, “maquinar” supone la función primordial de la máquina, es decir, conspirar contra el poder establecido, imaginar nuevos agenciamientos posibles, inventar los medios necesarios para una transformación radical. La bicicleta como máquina puede convertirse en una poderosa arma politica al servicio del emboscado.
El cómo se afronta una catástrofe inevitable, es un asunto de temperamento. De joven me enamoré de los clásicos e hice mío como lema un verso de Virgilio: Tu ne cede malis sed contra audentior ito (No te rindas ante la desgracia, sino que enfréntala con más audacia) pero ya fuera porque he vivido en la comodidad o por falta de agallas, no siempre he sido capaz de aplicarlo con la frecuencia que hubiese deseado. Volví a Virgilio durante los días más terribles del infame encierro pandémico impuesto por un Estado criminal y totalitario, y volví a no ser capaz de desobedecer y limpiarme el culo con sus normas y sus códigos QR.
Una y otra vez me encontraba ante situaciones en las que la reflexión racional no encontraba vías de salida, pero luego sucedía lo inesperado y con ello mi salvación. No nos rindamos, presentemos batalla y tengamos fe, pues entre los resquicios de lo cotidiano surge de forma casi milagrosa la redención y la gracia. En esos instantes inusitados de luz se concentra la enseñanza del poema homérico: la compasión por la fragilidad humana, una piedad capaz de no sucumbir a la fascinación de la fuerza.
Aristóteles sostiene que "sin amigos nadie querría vivir". Incluso los que disfrutan de poder y grandes riquezas, necesitan amigos, pues son "el único refugio" en la pobreza y la desgracia. La amistad atempera la soberbia cuando somos jóvenes y alivia la vulnerabilidad de los más viejos. Y en los momentos de plenitud, contribuye a que prosperen los buenos proyectos y las nobles acciones. Aristóteles cita un célebre párrafo de la Ilíada: "Dos marchando juntos". Y añade: "Con amigos los hombres están más capacitados para pensar y actuar".
Let's be careful out there
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