Nos encontramos ante un mundo extraño y misterioso, apuntó Cristóbal Colón en su bitácora del viaje hacia las Indias".
El Consejo de Ministros ha aprobado a propuesta del palurdo ministro de Cultura y Deporte, Miquel Iceta, el Real Decreto que regula el Bono Cultural Joven para 2023. Una ayuda de 400 euros dirigida a los 500.000 jóvenes que cumplen 18 años durante el 2023 y que podrán destinar a la adquisición y el disfrute de productos, servicios y actividades culturales, incluidos, esta vez sí, los toros.
A nadie se le escapa que la mezquina propuesta del insigne garrulo barcelonés dispone de un sentido unívoco, que es el oportunismo electoral, disfrazado de buenas intenciones: circe y bienestar para todos los jóvenes y las jóvenas de la comunidad.
A menudo, Iceta ha reivindicado el papel crucial de la cultura como una poderosa herramienta capaz de generar sociedades más justas, más igualitarias, y más sostenibles. Otra vez la misma letanía para defender y justificar cualquier gasto público por ridiculo e innecesario que parezca. No creo que valga la pena poner ejemplos. Además, como dijo Galdós, por doquiera que el hombre vaya lleva consigo su novela, y bajo el manto grasiento de su deplorable orondez de tapeo y cañas, el breve ex-ministro de Política Territorial y Función Pública mutado (cual digi- evolución pokemiana) en el moderno oteador de rambla urbana, ( ICEMÓN), no deja de ser el enésimo fracaso del reino de la cantidad, del principio nivelador plebeyo, feísta y cateto, que pretende imperar en el reino de lo cualitativo, de lo espiritual, de lo inevitablemente selecto: de lo aristocrático por naturaleza que es la cultura, pues ni aun en sus manifestaciones más folclóricas y ramplonas, ni ésta ni el deporte operan en la igualdad, la inclusión, u otras memeces similares so pena de caer en la medianía. Pongamos un ejemplo: cuando la revolución de Octubre triunfó, Lenin y Trotski pensaron en disolver los ballets imperiales por elitistas y aristocráticos. Por fortuna, el colosal trabajo de Agrippina Vagánova y la afición del pueblo ruso —sí, el gran arte es a su manera democrático, porque sale del pueblo cuando éste es sano— impidieron que se consumara otro crimen más contra la civilización.
Stalin, gran amante del ballet, permitió que la vieja escuela imperial siguiera funcionando y que un arte tan selectivo, primoroso y delicado sobreviviera y prosperara. En los democráticos Estados Unidos se hizo algo mucho peor, se adoptó el “método” Balanchine, una simplificación del método Vagánova, y el ballet se convirtió en una forma especialmente gimnástica de baile, desprovisto de todos los matices y de toda la exigencia del sistema imperial, pero indudablemente más igualitario. Compare el lector un ballet ruso con otro americano y después elija.
Pero ICEMÓN no es Stalin,y ¡ ya le hubiera gustado ser Lenin!, y por mucho que gire como una peonza achatada, no podrá bailar como Natalia Osipova, ni cantar como el demonizado Plácido Domingo, ni escribir como Kipling, ni pintar como Degas...ni será quien de disfutarlos con plenitud debido a que, entre otras cosas, no se hicieron las margaritas para la boca de los cerdos.
La política es la sombra que el gran capital arroja sobre la sociedad afirmaba el filósofo de la"frontera industrial" John Dewey, agregando que mientras esto fuera el caso, " la atenuación de la sombra no cambiaría la sustancia" , y en España...es el caso, pues todos los partidos sin excepción están a la sombra del gran capital sustantivado en la agenda globalista. De todos modos, no seamos ingenuos : no se adquiere cultura ni se refina el gusto dando 400 euros para un curso de perfeccionamiento de Tiktok y una entrada para ver al Juli torear en las en las Ventas... aunque en España pueden valer su peso en votos para que unos amiguetes vayan a vivir como girasoles durante los próximos cuatros años sentados en las confortables poltronas del Congreso. Uno más entre los indecentes abrevaderos de voto progre y socialista.
A caballo regalado...
Let's be careful out there
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