sábado, 24 de septiembre de 2022

Der Gast ( El invitado).

Ecos de Munich.
Esther:  Hoxe ninguén baila así. ¿E sabedes por que? Xan ¿E por que vai ser? Porque non sabemos. Esther: ¡Non señor! Por medo. Un mambo, un bolero, ou un merengue ben bailados, poden ser a orixe dunha paixón que che faga perder a cabeza. E hoxendía ninguén quere iso. Preferimos mantela no seu sitio e decidir con que queremos liarnos por razóns máis parvas cada vez. 
Rastros, Roberto Vidal Bolaño.
Bajo el título Herzkammern , el Bavarian State Ballet inauguró el pasado fin de de semana la nueva temporada de danza con un destacado programa contemporáneo formado por la ya clásica pieza moderna Bedroom Folk de Sharon Eyal e incluyendo tambien, con sutil tino , la creación de Philippe Kratz To get to become de la serie Today is Tomorrow  de junio de 2022. Así mismo, la direccion artistica del Teatro tuvo el enorme acierto de invitar para la ocasión al bailarín español Raúl Ferreira, ex miembro de la Compañia, cuya intervención humedeció la  retina del repleto Auditorio muniqués con el brillo de lo indeleble. 
Y es que tras caer el telón, después de que la proteica energía contenida en ambas piezas estallara desparramada en fervorosos aplausos, todavía el perfume de la exhibición bailada por el lucense, continuó expandiendo su esencia en el ambiente, cuando nada más subsiste luego de que el público se haya ido.
Sin duda Raúl  Ferreira es un bailarin inusitado. Tratando de no levantar sospechas se encarama a las tablas para deshacerse en ellas y con su descomunal  presencia escénica inicia un proceso de disolución en el que con la prístina potencia de su conmoción te va atornillando a la butaca. No te  podrás explicar lo que has visto, no te dirás qué es, pero tu corazón habrá cabalgado sobre la  sístole de lo asombroso. 
Su radical delicadeza reside en transmitir sensaciones, no esterotipos.Temblores, no sentencias. Es un balarin  sensible, hipnótico y modesto, entendida la modestia como la deposición del ego y la apertura a la belleza inasible del mundo. No repite gestos memorizados, baila experiencias a menudo inmóviles y mudas, a contracorriente de una vida que impone el ruido y la aceleración. Abismarse en el universo habitado por su duende, es una segura vía de acceso a cierta forma de serenidad, una terapia ansiolitica, una noche boca arriba con los ojos colgados de los astros, la premonición de un advenimiento. Porque Raúl es lo impar y la excepción, un bailarín rarísimo.

 Entonces uno vuelve a sus  22 años, y está en un coche, y son las cuatro de la mañana, y está escuchando música, el crepitante Concierto de Colonia de Keith jarret, dentro del hangar del  Club Ancares aun estando en Munich.
Raúl no te dirá lo que hace, no te dirá qué es. Interioriza la música, su ritmo profundo y, así, lo que mostró  ante el  público no fue otra cosa que su propia experiencia, su pasado, su memoria;  no una partitura inerte, sino algo vivo, un alma vibrante ávida de abrirse en el tiempo.

Que la danza  requiere del tiempo para desarrollarse, que el tiempo de su sintaxis y el de su desarrollo son el mismo, es algo tan evidente como que todo recuerdo es anterior al momento de recordarlo. Igual de evidente, igual de falso. Por eso, ante  la dificultad que esconde una ejecución tan llena de verdad  como la del lucense, uno advierte desde su larga peripecia vital, el frío en los pies antes de acostarse en espera de un alba nueva, recuerda lo desabrido de buena parte  de las represetaciones artisticas,de cualquier índole, a las que asistió, y se percata del prodigio que acontece delante  de sus narices en cada ocasión  que el  gallego se sube a un escenario para bailar y asombranos con ese flujo de tiempo autocontenido, y que nunca se repetirá, en que consiste su arte.

 El trabajo de Raúl Ferreira es el del artesano manipulando la sustancia del movimiento y la geometría  para modular las sensaciones y hacer surgir el recuerdo de un otrora feliz en el alma humana. El español baila desde el tiempo de los físicos pero imprime su marca personalísima en el tiempo histórico. Sus líneas inaprensibles trazan siluetas en el aquí y el ahora y su duende se expande en el antes de los otros. Su arte no sucede en el  tiempo que pasa sino que sobreviene en el  tiempo que  permanece.


En cada ademán, en cada serie y sucesión de gestos ejecutados  deja una impresión. Cada movimiento que desarrolla tiene valor por todos los movimientos anteriores;  su secuencia, su forma de desembocar en el momento presente provienen de una mente privilegiada capaz de salirse del lenguaje corriente que se habla en los escenarios mayoritariamente. Semejante portento tiene un nombre, y se llama Raúl

Let's be careful out there.


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