lunes, 14 de septiembre de 2020

Demasiado ruido.


El silencio no se regala, como todo lo valioso, se conquista.

 La sobrepoblación es un problema humano y medioambiental con múltiples derivadas. Una de ellas es el ruido que es capaz de generar.

 En ciertas ocasiones, el ruido es un sonido  innecesario  que nos imponen  de manera despótica  y que  no  tiene por qué ser asumido por quien lo sufre. Sin ir más lejos, ayer en el Orzán (La Coruña), una unidad  de brutos provistos de una  amplia nevera portátil, una  pequeña mesa de camping ,varias sillas plegables y un loro (reproductor de CDs) del que salía música  reggaetón a todo volumen, desembarcó  en el arenal coruñés con el automatismo de los  marines en la playa de Omaha, pero sin asumir ningún tipo de riesgo. Ajenos a la  presencia de los  demás, se desplegaron amparados por todo aquel fuego de mortero y tomaron un trozo de playa con un éxito sin precedentes en ningún otro  desembarco, sin una sola baja,y  sin que nadie opusiera la más mínima  resistencia a  la invasión de aquella hueste dionisiaca.

La playa, además de “una ribera de mar formada por un depósito de sedimentos no consolidados” ( RAE ), es un espacio de dominio público sujeto a unas reglas y servidumbres pensado para el disfrute y solaz de la ciudadanía. La administración del espacio público incluye el respeto de la frontera del silencio, ese espacio poroso donde se conjugan la indulgencia con la amabilidad, y se crean las condiciones de la deliberación y la tolerancia. Como escribió Michael Walzer:”las buenas fronteras hacen buenos vecinos”. Ahora bien, si uno de esos vecinos monta un puesto fronterizo guiado  por él estrèpito y el  espíritu de horda, la frontera se convierte en un lugar irrespirable de tensiones y conflictos que necesitan resolverse si no se desea llevar la frontera al colapso.

La playa, ni es un claustro, ni un jardín epicúreo, pero tampoco es un lugar de tócame  roque, cuya condición de  dominio público sirva para infligir y justificar la conducta egoísta de una pandilla de energúmenos que sólo conocen el art. 34 de la ley marcial del estado de California obra del  desaparecido Andrés Montes: “Hago lo que quiero, cuando quiero , como quiero y donde me da la gana”.

 No todos los jóvenes son así, de hecho eran mayoría quienes se divertían sin invadir el espacio de los demás, pero a lo mejor, con el fin de corregir este tipo de conductas descomedidas e insanas, no estaría de más la recuperación del trivium y el quadrivium en lugar de tantas asignaturas folklóricas; y  es que por mucho que nos empeñemos en imponer una mirada y un pensamiento únicos, israelí no es lo mismo que israelita, hebreo o judío.  

Ruido. Joaquín Sabina

Let's be careful out there. 

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