viernes, 29 de marzo de 2024

Viernes Santo



Existen interacciones entre personas que se asemejan a las relaciones entre objetos. Pero, a veces, ocurren verdaderos encuentros. Justo cuando "un alma toca otra alma". Cuando una hondura es tocada por otra hondura. Más precisamente aún: cuando un alma "comienza" a ser tocada por otra; porque el encuentro no es algo efímero. Empieza y continúa. Hay una diacronía del encuentro; una duración viva que va calando.
Josep Maria Esquirol, la vida del alma

Reza un proverbio japonés que hasta el viaje más largo comienza con un solo paso. Cierto, pero ¿quién no se sintió cansado, con el paso de los días, del espectáculo tan maravilloso del cielo, del rostro de su amante, e incluso, en primer lugar, de estar en un lugar al cual  no pertenece?
Uno se cansa de ello porque ya no espera ,no escucha, nada más.
Lo que se expone siempre vuelve, se estanca en su presencia y en su recurrencia y ya no emerge, no aparece más. No podremos acceder a ello sino descubriendo lo inaudito que allí se ha ocultado. No por una superación en un Más allá, sino por un desborde de nuestra experiencia. Es decir, abriendo una brecha en sus marcos constituidos y regulados, liberando así lo que allí se revela como diferente y que entonces se hace encontrar. De tal modo, devolver esa tan agotadora realidad a lo no integrable que contiene en sí misma, y por ende a lo vertiginoso, a lo propiamente inaudito, antes de toda moral, es aquello en torno a lo cual se juegan, en torno a lo que oscilan nuestras existencias.
Lo inaudito se torna pues el concepto primario, el concepto clave, que abre un mínimo metafísico donde se efectúa, aquí y ahora, semejante transformación. Pues ¿qué otra cosa podemos esperar -esperar oír de otro- más que lo inaudito?
Y sobre lo inaudito, sobre ese asombro transcendente, trata la Pasión según San Mateo de Johann Sebastian Bach.  Escrita en 1727, presenta el sufrimiento y la muerte de Cristo según el Evangelio de San Mateo (capítulos 26 y 27). El texto, obra de Picander, colaborador de Bach en Leipzig, sigue de cerca escenas tan conocidas en el imaginario universal como la última cena, la traición de Judas o la crucifixión. La obra está compuesta para solistas, doble coro y doble orquesta, creando un efecto estereofónico donde voces e instrumentos dialogan entre sí. A esta compleja estructura polifónica, se suma la gran capacidad de Bach para fusionar instrumento solista y voz, su carácter innovador en el uso de la retórica musical de su tiempo y su infinita imaginación.
Es difícil imaginar ahora que la Pasión según San Mateo de  Bach, piedra angular de toda la música europea de los siglos XVIII y XXI, tuviera que ser redescubierta por Felix Mendelssohn, de veinte años, en 1829. En la iglesia de Santo Tomás de su Leipzig natal , el oratorio se interpretó no sólo durante la vida de Bach, sino también durante medio siglo después (hasta 1800). Sin embargo, esta obra maestra adquirió fama europea y mundial gracias a los románticos, en una época en la que los principios de la organización musical y los propios instrumentos de la época barroca caían, como parecía entonces, en el olvido. La Pasión según San Mateo (seguida de la Misa en si menor y otras obras de Bach) demostró haber superado la brecha estilística, tecnológica e ideológica y hablarle a la gente de la nueva era en su idioma. Desde entonces, cada época ha comprendido e interpretado a su manera este oratorio espiritual que considera el  principio de “reparación”, como una constante en la naturaleza , y que en cierto modo describe todo un compromiso y una actitud vital.
Pero ¿cómo describir la existencia sin construir de más -como lo hiciera la filosofía con el Ser- y
manteniéndose al ras de lo vivido? Indago aquí conceptos que se despegarían lo menos posible de la
experiencia: permanecemos pues en la adherencia a lo vital o bien nos desadherimos de ello. Porque existir
es en primer lugar resistir. De otro modo la vida se empantana; o bien puede dar un giro. Así como se inicia
y se reabsorbe -antes de que haya tenido un "comienzo" y un "fin". Permanece presa en el "duro deseo de
durar" o bien puedo emerger de él.
Y si sólo existe lo fenoménico, habrá que reconocer la falla que se abre allí (como lo "sexual") o aquello que
lo excede: el encuentro con el Otro.
Porque si vivir es ya descoincidir con uno mismo (de lo contrario, es la muerte), existir es el verbo nuevo,
separado del Ser, que promueve esa no-adecuación como recurso.
"Existir" es en efecto, literalmente, "mantenerse afuera", será preciso decir de qué.
¿O cómo emerger del mundo, pero dentro del mundo, sin caer en el más allá de la metafísica?
Cuando se avanza en la vida, hay una pregunta que, poco a poco, uno ya no puede dejar de plantearse: ¿por qué sigo viviendo?
Se puede mantener esta pregunta en el nivel bajo de la autoayuda, disfrazada de "sabiduría", y del mercado de la felicidad.
O bien enfrentarla filosóficamente para buscarle una salida más ambiciosa que sería la promoción de una "segunda vida".
Una segunda vida es una vida que, en el curso mismo de la vida, se desacopla lentamente de sí misma y
empieza a elegirse y a reformarse.
Para acceder a ella, habrá que pensar lo que son verdades no demostradas, sino decantadas a partir de la vida misma; o bien cómo podemos probar de nuevo desde la experiencia acumulada; o cómo la lucidez es el saber negativo (de lo efectivo) que nos llega a pesar nuestro, pero que podemos asumir; o cómo la vida puede desembocar no en una conversión, sino en una vida desprendida.
O cómo un segundo amor, ya no basado en la posesión, sino en la infinitud de lo íntimo, puede comenzar.
¿Puedo acaso ya no repetir mi vida, sino retomarla, y empezar verdaderamente a existir?
Quisiéramos creer que, cuando las cosas finalmente llegan a armonizarse, eso es la felicidad…
Pero precisamente es cuando las cosas concuerdan completamente y coinciden que esa adecuación, al
estabilizarse, se esteriliza.
La coincidencia es la muerte. Es por medio de la descoincidencia que adviene el impulso. Ahí aparece Bach.
Dios mismo descoincide respecto de sí al morir en la Cruz para promover la vida viviente. En la falla de la
descoincidencia, de nuevo es posible una iniciativa que se despliegue en libertad. Y en esa falla siempre nos encontraremos con la música de Bach, también, como no, con  la grandeza cinematográfica de Andrei Tarkovski . Pero Tarkovski merece una reflexión aparte. Hoy, ahora, soy todo de Bach.

Let's be careful out there 




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