domingo, 26 de noviembre de 2023

Días entre estaciones

Entre una y otra tina, ¿quién ha entendido nada? Entre la cuna y el ataúd, tan sólo palabras vanas.
Kobayasi Nobuyuki

En lo que The Guardian calificó recientemente como uno de los mejores debuts literarios de la historia, un triángulo amoroso se cruza con una obra maestra cinematográfica perdida y un clima tan turbulento como el corazón. Las historias de vida convergen y se separan en Days Between Stations, la abrasadora primera novela de Steve Erickson. En el centro está la tumultuosa unión entre Jason y Lauren, quienes se enamoran cuando eran jóvenes en Kansas y luego se mudan a San Francisco. Jason, un ciclista que se entrena para los Juegos Olímpicos, suele estar en el extranjero y ser infiel; Lauren, a su vez, encuentra consuelo en Michel, el director de un club nocturno que intenta reconectarse con su pasado. El viaje de Michel conduce a La muerte de Marat , una obra maestra perdida recuperada del cine mudo dirigida por su abuelo, cuya extraordinaria vida incluye haber crecido como un gemelo huérfano en un burdel parisino. En un mundo moldeado por la sensualidad y el trauma, donde las tormentas de arena invaden Los Ángeles, el Sena se congela, los ciclistas desaparecen en Venecia y las relaciones se deforman por la amnesia, el caos geológico y la agitación personal, cada uno de los cuales refleja desgarradoramente al otro. En un mundo de cataclismo y tiempo desenredado, el rostro de una mujer joven, una infancia descarriada en un burdel parisino y el fragmento de una obra maestra de una película perdida son las únicas pistas en la búsqueda de un hombre de su pasado. Ese viaje lo lleva desde Los Ángeles donde las autopistas están enterradas en arena a una Europa donde el Sena está congelado, los ciclistas corren por los canales vacíos de Venecia y los secretos prohibidos se intercalan como los fotogramas de una película. 
La prosa de Steve Erickson no resulta fácil de leer; alejado de estereotipos y oportunismos concibe el gesto creativo  como fundamento y como ruptura, simultáneamente. Su rigor dramático no especula con el atrevimiento ni en la estructura ni en la forma, y consigue arrastrasnos a la mente de sus personajes con la fascinación de los bolígrafos Pelikan nuevos, el brillo seductor de los rotuladores Staedler, o la promesa de color de las ceras Manley sin estrenar, y aunque sin alcanzar el  perfecto afilado de un lápiz blackwing 602, ni el increíble perfume de las gomas Milan «de nata», que no es de este mundo, nos fija al dulce, al acre, al embriagador olor del papel impreso. Otra exquisitez de la editorial malagueña "Pálido fuego" con José Luis Albares al frente de la misma, que  además firma la traducción tanto de esta novela como de la también imperdible Zeroville. 
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He woke nine years later remembering nothing. Not his name, nor what he was doing in a room in Paris, nor whatever it was that had occurred before he went to sleep that blotted out his identity. That was what it was, the obliteration of self-sense more than of mere memory; it wasn’t so much that he couldn’t remember, but rather as though it was gone, his life before that morning. He lay there quite a while looking around the room, his eyes traveling the ceiling to the corners, and listening to the traffic outside. Water dripped in the sink. The walls were pale and unadorned. There was a book by the side of the bed, Les grands auteurs du cinema. He finally stumbled to the window and looked onto the street below.[...]  Because he was not equipped for rage, he wore the patch; he realized the things it made him see weren’t really there, but he also realized that those things had been there once, that this eyepatch provided him glimpses into his own past. So he kept the patch because, branded faceless by something that had happened to him before he woke in Paris, he decided he should be faceless on his own terms, not until he remembered who he was but until he knew who he was, whether he remembered anything or not.

Despertó nueve años después sin recordar nada. Ni su nombre, ni lo que hacía en una habitación de París, ni lo que fuera que hubiera ocurrido antes de dormirse que borrara su identidad. Eso era lo que era, la obliteración del sentido propio más que del mero recuerdo; no era tanto que no pudiera recordar, sino más bien como si hubiera desaparecido su vida anterior a aquella mañana. Permaneció tumbado un buen rato mirando alrededor de la habitación, sus ojos recorriendo el techo hasta las esquinas, y escuchando el tráfico del exterior. El agua goteaba en el lavabo. Las paredes eran pálidas y sin adornos. Había un libro al lado de la cama, Les grands auteurs du cinema. Finalmente, tropezó con la ventana y miró a la calle de abajo.[...] Como no estaba preparado para la rabia, se puso el parche; se dio cuenta de que las cosas que le hacía ver no estaban realmente ahí, pero también se dio cuenta de que esas cosas habían estado ahí alguna vez, de que ese parche le proporcionaba atisbos de su propio pasado. Así que guardó el parche porque, tachado de sin rostro por algo que le había ocurrido antes de despertar en París, decidió que debía ser sin rostro en sus propios términos, no hasta que recordara quién era sino hasta que supiera quién era, tanto si recordaba algo como si no.





Lets be careful out there 

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