miércoles, 3 de mayo de 2023

Keith Jarret en Colonia. Repensar la escucha



Y el final del aliento que se retiraba del pecho a medida que se alzaba hacia unas alturas increíbles dejó subir tras de sí en el cuerpo enteramente desocupado el fujo salubre de un mar libre y ligero como la noche.

Julien Gracq, En el castillo de Argol

No había ninguna razón para que la  extraña noche del viernes 24 de enero de 1975 pasara a la historia. El viaje desde Lausana, donde había actuado el día anterior, se había convertido en un periplo incómodo y Keith jarret exhausto por el trajín y el desgaste del concierto ofrecido en la localidad suíza, llegó a Renania literalmente derrengado 
 Una vez dentro del Kölner Opernhausen el genio de Allentown  tiró de una tela polvorienta, abrió la tapa y al tacto descubrió un piano Bösendorfer mal afinado con algunas teclas que no respondían. Ni que decir tiene que el de Pensilvania comenzó a echar humo como una  locomotora del western Pacífic railroad  en pleno trayecto buscando una solución que  intentara abolir la aplastante violencia del azar.
Se llamó urgentemente al afinador para  intentar convencer a Jarret que de aquel maltrecho piano  podía sacarse música, es decir  para que hiciera lo mejor que pudiera un imposible. La producción estaba preocupada y Jarrett amenazó con despedir a los ingenieros de sonido encargados de la grabación. El concierto se perfilaba como una chapuza cuando Jarrett subió por fin al escenario. Todo empezó como una broma, ya que las primeras notas del concierto  eran en realidad como la campana de la Ópera de Colonia que, al sonar continuamente para invitar al público a entrar en la sala, había cabreado al pianista estadounidense. Irónicamente, estas pocas notas abren el camino a una improvisación de una riqueza y un magnetismo inigualables.
Lo que fascina en este concierto es la limpidez de la línea melódica, inmediatamente reconocible, la inventiva de las improvisaciones y la belleza de los acordes, a veces cercanos a un lamento romántico, a veces virulentos y arrebatados. Compuesto de cuatro partes, la última de las cuales es un bis, el Concierto de Colonia despliega una serie de improvisaciones lanzadas por Jarrett según un motivo inicial que sirve de marco, generando progresivamente variaciones sobre las tonalidades y los ritmos.
A menudo guiada por un firme ostinato de la mano izquierda, particularmente en la segunda parte, donde la nota Re se martillea casi continuamente en un rápido tempo de semicorcheas,  la mano derecha desarrolla variaciones en guirnaldas de notas sobre las que Keith Jarrett da rienda suelta a la improvisación. Tal es la belleza del Concierto de Colonia captado en el momento puro: estos largos minutos en los que el tiempo parece dilatarse nos permiten destacar los magníficos momentos en los que Keith Jarrett parece haber encontrado la nota que buscaba.
 Al permitir que un mismo acorde recorra compases enteros, Jarrett resalta la gracia de esos breves instantes en los que la música brota bajo sus dedos, creada en el mismo momento en que se escucha. De este modo, las improvisaciones del Concierto de Colonia recuperan la esencia misma de la música , su naturaleza efímera y volátil , y ofrecen una purificación de la creación musical en su forma más cristalina e inmediata. 
 Así, este concierto improvisado, se impuso inmediatamente como un clásico en el repertorio de Jarrett, y devenir pasado el  tiempo en una ofrenda musical.  Editado con la  austeridad habitual del exquisito  sello muniqués ECM , el concierto es como una gema en bruto recién salida de su ganga. Cuando se publicó el disco, las ventas se dispararon y el jazzista se convirtió en una estrella, hasta el punto de que el gran público a menudo aún sólo le conoce a través de esta grabación.
Luego vendrían docenas de grabaciones diamantinas  tanto en solitario como en la compañia de otros dos genios, Gary Peacok y Jack Dejohnette, formando a mi juicio el mejor trío de la historia del Jazz con permiso de Bill Evans . Pero esa es otra historia. 

Let's be careful out there 

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