No acepto límites y siempre estoy en busca de lo nuevo. Cuando uno cree saberlo todo, la vida se acabó”.
Claudio Abbado
La obsesión de Mahler por el sufrimiento y la redención es notoria.
La música del genio nacido en Bohemia se nos revela como una potencia operatoria que produce esa esencia exacta de lo que acaece por primera vez, su identidad replegada con sumo cuidado sobre si misma, el milagro de regresar a esa inmovilidad anterior a lo que es externo, accidental y sucesivo.
Mientras escucho la Sinfonía núm.9 de Gustav Mahler la música desmadeja en mi cabeza un ovillo de recuerdos por cuyo hilo regreso a mi infancia ligando las fisuras abiertas en mi corazón. ¿Cómo no perderse o distraerse en la infinidad de fenómenos que suceden a lo largo de toda la sinfonía y encontrar allí el lugar sereno donde acaba el sufrimiento?.
Lo que el artista posee de “capacidad” o “potencia” artística, ya ha quedado íntegramente en la obra. El resto es lo que sobrevive tras la vieja piel abandonada por quien ha sabido guardar celosamente las distancias para reconocer en las cosas su inconmovible alteridad. Todo parece estar cerrado en cuatro movimientos, como si la disposición de la música nos hubiera sido dada para instalar cierto orden en el caos, pero con Claudio Abbado la Novena de Mahler refleja algo profundo e irreductible, expresa al hombre en cuanto tiene de esencial y particular. En manos del maestro milanés, Mahler se convierte en espacio en cuanto a atributo del tiempo; espacio que Abbado ocupa de manera sucesiva y consecuente: algo que en realidad es atemporal y simultáneo, tejiendo la enorme red de relaciones establecidas en la más absoluta disolución de la espera para encontrarse cara a cara con el principio de las cosas. Como escribe Rafael Argullol en su último y exquisito libro La Danza Humana: " Nuestra realidad son los recuerdos, los sueños, los pensamientos, las premoniciones, los deseos, los mitos, las sensaciones, los juegos, las emociones. Todo, a excepción de lo que los otros proclaman que es nuestra realidad". Así, Mahler convoca mundos propios y específicos en toda su abundante serie de anotaciones, títulos, y rectificaciones que la suscitaron: "ese tumulto insensato de la vida" y del "torbellino de la existencia" semejante " a una sala de baile en la que las parejas jamás dejan de bailar"...
Pero ese aparente perpetuum mobile cobija un tiempo circular que exhibe en su eternidad de presente el cerco del aparecer y la vida latente arrojada en él. Las últimas notas del adagio de cierre son un camino que recobra, vacía y hasta anonada, una vereda por la que vas dejando detras de ti una niebla de la que naces a la luz; corresponden con la melodía de un verso de la cuarta parte de Kindertotenlieder (Canciones a los niños muertos) "Der Tag ist schön auf jenen Höhen" (El día es hermoso en las alturas", una obra que Mahler no quiso volver a dirigir tras la muerte de su hija.
La música se extingue hasta el final, con una indicación en el último compás: «erstebend», «muriendo» en la paz, en el reposo, en el silencio absoluto, hasta que la vida regresa a su cauce en el aplauso : Ewig, ewig, ewig...
Let's be careful out there
No hay comentarios:
Publicar un comentario