domingo, 7 de mayo de 2023

El humor metafísico de Chiquito de La Calzada

 
Tengo tanto por imbécil a todo aquel que carece de sentido del humor como por indeseable a quien es capaz de pedir un gin tonic de Seagrams 0.0% sin sonrojo.
El humor es una reacción personal, temperamental ante las cosas, algo indefinible pese a la insistencia paradójica e infructuosa de los diccionarios en fijar su significado.
A algunos podrá parecer una boutade, algo que se sale del juicio común y pusilánime de la realidad, el hecho de que el humor pueda servir para  desenmascarar canallas y duplicarlos frente al espejo, y al hacerlo, liberar de lo trágico todo lo que tiene de irónico soltando parte del lastre que nos asfixia, pero se equivocan: sin sentido del humor somos una sociedad de esclavos tristes.
En lo que a mí respecta, el humor es terapéutico, me ayuda de un modo inmejorable a aliviar el malestar de náuseas y vómitos resistentes al ondasentrón que me causa oir la  monocorde cháchara totalitaria de Pedro" bello"  rechinando en lo cotidiano como un chirrido de tiza seca en la antigua pizarra de un parvulario memeces sin fin, anuncios de paquetes, paquetes y más paquetes de medidas para combatir el clima, repartir viviendas que no son suyas, asegurar  trato humano al migrante, por detrás y por delante, o la compra de una partida de un millón de mascarillas para vacas con el fin de atajar el CO2 contenido en sus eruptos.
El caso es que España, país pródigo en golfos y sinverguenzas, paradójicamente no ha tenido una tradición literaria humorística ( distinta cosa es  la picaresca) salvo el caso destacado de  Cervantes que hace gala en El Quijote de un pedagógico humor atronador.
 Al margen de la literatura, y dejando a un lado a Gila, ningún humorista español ha llegado a la altura de la insólita figura cultural de Chiquito de la Calzada. 
Chiquito fue palmero y cantador antes que cómico y conoció de primera mano el submundo del señoritismo andaluz. Entretenía tanto a los señoritos socialistas como a los  terratenientes de abolengo a golpe de palmas y cante por un más que  merecido rancho sustancioso. Chiquito no dejaba de ser para ellos un criado, parte de la servidumbre, un vulgar lacayo al que arrojar las migajas de una mesa suculenta fruto del  latrocinio social y privilegios de clase  o cuna.
 Hasta ahí, pase: la risa es siempre necesaria. Lo que no tiene ninguna gracia y produce un enorme hartazgo del país del que uno es natural es comprobar como la misma mugre política que firmó con él otrora suculentos contratos televisivos sin oponer objeción alguna al contenido de sus historietas satíricas, juzgue a toro pasado sus espectáculos de machistas, de vulgar pasatiempo, de  inmundicia antimoderna; es la misma caterva de paniaguados impregnados con el rancio olor a semén tras un finde de putas, y sus "reemplazos", quienes desprecian en tertulias al avezado maestro del absurdo, al consumado artífice del asombro, que expuso con la sutileza del gesto esbozado, con ese laconismo mímico y ceremonioso propio del Oriente, aprendido de las geishas durante una gira en Japón, (que en mitad de un ademán se vuelve atrás como maravillado por lo que acaba de hacer), todo el cinismo y la doble moral de una sociedad lacayuna y acomplejada. Esa inesperada reacción que congela el gesto, contenía todas las fobias y las culpas de un público adocenado, ansioso por una vía de escape en un plató de televisión. 
Y es que el humor es una concepción personal del mundo y de la vida; eso que los alemanes llaman Weltanschauung, y Chiquito tenía una.
Hégel explica en su Estética cómo el autor interviene, con su interpretación personalísima en el humor. «El humor—afirma—no se propone dejar un asunto desenvolverse de sí propio conforme a su naturaleza esencial, organizarse, tomar así la forma artística que le conviene. Como, por el contrario, es el artista mismo quien se introduce en su asunto, su tarea consiste principalmente en rechazar todo lo que tiende a obtener o que ya parece poseer un valor objetivo y una forma fija en el mundo exterior, en eclipsarlo y en borrarlo por la potencia de sus ideas personales, por relámpagos de imaginación e invenciones extrañas y chocantes.» 
Para Baroja, el humor es" un río disperso que en el si­glo XIX se remansó y se precipitó en una hermosa catarata"...hay  otras muchas y varias formas de entender el humor, y cada cual tiene la suya.
Yo tengo para mí que el humor más selecto no es un producto sajón, como quiere Taine, aunque en Inglaterra haya tenido el cultivo más sobresaliente, em­pezando por Shakespeare, pasando por Sterne, culminando en Dickens y llegando a Shaw, sino la ganga que se desliza lubricada en esa reivindicación ficticia de la libertad propia del hombre ibérico. 

Let's be careful out there 


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