Extraordinaria. Eso es lo que ha sido la representación de la tercera jornada de la tetralogía Wagneriana que el pasado domingo tuvo lugar en el coso operístico madrileño.
En una muestra de valentía con triple mortal y tirabuzón, la dirección artística del Real con Joan Matabosch a la cabeza ha puesto de relieve que nada hay imposible cuando nuestra resolución es firme y la mueve el entusiasmo.
En una España yerma tomada por mediocres y criminales que nos imponen usos y costumbres de países del África austral, el Teatro Real es ejemplo máximo de como la combinación entre una admirable gestión de recursos y la profesionalidad y compromiso ético con la cultura, es capaz de sobreponerse a las propuestas de mediocridad, hastío, y encierro defendidas por quienes nos gobiernan
No hay ni debe haber fronteras a la libertad. Eso es Sigfrido: un hombre libre de la moral y las convenciones sociales, indómito ante los pactos y las leyes caducas que desprecia el poder y el dinero, y se enfrenta a los Dioses.
Del Poder y del amor : de eso trata el anillo wagneriano.
Sigfrido es capaz de templar el acero con el que forjar a Wotan( la espada) y enfrentarse y derrotar al gigante Fafner porque desconoce el miedo. Y por esa misma razón, atraviesa el fuego que mantiene protegida a Brunilda y la despierta con un beso.
En Brunilda el no, no tiene por qué ser no. Existe en ese no, oculto un si. Claro que, estamos hablando de un personaje Wagneriano, no de la enfermiza esquizofrenia de Irene Montero.
La orquesta dirigida por Pablo Heras- Casado suena portentosa, y expone con claridad los leitmotiven y sus continuas combinaciones, imbricaciones y superposiciones que esconden maravillas textuales y riquísimos coloridos.
El montaje de Robert Carsen sigue la senda de lo feo, lo oculto y lo menesteroso rompiendo la escena con ese brazo de excavadora que aparece en el segundo acto representando la cueva del gigante, a mi juicio lo mejor de la propuesta escénica, que, sin embargo nos priva de la mayor parte de los significados y la proyección emocional de la obra. Es como si el escenógrafo inglés nos quisiera conducir a una imagen vacua tras el derrumbe de la ciudad financiera de Florentino Perez.
En cuanto al elenco se refiere, Andreas Schager es un Sigfrido pletórico de voz grande y proyectada con sorprendente autoridad, Ricarda Merbet, sin embargo, no convence en su Papel de Brunilda con un vibrato incómodo, un pelín chillona, y viéndose en problemas ante los agudos y el forte.
El viandante de Tomasz Konieczy se muestra más displicente de lo esperado en un Dios ultrajado y su voz, en ocasiones nasal y aguda, le resta personalidad al personaje. Sí están convincentes Andreas Conrad y Martin Winkler en Mime y Alberich respectivamente, y la Erda de Okka Von Der Damerau peca, para mi gusto, en exceso de matrona y doméstica. Dicho todo ello sin menosprecio y lejos de menoscabar a unos artistas curtidos en miles de batallas wagnerianas.
Muchas son las lecturas que se han hecho de este monumento musical, de este drama existencial que es Sigfrido. Desde la interpretación materialista de Bernard Shaw pasando por Adorno y Nietzsche, hasta el idealismo hegeliano o el existencialismo de Schopenhauer y el esteticismo de Thomas Mann; todas ellas han hecho hincapié en el carácter de enfrentamiento del hombre consigo mismo y su destino, y aunque no conviene ceñirse a una sola capa de significado, a alguna hay que agarrarse. Me ceñiré a la mía:
Sigfrido representa, a mi modo de ver, la última frontera del alma humana libre de prerrogativas ante un universo en destrucción al que sólo queda enfrentarse en el acto puro, en la decisión firme de actuar hasta el final, y en la responsabilidad de afrontar las consecuencias de dicha acción: es decir, de adquirir un compromiso, de amar la vida.
Y es que como dice Roger Scruton en su monumental obra "el anillo de la verdad": el amor real es difícil y arriesgado y un producto del ser consumado; el amor impostado es fácil y circula a través de canales prefabricados".
Hemos Asistido al origen y el esplendor de Sigfrido, ahora nos queda contemplar su derrota. Pero eso tendrá que esperar al año que viene cuando la tetralogia culmine con el Ocaso de los Dioses.
Sigfrido. Alex Kober. Duisburger Philarmoniker
Let's be careful out there.
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