lunes, 9 de noviembre de 2020

Mi copa, rebosa.


Con las primeras líneas del Alba el perfume del primer café se dispersa en el aire ¿ Por qué esto y por qué ahora? No hay un caudal único que explique nada. Existen meandros, brazos muertos, pantanos habitados, ciénagas del alma. Ninguna ideología orienta el  curso de la corriente. Vivimos en un tiempo lento, viscoso, en una cotidianidad exasperante, sin gloria. Escribimos en papel pautado páginas blancas sin historia. Sufrimos las consecuencias de un arrepiante terremoto secreto que ha rasgado todas las certidumbres que sostenían nuestro templo. 

Al mismo tiempo, tenaces, en el socavón abierto por la pandemia intentan someternos. Tienen nombres y apellidos y rostros que no debemos olvidar para evitar que nos reduzcan a una masa amorfa.

Por eso, entre los hombres que más detesto destacan sobremanera  los cobardes, los que se callan y con su silencio aumentan su condición de hombres convertidos en ganado. En esta alborada  otoñal la sombra de los cobardes se recorta  con mayor nitidez pues la cobardía es especialmente nítida cuando los hechos la desvelan. 

El filósofo  británico Roger Scruton  en una columna en julio de 2019, describió el estado de cosas actual en los siguientes términos: «Al reflexionar sobre las recientes cazas de brujas, incluida la mía, me han sorprendido especialmente las cartas de denuncia masiva que ahora son comunes en nuestras universidades [...]. Me parece que estamos entrando en el reino de la oscuridad cultural, donde el argumento racional y el respeto por el oponente están desapareciendo del discurso público, y donde, crecientemente, en cada asunto que importa, se permite sólo una visión y una licencia para perseguir a todos los herejes que no se adhieran a ella».

Descorrido el velo, mi espíritu rechaza las consignas, la adulación, el paternalismo melifluo, la caridad del poderoso. Elijo libremente la opción de vivir  en la convicción de que los logros obtenidos con una implicación baja de la suerte, siempre necesaria, resisten más al azar. 

La causa principal por la que soy alérgico al uso de las máquinas de musculación, es que nos someten a la repetición sísifa, al sonido de perpetuo tolón de una vaca. Me inclino por  la lucha titánica contra la gravedad contenida en un salto.

 Frente al  virus y a los déspotas el show debe continuar. "La fiesta no se acaba hasta que se acaba". El café humea en una mesa preparada delante de mis enemigos. Mi copa, rebosa.

Answer me. keith Jarret. Budapest Concert.

Let's be careful out there. 


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