A veces, cuando veo lo que pasa en el
mundo, me pregunto: «¿Para qué escribo?». Pero hay que trabajar,
trabajar. Trabajar y ayudar al que lo merece. Trabajar aunque piense
uno que realiza un esfuerzo inútil. Trabajar como una forma de
protesta. Porque el impulso de uno sería gritar todos los días al
despertar en un mundo lleno de injusticias y miserias de todo orden:
¡Protesto! ¡Protesto! ¡Protesto!
Federico García Lorca .1935
Poeta en Nova York
Kadish por la pena y el desamor.
Valiente y novedosa, la propuesta
escénica de Paloma Lugilde es
un artefacto teatral provocativo y
resbaladizo que trajina al espectador sobre arenas movedizas y lo
invita a adentrarse en un poema repleto de ecos y reverberancias
subterráneas. La alquimia de los textos de muy difícil encaje
dramático se pone al servicio de la acción escénica que no es
más, ni menos, que el despliegue de la Trinidad surgida del
interior del poeta, en la que vierte todo su desamparo ante el
amor perdido, ante la infancia desaparecida ,ante el anhelo de un hijo
imposible; argamasa que une el paisaje de desesperación, dolor,
ruina e intemperie que es la ciudad de Nueva York y el alma de García
Lorca.
El expresivo mecanismo
escenográfico, dirige al espectador no sòlo
hacia la intuición profunda de la esencia de la vida moderna,
sino que también lo conduce a la intelección de la redención amorosa del
hombre en el universo. Propuesta afín a las manifestaciones del
surrealismo: eliminación del control lógico, ansia de comunicación,
evasión de la realidad puramente sensorial, describe una realidad
casi desaparecida en la que prima lo innombrable. La realidad
exterior mana destilada en
cada cuadro, alambicada en capas simbólicas que transpiran una
realidad espiritual subconsciente, distinta.
Es una experiencia teatral exigente,
aristocrática, confiada a la capacidad del espectador en propagar por contagio todo el desamor, la soledad, la angustia y la
desesperanza, anidadas en la chistera de un prestidigitador
La labor actoral es sobresaliente. La
polivalencia de Sergio Zearreta ( Traje), la poderosa presencia
escénica de María Roja ( Forma) y la delicadeza gestual y clara
dicción de Sabela Eiriz ( Ceniza) crean un conjunto verosímil de
personajes exhaustos, llenos de miedo y afectos rotos, reflejo
oscuro de lo que no se dice,del hueco creado en la mente del poeta.
La imagen es el elemento dramático
principal. En ocasiones, la velocidad modulada de la acción, se
resiente de cierta arbitrariedad y barroquismo en los gestos dramaticos . Algunos cuadros (
abuso del tiempo en escena de la canción, cierto manierismo en los gestos )
cortan la fluidez y estancan un tanto el ritmo, que, a pesar de ello, en
líneas generales huye del automatismo psíquico y respira con el
texto, abismando al público al mundo interior del poeta ,
desbordante de asociaciones subconscientes, y recuerdos de la
infancia, donde lo onírico tropieza con la realidad. La ergástula escènica
lo domina todo. La abundancia de las visiones, hasta el punto de que
es posible considerar al libro entero como un enorme ensueño, nos
muestra una de las características fundamentales de la
representación surrealista, y del ethos de la directora : la
inexistencia de un plano real al que referir la imagen. Las imágenes
no mencionan explícitamente en el poema a qué realidad se están
refiriendo. Reflejan una verdad de índole espiritual, de contornos
vagos no definidos. Son características de la visión surrealista la
violación de las leyes de la materia y de la lógica, y, ambas, reverberan en la dramaturgia de Paloma Lugilde de forma notoria. El enorme escollo que supone transferir a un lenguaje teatral el logos poético lorquiano, se salva de manera acertada con la apuesta por un montaje en cuadros que reclama el escrutinio atento del espectador.
Las leyes del espacio y del tiempo se
encuentran ineluctablemente violentadas, como también sucede con las
leyes de la materia. El poemario se traduce en una 'mise en scène'
anti-aristotélica, híbrida, binaria: racional e irracional, lógica
y arbitraria. Un arrojado trabajo con escoplo del que
saltan esquirlas de verdadero teatro. Sobre las tablas del Gustavo
Freire se delimita un espacio appiano, de geometría cuadrada,
acotado por cuatro hiladas de tablones de madera sobre estructuras
metálicas y dentro de él, con doble altura, otra estructura similar
a las anteriores, lugar central del sacrificio y tuétano del rito:
Erotismo gélido, fuego y agua, danza pristina, negritud,
sacrificio animal, pesadilla, disolución de la razón,
desdoblamiento, discursos solapados.
Retengo la escena del cuerpo desnudo de
Forma tendido e iluminado por un tenue albayalde zurbaranesco (
excelso trabajo de luces firma de la casa de Alfredo Sarille y
David Regueiro) instantes antes de que el agua jabonosa y las manos
de Traje y Ceniza lo fundan en la nada.
Un Lorca que nos aborda ,nos calibra, y
nos refleja. Federico, siempre Federico ,renovado impulso para
nuestro asombro. Inagotable.
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